Aún más allá – 2

Cada día la veía sin falta, a la misma hora, el mismo lugar y con la misma energía desbordante. Y con cada una de sus breves conversaciones, se convencía a sí misma de haber encontrado una amiga, un punto de apoyo y una voz de aliento. Sonaba apresurado, seguía sin conocer bien a Lía y ella tampoco sabía nada de su vida, pero aun así sentía una fuerte conexión con ella que no había sentido con nadie más. ¿Por qué no ilusionarse un poco con ello? De todas formas, ya está acostumbrada al dolor y la desilusión, una más no la matará.

—Ya casi se acaba este módulo, les recomiendo que vayan preparando el siguiente —decía el profesor de mercadeo—, y con eso me refiero al libro, quien no lo tenga no entra a clases. ¿Entendido?

—Sí señor —respondieron al unísono.

—Recuerden el trabajo final, quien no lo entregue pierde el 50% de la nota del módulo completo, nos vemos la próxima clase.

«Mierda» pensó Rosalba, «Aún debo la renta de este mes y todavía no me pagan, ¿Qué hago?». La desesperación empezaba a invadir su mente, el dinero que tenía no alcanzaba para tanto, es más, ni siquiera alcanzaba a cubrir el valor de la renta completa. Aún tenía un poco de tiempo para reunir la mensualidad y el precio del libro, pero tampoco era lo suficiente para costear todo, y solo iba por la mitad del mes.

—Rosi… —gritó una de sus compañeras—. Espérame.

Dafne, una de sus clientas predilectas a la hora de hacer trabajos, venía corriendo con expresión aterrada, y detrás de ella, dos estudiantes más con la decepción pintada en sus rostros.

—¿Quién se murió? —se atrevió a bromear.

—Yo dentro de poco si no me ayudas —decía casi sin aliento—. ¿Puedes hacerme el trabajo final? Te juro que te pagaré lo que me pidas, si no entrego eso me tiro el módulo completo.

—Pero…

—Ya hablé con el profesor, mis notas no son suficientes si llego a presentar algo medianamente regular —suplicaba al ver la duda en Rosalba—, necesito sacar una nota mucho más alta en esto. De verdad necesito tu ayuda, por favor.

—En realidad, nosotras también íbamos a pedirte lo mismo —dijo una de las recién llegadas—, si quieres te damos las ideas del proyecto que pensábamos hacer.

—Pero si ya tienen la idea, el resto es fácil —decía Rosalba.

—Míralo tú misma —añadió Dafne, ofreciéndole un folder con el trabajo dentro de este.

Rosalba leyó con rapidez aquel documento, pensando en las mil correcciones que podría hacerle para que quedara medianamente regular como había dicho su compañera. Y, aun así, era necesario cambiar muchos detalles y anexar otros más relevantes.

—Puede que sea un poco tarde y tengas que correr con esto, pero en serio, no se lo pediría a más nadie que no seas tú y mucho menos si no fuese urgente y necesario.

Podría ser la solución que tanto esperaba, pero también implicaba un esfuerzo demasiado grande para lograr hacer tres proyectos extra más el suyo propio, sin contar todo lo demás. Sí tenía una ventaja al respecto, el suyo estaba casi terminado, solo necesitaba un par de detalles y un poco más de investigación. Si lo terminaba, hacer otros tres sería un poco más fácil al saber cómo desarrollarlos y procesarlos.

—Si saben que les saldrá un poquito caro, ¿no? —advirtió Rosalba—. Eso sí, no sé si el tiempo me dé para hacer los tres porque aún no terminó el mío.

—¿Usar lo que ya hemos avanzado puede servir? —insistió Dafne.

—No mucho, la verdad —suspiró—, hay algunas lagunas y poca información relevante.

—Lo sé, el profesor dijo lo mismo —afirmó con desgana—, y es por eso que solo puedo pedírtelo a ti.

Lo pensó un poco más, detallando la súplica en los rostros de sus compañeros. Están dispuestos a pagar lo que ella pida, todo con tal de no perder el módulo completo. Por solo una materia, estarían obligados a repetir todo un semestre y eso implicaría pérdida de tiempo y dinero. ¿Y entonces?

—De acuerdo, lo haré —anunció Rosalba—, 120 cada una. ¿Les parece?

—Perfecto, en serio te lo agradecemos.

—Aún no lo hagan.

«Noches de trasnoche, vengan a mí» pensó jocosamente. Salió de aquellas aulas con una sensación extraña en su cabeza, una mezcla de alivio, emoción y angustia.

