Desde el estudio, Ricardo observó en silencio cómo los padres de Celeste subían al auto que los llevaría al aeropuerto. Cuando el auto se puso en marcha, tomó el teléfono y realizó una llamada.

«Acaban de salir», susurró las palabras que sellarían el destino de los padres de su esposa. «Dejen que lleguen al puente para ejecutar el plan. No quiero errores, o para el amanecer sus cabezas estarán clavadas en estacas, fuera de sus casas».

Un escalofrío recorrió su espalda al pronunciar aquella frase amenazante, mientras su rostro se ensombrecía con una sonrisa siniestra antes de colgar.

El puente, ese lugar que habían recorrido tantas veces en busca de momentos de felicidad y risas, ahora se convertiría en el escenario de una tragedia. Los delincuentes, a quienes había contratado sin escrúpulos, esperarían en la oscuridad para llevar a cabo su macabro plan. La sangre sería derramada, y los padres de Celeste pagarían el precio de su codicia.

La ambición ardía en su pecho. Elegancia Sartorial, la empresa de moda que había sido testigo de su ascenso como subdirector ejecutivo, era todo lo que deseaba. Durante años, había tejido una red de manipulación y engaño, ganando la confianza de todos a su alrededor. Y ahora, con la partida de los padres de Celeste, su momento había llegado.

«Todo está saliendo como lo he planeado», susurró Ricardo con confianza mientras acariciaba el teléfono. Sus ojos brillaban con una mezcla de maldad y satisfacción. Sabía que ese era el paso final hacia la cima del poder. No había lugar para la compasión en su corazón, solo espacio para su insaciable sed de dominio.

Acto seguido, sin perder tiempo, Ricardo tomó el teléfono y marcó el número de su padre, su voz llena de satisfacción y anticipación. «Padre», dijo Ricardo con frialdad controlada, «el trabajo está en marcha. Los padres de Celeste pronto dejarán de estar en este mundo. Ahora viene el siguiente paso». Ricardo inhaló profundamente antes de continuar, «Tú debes encargarte de la situación. Los abogados de la familia de Celeste seguramente presionarán para ver el testamento. No podemos permitir que descubran la verdad y arruinen nuestros planes».

Al otro lado de la línea, su padre asintió con aprobación. Habían sido amigos de la familia de Celeste durante muchos años, y esa relación les había brindado la oportunidad perfecta para llevar a cabo su plan maestro. Ricardo se había infiltrado en la empresa familiar como subgerente ejecutivo, ganándose la confianza de todos a su alrededor, incluyendo la de los padres de Celeste.

«Es hora de que tomes el control, hijo», respondió su padre con voz firme. «Elegancia Sartorial será tuya, como siempre hemos soñado. No importa lo que los abogados de la familia puedan hacer, tú serás quien decida el destino de la empresa».

Ricardo sonrió con malicia, saboreando el poder que estaba a punto de tener en sus manos. Había esperado pacientemente durante años, planeando meticulosamente cada movimiento, esperando el momento perfecto para asegurar su dominio absoluto sobre Elegancia Sartorial.

«Celeste nunca tendrá acceso al verdadero testamento, y nadie cuestionará mi liderazgo. Esta empresa será nuestra, y nadie más podrá arrebatárnosla», afirmó con determinación.

«No tienes de qué preocuparte. Ya estoy trabajando en ello. En todo caso, si falta tiempo, estoy seguro de que la salud de tu débil esposa ayudará. El testamento, no creo que se lea antes del primer mes de su cremación».

La noticia devastadora sumió a Celeste en un profundo dolor y desconsuelo. El peso de la pérdida y la carga emocional se hicieron aún más intensos mientras su vientre crecía con la vida que llevaba dentro. Los días se volvieron oscuros y melancólicos para ella, y su alegría y entusiasmo por la llegada del bebé se vieron eclipsados por la tristeza y el vacío dejado por la partida de sus padres.

En esos últimos meses de embarazo, Ricardo hizo todo lo posible para mantener a Celeste tranquila y cuidar de su bienestar físico y emocional, al menos en apariencia. Sin embargo, bajo la superficie de su aparente preocupación, se ocultaba su verdadera cara. Sus acciones estaban motivadas por su deseo de control y dominio sobre la situación, y no por un genuino amor y cuidado hacia Celeste.

Un mes y medio después de la lectura del testamento, donde Ricardo se había autoproclamado gerente general y tutor legal de todos los bienes de Celeste hasta la mayoría de edad del heredero, esa decisión dejó a Celeste y sus abogados completamente sorprendidos. Cuando todos se retiraron, ella decidió tener una charla privada con su esposo.

