Aún más allá – 1

—Rosi, hay que tener listos los cubiertos también —gritaba Diana—, ya casi está todo preparado por acá.

—Voy, no tardo.

Rosalba caminaba apresurada de un lado a otro en aquel amplio espacio, respirando superficialmente para no aspirar aquella nube de polvo que había levantado. Buscaba por todas partes, pero los dichosos cubiertos no aparecían. Cualquiera diría que el trabajo en la cocina de una universidad era algo fácil, que cualquiera haría sin rechistar. Pero vamos, ¿a quién en su sano juicio le gustaba caminar de un lado a otro cargando bultos y ollas, para después picar mil y un ingredientes y cocinar más de 1000 almuerzos diarios? A Rosalba no, ese no era su lugar, pero era todo lo que había podido conseguir.

—¿Ya? —volvió a preguntar Diana.

En una esquina alejada, tapado con algunas bolsas llenas de servilletas estaba la dichosa caja de cubiertos. Cerca y a la vez oculta de su campo visual.

—Sí, ya voy —contestó.

Entraba todos los días a las siete de la mañana de lunes a sábados, limpiaban el lugar que era bastante amplio con varias salas donde guardaban los «cachivaches» de cocina. Debía tener todo ordenado y limpio, no tenían seguro cuándo podría pasar la inspección de salubridad o la supervisora, y no se sabía cuál era peor.

A las ocho de la mañana ya debían tener el menú del día y los ingredientes, disponiéndose inmediatamente a lavarlos y preparar todo. Entre picar, sazonar y mezclar ingredientes se hacían las diez, tiempo en que iniciaba la venta de los bonos con los cuales reclamaban su almuerzo.

Es en ese instante en qué se desprendía de la cocina, al ser de las jóvenes allí podía manejar a la perfección aquel computador, bajaba el trajín de tanto movimiento. Aunque aquello significaba un rato para descansar sus pies, era aún más estresante que seguir cocinando debido a que nunca faltaba el estudiante problemático; si no se colaban en la fila formando escándalos ensordecedores, siempre estaba el que pedía más almuerzos del permitido, cosa que podía generales problemas a ella y por nada del mundo, podía perder ese trabajo.

—Listo, los enjuago y ordeno enseguida —anunció Rosalba un poco agitada.

—Yo hago eso, tú ve a la ventanilla de venta —replicó Diana—. Y antes de que te quejes o digas algo, dentro de un rato viene la supervisora.

—Bien —suspiró resignada.

—Gracias, Rosi —se despidió con una sonrisa.

No le agradaba aquello, en absoluto, pero no podía quejarse ni negarse ante Diana. Sin ella habría estado en graves apuros cuando, harta de los maltratos de su padrastro e indiferencia de su madre, decidió huir de casa al cumplir la mayoría de edad. Le había salvado de vivir en la calle, le dio un techo y comida mientras se amoldaba a su nueva vida, y por si fuera poco le consiguió ese trabajo. Para ella era demasiado lo que había hecho, le debía muchísimo más de lo que la misma Diana imaginaba. Había sido como una madre para ella, más que aquella misma que le dio la vida.

Entró a aquella pequeña cabina, encendiendo el computador y la impresora, preparando el papel y la plataforma que usaban para generar los bonos. Mientras, detrás de aquella ventana se aglomeraban en una fila cientos de estudiantes esperando que abrieran. Aún faltaban cinco minutos, los cuales ella aprovechaba para respirar el frío aire y mentalizarse para no estallar ante las pesadeces de aquellos muchachos.

—Partida de niñatos insufribles —se quejaba entre susurros.

Con un chasquido, la ventanilla fue abierta iniciando su malestar. Uno a uno, entregaba aquellos bonos enumerados hasta el mil y con el nombre de quién lo compraba.

—Dame tres —exigió un chico.

—Solo te puedo dar uno por carnet, ¿tienes los otros dos? —repitió con monotonía lo mismo que todos los días.

—No son para mí, estoy haciendo un favor —reclamó con altanería.

—Sin los carnets no puedo hacer nada, lo siento —entregó y cobró solo un bono.

—¿Qué rayos te pasa? Dame los otros dos bonos —gritaba.

—No estoy autorizada a dar más de un bono por carnet, si quieres llamo a mi supervisora para que ella te lo diga —contestó con molestia.

—Me vale…

—Ay ya cállate y deja que los demás compren —exclamó una voz detrás de este—, ni te darán más, aunque grites como loco.

—Siempre tú de metiche —se quejó mirando a la desconocida con rabia.

—Y tú siempre tan idiota, ya vete.

Entre susurros enfurruñados, aquel chico se marchó con todo el coraje reflejado en su rostro, dejando ver quién había intervenido por ella. Su rostro cachetón se iluminaba con una preciosa sonrisa, aunque un tanto apenada por el incidente.

—Disculpa a mi compañero, siempre es un idiota cuando tiene hambre —suspiró con dramatismo—, y cuando respira. Es un idiota y punto.

—No te preocupes —contestó entre risas—, veo eso todos los días.

—¡Qué horror!, yo no aguantaría tanto —exclamó frunciendo el entrecejo—. Mi sentido pésame.