—Yo puedo con esto, ¿qué tan complicado puede ser? Solo son tres trabajos en quince días, sin contar el terminar con el mío —se dijo así misma para darse ánimos, aunque salió todo lo contrario—. Santa macarena, ¿en qué me metí?

Llegó a casa con la intensión de dormir lo que pudiera, pensando que tal vez al iniciar el dichoso trabajo tendría que pasar un par de noches en vela.

—Si tan solo pudiera hablar con ella —suspiró con desgana, dando un par de vueltas en la cama.

El sueño la invadió poco a poco, relajándose y dejándose llevar a una sensación cálida e imágenes dónde todo era como siempre quiso. Un apartamento decente, un trabajo apto a sus habilidades, amigos que la escuchan y Lía sonriéndole ampliamente, contagiándola de su energía y carisma tan brillante como sus ojos soñadores. Pero siempre estaban las inseguridades oscureciéndolo todo, convirtiendo aquello en una pesadilla.

Volvía a estar en aquel automóvil con su padre, lo veía sonreír y abrazarla cálidamente. Sin embargo, todo pasaba igual de rápido que ese día. Un carro sin frenos, un conductor borracho y ellos en su camino. Por muy rápido que hubiese reaccionado el conductor que los transportaba, nada evitaba la inminente colisión. Y por más que quisiera lo contrario, el cuerpo de su padre siempre la envolvía para protegerla de los golpes. Sin importar cuántas veces lo soñara y tratara de evitar lo sucedido, su padre seguía sufriendo el mismo destino dejándola sola y a merced de una mujer depresiva e indiferente, quien volvía a casarse está vez con un alcohólico violento.

Recordó las veces que cerraba su puerta con seguro para evitar que la golpeara, pero de la misma forma encontraba las llaves de repuesto y entraba con correa en mano. El hedor a alcohol era demasiado fuerte e insoportable, le provocaba náuseas y miedo. Sobre todo, miedo, un terror frío que paralizaba sus extremidades y no le permitía escapar. ¿Qué mal había hecho para merecer aquello?

Nada en realidad, pero su madre se encargaba de culparla por la muerte de su padre, diciendo que, si ella no hubiese querido salir ese día, él no habría fallecido. ¿De verdad era su culpa? Su padre la amaba y siempre quiso pasar tiempo con ella, eso le demostró en vida. Por eso la protegió, por eso la salvó de morir de la misma manera ese día. Y, aun así, toda la ira y el desconsuelo de su madre cayó sobre ella.

—¿Cómo está mi guguete fajirito? —balbuceó atropelladamente por la borrachera.

—Déjame en paz —gritó aterrada.

Y como si eso hubiese sido una invitación, aquel tipo se abalanzó sobre ella con cinturón en alto listo para dar sus golpes. Con un fuerte grito, Rosalba despertó empapada en sudor enredada entre sus sábanas. Sus manos estaban apretadas en puños con demasiada fuerza, tanto que las uñas se le clavaban en la palma hasta rasgar la piel.

—Mierda —sollozó—, ni así me deja en paz.

Limpió la sangre y cubrió con pequeñas banditas. Tan solo eran las tres de la mañana, pero el sueño había desaparecido con aquella pesadilla. No tuvo de otra, empezar con el trabajo que tenía pendiente para aprovechar el tiempo que tenía hasta que su jornada laboral empezará.

Párrafo tras párrafo, el documento que redactaba se ampliaba con toda aquella información que devoró con tal de olvidar esa pesadilla. El proyecto iba viento en popa, era conciso, innovadora y totalmente original. Pero eso no aplacaba su malestar, la rabia que crecía dentro de ella al recordar todo su pasado. No era su culpa ni su intensión, pero sentía que las cosas hubiesen sido diferentes de no quedarse paralizada. Se sentía poca cosa, como una cucaracha cobarde incapaz de enfrentar sus problemas, le hacía creer que se merecía todo eso por ser tan miedosa, por no tener voluntad ni valentía.

La alarma sonó, pero el trabajo aún no estaba terminando. No le gustaba hacerlo, pero se llevaría el computador a la universidad así tal vez pueda adelantar o quizás terminarlo en su rato libre antes de clases. Suspiró llena de frustración, el día no había empezado con el pie derecho, solo esperaba no tener demasiado ajetreo en la taquilla o mandaría a cualquiera a comer salchichas al basurero.

—¿Y qué pasó con ese buen humor de estos días? —indagó Diana con diversión, pero algo preocupada.

—Se murió.

—¿De nuevo las pesadillas? —susurró solo para que ella escuchara.

—Más insoportable que nunca —contestó con amargura.

—¿Y tu amiga?

Prefirió no contestar.

