Cada gota de mi sangre hacía que una emoción indescriptible llegara a todo mi cuerpo.
Esa mañana me levanté antes del canto del gallo y comencé con mis deberes. Tal era la ansiedad que casi no desayuné porque sentía el estómago hecho un nudo. Un caballero se había ofrecido a entrenarme y no debía desaprovechar esa oportunidad. Si fuese Enya, la mujer pelirroja de Maleda probablemente alguien como Darco ni siquiera se hubiese molestado en mirarme para darme los buenos días. Pero siendo Erio, aunque fuese tachado de escuálido y debilucho tenía la oportunidad.
Cuando llegó la hora de la práctica en el castillo, noté que Darco me miraba a ratos. Cuando cargaba las espadas, cuando levantaba las mallas del suelo, cuando llevaba agua a los escuderos. Parecía repasar todos mis movimientos y eso me hizo sentir presionada. <<Tranquila, Enya, no puedes flaquear ahora>>
Tan solo podía repetirme eso mientras buscaba la forma de hacer mejor mi trabajo. La hora de la comida llegó igual y horas después terminé todas mis tareas. Esta noche no iría a la fogata, por el contrario, unos cuantos minutos antes de que comenzara la puesta de sol, tomé uno de los palos para las prácticas y me encaminé hacia el río, buscando el lugar en el que había visto a Darco la última vez.
El sonido de los árboles mecidos por el aire y los pájaros cantando la vuelta a casa me relajaron por el camino, transportando mi mente hacia otros lugares en los que me encantaría estar. El bosque… una cabaña entre los sauces y abedules, la chimenea con la leña crepitando… casi sin darme cuenta llegué al lugar para llevarme la sorpresa de que Darco ya estaba sentado en una de las grandes rocas cercanas al cauce y al verme se puso de pie y caminó hacia mí.
—Llegas antes Erio, y la puntualidad es una virtud.
—Lo siento señor, quería llegar antes por si…
—No, Erio, no, lo digo de buena manera. Llegaste antes, y eso es bueno en batalla. Recuerda siempre estar un paso por delante de los demás.
Celebré una pequeña victoria internamente.
—No lo olvidaré, señor.
—Bien. Antes quiero preguntarte algo. —Asentí nerviosa con la cabeza—¿Qué es lo que esperas de tu vida?
Me quedé inmóvil y en silencio. Aún con la modernidad de la época esa era una pregunta escandalosa. No era algo para hablarse en voz alta, pues los deseos, sueños e ideas estaban relegados a lo que cada persona debía ser. Si tu padre era herrero tu debías ser un herrero, si tu padre era agricultor tu debías sembrar sus tierras, si tu padre había servido al rey, estabas obligado a llegar a un rango mayor al que tu padre hubiese alcanzado. Si eras una mujer… bueno, debías casarte con quien te hubiesen prometido al nacer o en su defecto encontrar al mejor partido posible que ayudara a mejorar la condición de tu familia.
Pero la pregunta que hacía Darco era por más inapropiada, aunque así era Darco. Todos hablaban sobre sus particularidades como consecuencia de su historia no conocida. No sabían de dónde venía, ni quien era su familia, nada, la certeza que se tenía era que había comenzado como un paje cuando era apenas un niño, que su carácter fuerte y duro lo había hecho ascender hasta el lugar en el que estaba aún sin tener amigos o familia en el reino, Que no tenía amigos, que no hablaba mucho, pero cuando lo hacía era contundente. También se sabía que nadie podía vencerlo; era tan bueno combatiendo que parecía una leyenda viviente y en la lucha a cuerpo no había manera de derrotarlo, incluso Terreno, uno de los caballeros más fuertes no había podido con el años antes de que yo llegara al castillo. A Darco no se le conocía por ser una persona amable. No era grosero o algo parecido, pero de él no salían ofrecimientos tan loables como entrenar al paje más enclenque.
Darco notó que mi cabeza estaba contrariada y siguió hablando.
—No puedes decirme que estas escandalizado ¿o sí?
—No señor, lo lamento, es que… nadie me había hecho esa pregunta antes.
—Es comprensible. Nadie quiere saber esas cosas y si quisieran saberlas es inadecuado preguntarlas. Pero dime Erio… ¿Qué esperas de tu vida?