—Gracias —contestó Rosalba siguiéndole el juego.

—Me regalas dos bonos, porfa.

—Solo si tienes los dos carnets.

—Y aquí están.

Pese a ese inconveniente y otros dos más, ese día se le hizo un poco más amena la tarea de soportar los berrinches de aquellos pretenciosos estudiantes. Aquella chica, que según el carnet se llamaba Lía, le había contagiado su buen humor. Se notaba que era de esas personas desbordantes de energía, siempre con una sonrisa en su rostro y amiga de todos.

Rosalba siempre pensó lo bonito que hubiese sido tener una amiga como ella en su adolescencia, en esos años en qué más necesitó palabras de aliento para poder soportar su vida junto a su madre y padrastro. Todo habría sido tan diferente, tal vez menos doloroso. Y, sin embargo, tampoco podría aspirar a algo así aun estando libre de ataduras y reglas en casa.

Su vida independiente era más dura de lo que pensaba, el tiempo se le iba entre los quehaceres, sus tareas, los trabajos que le encargaban para tener un extra de dinero y el trabajo en el comedor. Era agotador, pero también era un sacrificio que estaba dispuesta hacer con tal de mejorar su situación económica.

—Ya casi es hora pico —anunció Diana—, ¿lista para la diversión?

—Aish, que mal chiste —se quejó entre risas.

Se colocó el delantal, los guantes, aquel gorro de mayas que le apretaba la cabeza y se ubicó en su lugar, recibiendo los platos solo para agregar el último ingrediente:

—¿Carne o pollo? —preguntaba a cada estudiante.

Ese era su día a día, monotonía tras monotonía. Nada interesante sucedía, a menos que las discusiones en la taquilla cuente como algo emocionante. Sin embargo, por segunda vez volvía a cruzar miradas con aquella sonriente chica.

—Lía, ¿cierto? —indagó pensativa.

—La misma que canta y baila —contestó entre risas—, aquí molestando otra vez.

—Mientras no vengas con tu compañero, todo bien para mí —comentó con gracia.

—Qué horror —se quejó con una muñeca—, juntos en el mismo salón, pero no revueltos. ¡Gas!

—¿Carne o pollo? —reía ante su expresión.

—Pollo, el amor de mi vida.

—Sale el amor de tu vida —se burló entregado la bandeja con su almuerzo, completo y balanceado según la nutricionista de la universidad.

—Gracias, señorita graciosa.

—Rosalba —seguía riendo, pese a las miradas desesperadas de los demás en fila—, puedes decirme Rosi.

—Genial, gracias Rosi —se despidió con una sonrisa ladeada y un guiño de ojo.

Aquel gesto le sorprendió, causándole un cosquilleo extraño en su pecho. Sin embargo, se vio obligada a centrar su atención en los estudiantes quejosos y hambrientos que esperaban su almuerzo.

—¿Carne o pollo? —continuó preguntando.

Las cuatro de la tarde habían llegado, justo después de terminar de lavar todos y cada uno de los utensilios usados, los platos y vasos que muchos dejaban regados por todo el lugar. Era frustrante tener que, además de soportarlos, recogerles el desorden como si estuviesen en su casa. De nada servía las charlas y correos con avisos de buena conducta por parte de la universidad, de igual forma aquello se repetía todos los días.

Rosalba caminó por los corredores de aquel campus, enorme y con algunos jardines donde podían sentarse a pasar el rato. Por primera vez en todo ese año, se detuvo a admirar cada parte de aquel lugar, aunque en el fondo, la razón de eso tenía una sonrisa deslumbrante. Tal vez la idea de tener una amiga no sea tan descabellada, la soledad no siempre era una buena compañía y Diana se lo había dicho muchas veces. Sin embargo, nadie conocido se cruzó por su camino.

Se encaminó a la biblioteca donde, usando uno de los computadores disponibles, redactó tres páginas de un ensayo que debía entregar a más tardar en media hora. Ese día en clases debía socializarlo, y el tiempo había pasado tan rápido que a duras penas logró terminar los dos que le habían pagado con antelación. No era del todo honesto, pero le servía para completar la mensualidad y seguir con sus clases.

Salió de aquel campus rumbo a la corporación, deseando una vez más tener una suerte diferente y poder ser parte del cuerpo estudiantil de esa universidad. Pero ganando un mínimo, con servicios y renta que pagar, comida y demás gastos, muy poco le quedaba. Solo veintiún años tenía, pero cargaba con el estrés y cansancio de una persona que ha vivido hasta el doble de su edad.

—Solo un par de horas más y ya —se decía a sí misma para animarse—, no es mucho.

Como siempre, sus notas y desempeño eran los mejores en su clase. Amaba el mercadeo, el marketing, todo el proceso de publicidad y ventas, por eso se le hacía fácil e interesante leer por horas sobre el tema. Su sueño era poder estudiar ingeniería de mercadeo, pero no solo como una carrera tecnológica que era lo máximo que podía ofrecerle aquella corporación. Anhelaba tener el título profesional, un empleo digno y convertirse en jefa de mercadotecnia de alguna empresa grande. Por ello se esforzaba muchísimo, estudiaba y cumplía con sus deberes, y de vez en cuando, ofrecía clases particulares los domingos a quienes necesitaban una mano.

