Enya – X

El comedor estaba tan lleno que prácticamente se convirtió en una verbena pues todos estaban felices por los nuevos escuderos y las nuevas noticias en las que se mencionaba que Tereno había sido vencido por un paje.

Creo que esa última era la que más causaba sensación porque no paraban de palmearme la espalda. Incluso los caballeros de los principados se acercaron a felicitarme por mi “resistencia” y “astucia”. No negaré que en el fondo me sentía bastante bien por ello, pero lo que más me había llenado el corazón era la sonrisa de Darco. Sus ojos brillantes bajo el sol, sus manos aplaudiendo…podía haber vencido al mismísimo rey y lo único que me importaba era que Darco me había visto. Bueno, había visto a Erio, pero ¿y si él supiese la verdad? ¿Se alegraría igual al saber que había estado entrenando a una mujer? ¿hubiese sido su sonrisa tan grande si supiera que quien venció a Tereno había sido Enya? Simplemente ¿me vería igual si supiese que soy Enya?

De pronto la comida dejó de caber en mi estómago con tantos pensamientos. Las felicitaciones habían comenzado a hacerme sentir apabullada así que me levanté y caminé sin sentido hasta que me encontré frente a los establos. Los caballos son animales bastante nobles e intuitivos. Probablemente percibieron mi inquietud porque uno de ellos comenzó a ponerse nervioso así que tomé uno de los cepillos y traté de calmarlo mientras frotaba el peinito por su piel.

—Ese es el trabajo de un paje y tu ya no lo eres.

La voz era inconfundible. El rey se estaba dirigiendo a mí desde el fondo del establo.

—Mi señor—dije mientras me inclinaba en una reverencia tratando de ahogar mi voz aguda por la sorpresa. —Lo siento mi señor, no sabía que estaba aquí, lamento molestarlo.

—No es molestia, por el contrario, soy yo quien no debería estar aquí, pero los caballos me ayudan a tranquilizarme y ordenar mis pensamientos.

Solo asentí con la cabeza.

—Tu eres Erio, el paje que se volvió escudero derrotando a Tereno.

—Si, mi señor.

—Fue muy astuto de tu parte. Toda una victoria en medio de un gran espectáculo, pero ¿Qué haces aquí? Deberías estar celebrando con los demás.

—No me apetecía mi señor, también necesitaba algo de calma.

—¿Fue mucha presión la batalla contra Tereno?

—No quiero sonar arrogante, pero, no es la batalla de Tereno lo que me tiene intranquilo ahora, sino todo el lío que han hecho después de ello.

—¿No te sientes cómodo con esas parafernalias?

—A decir verdad, no. Nunca en mi vida había tenido tanta atención. Fue extraño.

—Si, es incómodo. Te lo dice alguien que ha tenido atención desde el día que llegó al mundo.

Ambos reímos un poco.

—Y entonces, ¿este lugar te calma?

—No estoy muy seguro, solo comencé a caminar y llegué hasta aquí. No fui consciente de mis pasos.

—Te recomiendo que vengas cada vez que tu cabeza no te deje pensar. Los caballos tienen muchas respuestas.

—Y usted, mi señor, ¿ya encontró su respuesta?

—Vaya, los rumores eran ciertos.

—¿Qué rumores?

—Los que mencionan que eres un poco osado.

Sentí como el calor me subió a la cabeza y temí haber ofendido al rey.

—Lo siento mi señor, no era mi intención…

—Calma calma—dijo el rey entre risas—me has hecho sentir como una persona común y corriente, Erio “el osado”. Debe ser por tu cabello rojo. No muchas personas lo tienen de ese color así que no puedo compararlo, pero tal vez ese fuego en tu cabeza lo llevas a otros ámbitos ¿no crees?

Aún con la vergüenza en el rostro me atreví a mirarlo a los ojos. No había reparado en que era bastante joven. Aunque era el mayor de sus hermanos y algunos de ellos se veían más feroces que él, el rey irradiaba jovialidad y fortaleza. Probablemente estaba muy cerca de los treinta.

—Perdoneme.

—No hay nada que perdonar. A eso venía ¿no? Necesitaba tranquilizarme y esta pequeña charla me ha ayudado a terminar de sacar los nervios. Ya debo irme. Te veré luego Erio “el osado”.

Estuve un rato más entre los caballos. El rey tenía razón en decir que son buenos para calmar las peripecias de la cabeza así que de manera más consciente sentí la necesidad de ir al único lugar seguro que conocía en el bosque «a un lado del cauce del rio tras la primera curva».

Mi corazón se estaba volviendo una piedra a cada paso. Pensar en todo lo que había sucedido en las últimas horas, la imagen de Darco con Andra en los brazos, Tereno tirado en el suelo gracias a lo que Darco me había enseñado, la extraña charla con el rey… dadas las cosas, ahora no había ni un solo motivo para que Darco me entrenara puesto que podría hacerlo en el castillo como escudero… y no quería que eso sucediera. La mejor parte de mi día era su entrenamiento. No importaba cuan molida terminara o cuanto me dolieran los huesos. Me gustaba estar junto a él y no quería que eso acabara. Casi me absorbía en esas ideas cuando al dar la vuelta en la curvatura mi corazón dejó de lado su dureza al ver a Darco sentado en una de las rocas. Instintivamente sonreí y el me devolvió la sonrisa.