Mil ideas me llegaron de golpe. ¿Qué esperaba de mi vida? Tal vez que mis padres no hubiesen muerto, que una pobre mujer no sacrificara su vida para cuidarme, que esos malditos no me hubiesen dado una golpiza, que no hubiese nacido en Maleda… no ser pelirroja, no tener que fingir que soy un hombre o tal vez no haber nacido mujer… no haber tenido que separarme de Ortoz para terminar en el castillo… esperaba muchas cosas de mi vida y todas eran igual de imposibles. Los ojos se me llenaron de lágrimas y Darco lo notó de inmediato.
—Bien, me lo respondes luego, ahora a mover el cuerpo. Deja ese palo en el suelo y comienza a estirarte como lo hacen antes de iniciar la práctica.
Tratando de esconder las lágrimas lo hice. Estiré primero el cuello. Era importante para que no se torciera en pleno combate, luego seguí por los brazos, las muñecas, las caderas, las piernas y los tobillos.
—Una vez más— pidió Darco.
De nuevo hice los estiramientos, pero ahora con Darco caminando a mi alrededor y comencé a temer que pudiese observar algo que me delatara.
—Una última vez.
De nuevo estiré buscando hacer movimientos masculinos. Es extraño como las simples diferencias en los huesos del cráneo, las costillas y las caderas de los hombres y mujeres nos confieren oscilaciones distintas.
Me puse de pie con las manos a los costados tal como los escuderos en las prácticas y Darco se puso frente a mi con lo que parecía una pequeña sonrisa en sus labios.
—Bien hecho paje.
Se agachó y recogió el palo que yo había dejado en el suelo y comenzó a empujarme con él. Era un procedimiento estándar que había visto con los pajes que iban a ser entrenados para escuderos y lo había olvidado por completo. Se usaba para ver la resistencia y fuerza, pero había que escudriñar ciertas zonas del cuerpo que podían ponerme en riesgo así que traté de convertirme en una tabla para pasar la prueba lo más rápido posible.
Primero comenzó empujando mi cuello. Mis ojos se cerraron instintivamente. Luego presionó mi pecho. Sentí un leve dolor a pesar de las telas que lo envolvían, pero traté de no hacer muecas y al parecer todo pasó por alto porque siguió empujando mi abdomen, la cadera, las piernas y por último mi espalda.
—Tienes algo de fuerza, pero habrá que mejorarla.
—Si, señor.
—Ahora los reflejos.
Con rapidez comenzó a blandir el palo dando vueltas a mi alrededor y yo debía defenderme. Esa prueba me parecía muy aterradora cuando la vi en el campo de prácticas con los demás porque terminaban muy golpeados y temía correr con la misma suerte, pero extrañamente era bastante buena en ella y aunque mis manos sufrían los golpes y comenzaban a inflamarse, ninguno me dio en el cuerpo.
—Vaya, quien diría que tus manos eran igual de rápidas que tus pies.
—Gracias, señor.
—Bien. Tus reflejos son buenos, pero necesitamos mejorar esa fuerza o ser rápido no te servirá de nada. Ahora tengo una segunda pregunta y ésta no puedes evadirla. ¿Por qué aceptaste venir hoy?
Pensé un poco la respuesta, pero no tardé en encontrarla.
—Porque iba a entrenarme, señor.
—¿Y porque quieres ser entrenado? Si entrenas es porque quieres ser más en la jerarquía del reino.
—¿Y por qué no?
—Erio es muy osado, ¿Quién lo diría? —Darco comenzaba a reírse, fue algo tan espontáneo que comencé a reír también.
—No estoy tratando de ser irrespetuoso, lo siento, es solo que ¿Por qué no podría ascender en esa jerarquía? ¿Por qué no podría ser entrenado? ¿Qué es lo que me hace tan diferente de los otros que se convierta en un impedimento para hacerlo?
—Dímelo tu.
—No hay nada que me lo impida, señor. Puedo hacer esto igual o incluso mejor que los demás.
Darco sonrió de una forma que nunca lo había visto sonreír. No supe interpretarla y de pronto me vi interrumpida por sus palabras.
—Bien dicho Erio, no hay nada que te impida hacer lo mismo que los demás.
—Ahora yo tengo una pregunta, señor, ¿Por qué se ofreció a entrenarme?
—Si, eres osado, ¿Quién lo imaginaría? El pequeño pelirrojo habla con autoridad.
—No ha respondido a m pregunta, señor.
—Tu tampoco lo hiciste, Erio. Cuando tengas tu respuesta te daré al mía. Así que basta de palabras. Carga ese saco de trigo que está en la orilla y comienza a correr.
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