—No es que esté en desacuerdo con lo que mis padres desearan, pero prácticamente me están dejando en la calle. Creí que su decisión sería otra—, reclamó Celeste, con los ojos llenos de tristeza y determinación, mientras que los de Ricardo irradiaban arrogancia y desprecio.

—¿Crees que no soy el indicado? —, respondió Ricardo con frialdad.

—No quise decir eso. Solo que soy su única hija y ni siquiera soy parte importante de la empresa. Quizás si los abogados revisaran de nuevo el testamento…

—¿Estás insinuando que el testamento de tus padres ha sido manipulado? ¿Cómo puedes dudar de la memoria de tus padres? Si estuvieran con vida, estarían muy decepcionados por tu pensar—, interrumpió Ricardo con tono despectivo.

Celeste se quedó sin palabras ante tal revelación. El hombre que amaba no se encontraba frente a ella.

—Esta empresa era el legado de mis padres, su sueño y su pasión. ¡Yo también formo parte de ello! —, exclamó Celeste con voz temblorosa pero firme.

Ricardo soltó una carcajada burlona. —Tu papel, Celeste, era solo el de una figura decorativa. Nunca estuviste destinada a tomar decisiones importantes o liderar esta empresa. ¿Acaso alguna de tus ideas se ha impuesto en alguno de estos años? ¡No! ¿Sabes por qué? Porque este trabajo es para alguien con verdadera visión y capacidad. Y a ti te queda grande el puesto, ni siquiera intentes soñar con ser parte de Elegancia Sartorial.

Las lágrimas comenzaron a brotar de los ojos de Celeste, pero se negó a mostrar su vulnerabilidad frente a Ricardo. Lo miró directamente a los ojos y respondió con valentía.

—No entiendo lo que pretendes, pero no subestimes mi fuerza. No permitiré que me menosprecies ni que me arrebates lo que es mío por derecho.

Ricardo se acercó amenazadoramente a Celeste, con una mirada despiadada en su rostro. —Estás equivocada si crees que puedes desafiarme. Eres insignificante, Celeste, y siempre lo serás. Nada de lo que hagas cambiará la decisión de tus padres.

Celeste se levantó con determinación y, a pesar del miedo que sentía, no retrocedió. —Puedes intentar derribarme, Ricardo, pero no te daré el placer de verme caer. Encontraré la manera de…

—Shhh—, la interrumpió él. —Tienes mucho que perder. ¿En verdad quieres ponerte en mi contra? —. Se acercó aún más a Celeste, su mirada se volvió fría y despiadada. —Recuerda que llevas en tu vientre al heredero legítimo de esta empresa. Ese niño será el futuro líder, no tú. Tú seguirás siendo solo la madre de ese niño y mi esposa, si decides quedarte.

Celeste sintió una mezcla de ira y dolor. No podía creer que Ricardo fuera capaz de menospreciarla de esa manera, reduciéndola a un simple papel secundario en la vida de su propio hijo. ¿Qué estaba pasando? ¿Dónde quedó el hombre que la idolatraba y la amaba por encima de todo?

—¿Es así como me ves, Ricardo? —, replicó Celeste con voz entrecortada, pero llena de determinación. —¿Como alguien insignificante y desechable? Soy mucho más que eso.

Ricardo se sonrió con desdén. —Tu rebeldía es y será inútil. Este imperio siempre ha sido mío y no dejará de serlo. Tu estatus en esta familia y en la empresa no cambiará porque lo desees. A partir de ahora harás lo que yo diga o la pasarás muy mal.

Celeste respiró profundamente, tratando de controlar su ira. Sabía que enfrentar a Ricardo no sería fácil, pero no podía permitir que la intimidara y la mantuviera en un estado de sumisión perpetua.

—Puede que tengas el poder por ahora, pero yo encontraré la manera de reclamar lo que es mío. No permitiré que mi hijo crezca bajo tu sombra tóxica—, respondió Celeste con determinación.

Ricardo la siguió mirando con desprecio y superioridad. —Haz lo que quieras, Celeste. Pero recuerda que si decides irte, lo harás sola. No tendrás nada de esta empresa ni de mí, y el niño se quedará conmigo.

Celeste se mantuvo firme, consciente de que el camino que tenía por delante sería difícil y lleno de obstáculos. Pero estaba dispuesta a enfrentar cualquier desafío con tal de proteger a su hijo y recuperar lo que le pertenecía.

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2 respuestas a «Vínculo prohibido: Prólogo»

  1. Avatar de marcelaisabelescribe
    marcelaisabelescribe

    Apenas es el prólogo y ya me enganché

  2. Avatar de Paty
    Paty

    Malditooo Ricardooo, ya lo odio

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