Decidió callar el resto de la mañana, no le gustaba sonar grosera ni mucho menos que se notara de más el enojo. Los demás no tenían la culpa de sus malestares nocturnos, así que prefería encerrarse en ella misma hasta calmarse por completo. Aunque a veces, para no decir casi siempre, el remedio resultaba peor que la enfermedad.

Durante su jornada en la taquilla, todo fue de mal en peor. Los mismos inconvenientes de siempre los veía aún más fastidiosos, pero trataba de tragarse toda su ira para no meter la pata. Por nada del mundo podía poner en riesgo su trabajo, mucho menos por una nimiedad como esa, aunque no lo sienta de esa manera. Y lo peor de todo eso era que ella no aparecía, la fila se acortaba cada vez más, pero Lía no llegaba.

—No puedo vender más de un bono por carnet, además, ya solo queda uno disponible —decía irritada—, no puedo hacer más nada.

—Solo di que no quieres venderlo y ya —se quejaba con altanería.

—Lee el bono, dice 1000/1000 —replicó ella.

Vio como aquella chica se alejaba furiosa, avisó a los demás que los bonos se habían acabado y de esa forma empezó a apagar todos los aparatos y cerrar la taquilla, no sin antes observar con atención si por alguna razón ella aparecía por allí, pero no fue así.

—¿Aún estás molesta? —preguntaba Diana—. Rosi, te lo he dicho antes, debes dejar de culparte por eso y dejar todo atrás.

—Si fuese tan fácil, Didy —contestó con un nudo en la garganta.

—No lo es, pero tampoco lo intentas —sentenció, regresando a sus deberes bajo la atenta y molesta mirada de Rosalba.

—Sí lo hago —respondió en un susurro, casi un sollozo.

Decidió ignorar aquello y solo cumplir con su deber, si terminaba antes podría tener más tiempo para dedicarse a lo suyo. Un par de páginas más, las referencias usadas en su investigación y una revisada a todo lo que había escrito era lo que faltaba para culminar con broche de oro su proyecto. Un mes en ello, horas y horas leyendo y por fin daría por terminada la tarea más importante del módulo.

Limpió los trastes, los acomodó y ordenó algunas cosas para el día siguiente. Gracias a Dios sería sábado y podría solo dedicarse a los trabajos después de salir de su labor en el comedor, tiempo suficiente para avanzar considerablemente el primero de ellos. Se alistó y salió de la cocina sin decir nada, Diana sabía que necesitaba su espacio y tiempo para calmarse, la conocía lo suficiente como para saberlo y entenderla.

—Esta niña —suspiró con cansancio.

La biblioteca era el lugar idóneo para estudiar y su favorito en todo el campus, silencioso y con ese aire refrescante que tanto la tranquilizaba. Se ubicó en una de las mesas alejada de los demás estudiantes, pegada a la pared para usar el tomacorriente de ser necesario. Allí, cómoda y concentrada, inicio el rápido movimiento de sus dedos sobre las teclas. La idea había surgido tan rápido, que debía aprovechar tenerla fresca en su mente antes de perderla. Adoraba cuando eso sucedía, y se sorprendía cada vez más de lo buena que era redactando y comprendiendo textos.

—Rosi Rosita, ¿cómo has estado, querida amiga? —saludó Lía sentándose justo a su lado.

Una sensación de alivio recorrió su cuerpo, la emoción de haberle escuchado aquellas palabras eliminaron el frío recuerdo de aquella pesadilla, remplazándola con el cálido ardor de la dicha, y de paso, olvidó por completo la siguiente línea del párrafo que estaba escribiendo. Poco le importó, en ese instante solo podía perderse en el brillito de sus ojos. La sonrisa que se había negado en todo el día, apareció está vez de forma natural contagiada por ella. ¿Cómo podía causar ese efecto sin siquiera conocerse bien?

—Hola, Lía, estoy mejor… bien, estoy bien —contestó de forma atropellada—. ¿Y tú cómo estás? Creí que no habías venido hoy.

—Sí, bueno, estuve a punto de no hacerlo, pero había exámenes, ni modo —recostó su cabeza sobre la mesa, ladeándola para poder mirarla a los ojos—. Este dolor de cabeza es insoportable, un día de estos me va matar.

—¿Qué, te sientes bien? —indagó preocupada.

—Sufro de migraña, milagrosamente esta vez es suave, si no… —suspiró con cansancio, cerrando sus ojos como si quisiera dormir.