—¿Qué haces aquí, Darco?

El suspiró tan fuerte que pude escucharlo.

—Es el ocaso, Erio, y siempre nos vemos aquí en el ocaso.

—Pensé que todo terminaría desde hoy.

—Si, yo también lo pensé, pero aquí estas.

Las piernas comenzaban a temblarme. Tuve que apresurarme a caminar y sentarme en otra de las rocas que estaban cerca de Darco o se daría cuenta.

—¿Sabes? Lo de hoy fue exquisito. Debiste ver a Tereno cuando por fin estuvimos todos los caballeros a solas. Está de no creerse.

—No era mi intención ridiculizarlo.

—Eso es evidente. Pero a Tereno le ha dolido algo más que la caída y ese es el orgullo. Así que tendrás que cuidarte de él un tiempo porque no va a parar de molestarte.

—Ya lo veía venir.

Darco dio unas pequeñas carcajadas y la melodía de su risa me enterneció. Probablemente lo estaba mirando con cara de boba porque de pronto me preguntó.

—¿Estas bien? ¿te ocurre algo?

—Si, no, es decir, pensaba.

—¿Qué pensabas?

—Que logré vencer a Tereno gracias a ti. Ni siquiera sé atacar, pero con lo que he aprendido de ti estas semanas ha sido suficiente para asestar un primer golpe.

—No me puedo llevar todo el mérito, eres buen aprendiz, Erio.

—Eso intento, aún me falta mucho camino que recorrer.

—Y hablando de camino, ¿ya tienes la respuesta a mi pregunta?

El estómago comenzaba a encogerse cuando mi cabeza se adelantó a responder con una negativa.

—Bueno, ya habrá tiempo.

—Eso espero.

—Ya lo habrá, ya verás.

—Tiempo es lo que siempre me hace falta y cuando lo tengo se me escurre de las manos.

—y ¿a qué va eso, Erio?

—No lo sé, siempre ha sido así. El tiempo me juega en contra para resolver mi vida.

—¿Historia de vida?

—Algo así.

—Todas las historias de vida tienen sus complejidades. Incluso la de un rey. Nadie tenemos la vida resuelta en ningún momento por que cada segundo que pasa las cosas pueden cambiar sobremanera.

Su semblante cambió un poco y luego habló como si no hubiese un nuevo sol al amanecer

—Hace 30 años nació un niño, en una tierra lejana, algo desconocida hasta para él porque por azares del destino terminó junto a una caravana de gitanos que tiempo después tomó un barco con dirección a Lergolla. Tras criarse en una taberna un par de años, terminó siendo llevado al castillo porque “era un niño fuerte”. La realidad era que no era fuerte. Solo había aprendido a engullir sus emociones y a pelear por lo que necesitaba para seguir viviendo. Es curioso lo que un humano hace gracias al miedo y a la necesidad ¿no crees?

Esas palabras hicieron que mis recuerdos se removieran como las cuerdas de las arpas.

—Si, lo sé, podemos hacer cualquier cosa gracias al miedo.

—Entonces ese niño recibió un nombre que reflejaba oscuridad. Fue todo un hito. En el castillo nadie se había preocupado por conocer su historia así que pudo inventarse una y todos en el reino creyeron que se trataba de alguien excepcional cuando solo era un huérfano que tuvo que sobrevivir. <<Pero si eres excepcional>> pensé. No importaba de donde había venido sino como perder su niñez lo había ayudado a sobrevivir y a ser uno de los mejores caballeros de Lergolla—¿comprendes lo que digo, Erio?

—Si, más de lo que crees.

—¿Qué parte de la historia comprendes más de lo que puedo creer?

—En realidad la comprendo toda. Tanto como la historia de un huérfano criado por una anciana en un pueblo de mala muerte, para después hacerse cargo de ella y que un día por pura suerte hubiese estado a punto de morir por una golpiza. La comprendo tanto como como cuando ese mismo huérfano quería cruzar todo el reino para llegar a un puerto, trabajar y largarse a otro continente y que al final terminara derribando a un caballero en el campo de prácticas del castillo.

—Vaya, que historia tan interesante.

—No lo es tanto, es la historia de muchos supongo yo.

Aunque en realidad mentía. Mi historia no estaba completa y si podía ser bastante interesante si hablaba de la forma en la que ocultaba mi cuerpo bajo esa ropa de varón y el resto de los sucesos que se habían dado, sería todo un escándalo hasta donde había escalado una mujer, pero también sería sentenciarme a muerte.

Darco se acercó y se sentó en una roca que estaba más cerca, lo suficiente para colocar una de sus manos sobre mi hombro izquierdo.

—Me alegra conocerte, Erio. Me da gusto que el huérfano terminara en el castillo y no en otro continente.

Sin saber como y aunque mi cuerpo estaba sentado justo al lado de Darco, yo estaba flotando muy alto, casi alcanzando las estrellas, pero mientras mis latidos hacían que los oídos me zumbaran, algo bastante serio se gestaba en el castillo a la sombra de los árboles del cobertizo donde se guardaba la leña para el palacio.

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