Verla así le causó cierto revuelo en su estómago, se notaba cierta incomodidad en la forma en que arrugaba el entrecejo y a la vez, se le hizo tan tierna. Su mano fue buscando el camino a su rostro, le picaba exigiéndole acariciarla, apartar un par de mechones de su frente para poder ver mejor su rostro. Sin embargo, la inseguridad le hizo retroceder en su extraño arranque. ¿Por qué haría algo así?

—Rosi… —murmuró.

—Dime —contestó nerviosa.

—Hazme un favorcito —abrió sus ojos suplicándole con la mirada—. ¿Podrías hacerme piojito?

—¿Ah? ¿Qué cosa?

Se había quedado pasmada ante su solicitud, sin saber si era por lo hermosa que se le hacía con sus cachetes rosados, los ojos brillantes y su nariz arrugada en un puchero, o solo por lo acertado y conveniente a sus propios deseos.

—Me ayuda a relajarme y pasar el dolor de cabeza, ¿sí? —una vez más hizo un puchero.

—Claro —y no quiso negarse.

Con suavidad posó la mano sobre su cabeza, dando tímidas caricias en su cabello. La sonrisita complacida en el rostro de Lía, más sus ojitos cerrados y el leve suspiró que dejó escapar de sus labios, le animó a seguir y deleitarse con aquello. Hizo lo que había querido, acariciar sus mejillas y apartar aquel mechón de su frente embobándose por completo. Poco a poco Lía se quedó dormida mientras que Rosalba seguía dándole mimos, una sensación de profunda calidez fue internándose en su pecho y aquella sensación de cosquilleo en su estómago se intensificó. Por alguna extraña razón no quería apartar sus ojos de la dulce Lía, sentía que todo en ella le llamaba y tentaba, en especial sus labios rosados y levemente separados.

—Buenas, disculpa que interrumpa, pero… —expresó una chica a su lado sacándola abruptamente de su ensoñación—. ¿Está dormida?

—¿Ah?… Sí, dormida, está dormida —balbuceó nerviosa.

—Me matará por esto, pero ya que… —suspiró y se acercó a Lía—. Despierta, se hace tarde para la clase.

—¿Quién dijo? —contestó Lía en medio de un bostezo—. Aún me duele la cabeza.

—¿Todavía?

Aquella chica se agachó junto a ella, acercando demasiado su regordete rostro al de Lía. Se veía cierta preocupación en su expresión, pero eso no justificaba —o no para Rosalba— el hecho de invadir su espacio personal como si quisiera besarla. Un estremecimiento interno le revolvió el estómago, se sentía molesta y confundida, pero no podía hacer más nada que solo observar como ella le susurraba con tanta dulzura y acariciaba las mejillas.

—No quiero —hizo un puchero.

—Pero, Lía, has pasado todo el día así…

—No, Auri, ahora no…

—Creo que debería irme —interrumpió Rosalba sin poder soportar aquel malestar sin sentido.

—¿Por qué? —replicó Lía consternada.

—Se me hace tarde para mis clases, solo que no había querido despertarte —se excusó con una sonrisa forzada.

Aquella chica, ahora conocida como Auri, la observó de una manera extraña y analítica haciéndola sentir incómoda en su propia piel.

—Ya oíste, ella debe irse y tú también.

—Deberías descansar, tomar algo para ese dolor de cabeza y dormir en un lugar más cómodo —añadió con más calma, mirando sus ojos adormilados—, lo necesitas.

—¡Bien! —suspiró frustrada.

—Hasta pronto.

Rosalba empezó a caminar a la salida, recriminándose mentalmente por haber actuado como una tonta frente a Lía. ¿Por qué solo se fue, por qué no insistió en quedarse un poco más con ella? Sabía que entre ellas dos podría existir algo, la tal Auri y Lía, ¿era eso lo que la incomodaba o la forma en que la miraba aquella chica? No quería responder, de hacerlo se imaginaría un millón de escenarios que solo le molestarían más y no estaba para eso.

—Rosi —desde la entrada, Lía la llamaba a gritos—. Oye, hace rato quería pedirte algo. ¿Me regalas tu número de celular? Así charlamos mejor y podemos quedar por ahí.

«¡Claro, pero que tonta soy, ¿por qué no se me ocurrió antes?!» pensó, con ganas de golpearse la frente allí mismo, y con una creciente emoción llenando su pecho.

—Solo si me das el tuyo, ¿estamos? —fue lo único que logró decir.

—Obvio, tontita —se burló con una dulce risilla.

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2 respuestas a «Aún más allá – 2»

  1. Avatar de Sol y Luna
    Sol y Luna

    mmmm el amor es una magiaaaaa
    una simple fantasíaaaaaaa

  2. Avatar de Sol y Luna
    Sol y Luna

    quiero tener esas habilidades de rosi

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