Era por eso mismo que siempre al llegar a su hogar, lo primero que hacía era revisar los pendientes, repasar un poco por si los sorprende con un test improvisado y después dormir. No tenía tiempo para charlas, conversaciones triviales hasta media noche, risas y distracciones. En su horario nada de eso tenía espacio, por más que lo quisiera o lo necesitara.

Sin embargo, por más que tratara de enfocarse en las prioridades y la meta que quería alcanzar, había momentos de debilidad donde se paraba a pensar en el «cómo sería mi vida si…». Podría incluso pasar horas lamentándose, soñando despierta e incluso llorando cuando el peso de la soledad le aplastaba el pecho. Quería cambiar su vida, deseaba que algo pasara, pero también se decía que nada llegaría por obra de magia a salvarla, solo ella podría buscar ese salvavidas.

—¿Y si ya llegó y no me di cuenta? —se preguntó entre sollozos—. Cuántas oportunidades no habré perdido.

Limpió de su rostro las lágrimas desperdiciadas, no quería verse débil ni siquiera ante ella misma. Un par de vueltas en la cama, y podría volver a dormir el tiempo que le quedaba, pero el estruendo de la alarma le advierte lo contrario. Un nuevo día empezó.

—¡Buenos días, mi niña! —saludó Diana de forma jocosa—. ¿Lista para la aventura?

—Aún no sé qué tomas por las mañanas para tener tanta energía —comentó Rosalba con un resoplido—, yo ni he terminado de poner un pie en el suelo cuando ya quiero matar a alguien.

—Endúlzate la vida, eres joven y bella, no lo desperdicies así —se burló—. Y de paso tomate un cafecito, lo necesitas.

—Y ustedes no desperdicien la mañana chachareando —se quejó su compañero.

—No seas chismoso —le riñeron ambas.

Empezó la rutina, ordenar y limpiar. Solo un poco de música podría entretener su ánimo tan gris, y, aun así, incluso eso falló. Esperaba no estallar durante su visita a la taquilla, no quería incidentes con nadie y aquella tarea se lo dejaba demasiado difícil. Pero, sobre todo, deseaba poder verla una vez más. Tal vez eso pudiese mejorar su estado de humor, de pronto su energía desbordante se le contagie una vez más y quizás, solo quizás, pueda iluminarla con su bella sonrisa.

—Soñar no cuesta nada —suspiró antes de abrir la ventanilla.

Gritos, escenas de celos, algarabía y colados en la fila, ¿cuándo acabaría todo eso? Se supone son jóvenes universitarios, la mayoría son mayores de edad, educados y formándose para ser profesiones. Entonces, ¿por qué no se comportan como tal? Iba a volverse loca con todo eso, solo esperaba que llegara el último estudiante y terminar con esa tortura. Poco a poco la fila se fue reduciendo, y la esperanza de verla disminuía con ello.

—Bon gia, señorita Rosi —saludó el rostro cachetón de Lía—, ¿qué tal el show de hoy?

Sin quererlo, suspiró de alivio y se permitió sonreír ante tan mal chiste.

—Tu sentido del humor es extraño, ¿sabes? —se burló.

—¡Oye, me ofendes! —replicó con fingida indignación—. ¿Cuál es el chisme del día?

—Querrás decir el menú del día —corrigió Rosalba entre risas.

—No, yo desayuno chisme —rectificó con mucha seriedad—, y viendo tu excelente vista panorámica me imagino cuántos shows no presenciarás, harto material debes tener, ¿eh?

—Qué mal te alimentas —se burló.

—Aliméntame entonces, ¿qué chismecito presenciaste hoy? —le dedicó una de sus miradas y sonrisas amplias, apoyando el rostro en ambas manos sobre el pequeño mostrados que las separaba.

—¿Una discusión por celos cuenta? —sugirió, sorprendida por la naturalidad de sus expresiones aún sin tener mucho interactuando.

—Basta y sobra para mí, soy toda oídos —contestó Lía acomodándose sobre la taquilla—, puedes estar tranquila, soy la última en la fila.

Rosalba sabía que muy probablemente la regañarían por distraerse durante su jornada, pero no podía evitar contagiarse de su buena vibra y su habladuría. ¿Cuántas veces podía charlar con alguien de temas tan simples? Sabía que lo necesita, distraerse así sea por unos pocos minutos con alguien ajeno a todo el drama que envuelve su vida, en especial día que amaneció tan depresiva. Una vez al año no hacía daño, así que desistió y continuó charlando por unos minutos más.

—No hay mucho contexto, solo lo que alcancé a escuchar de los curiosos que murmuraban demasiado alto —explicaba Rosalba—. Ya debo irme, se me hace tarde para empezar con el segundo acto del show.

—¿En serio? —hizo un puchero lastimero.

—Sí, lo que callamos los pobres —se burló.

—Está bien, pero ya sabes —advirtió con seriedad—, abre bien los oídos, la próxima telenovela puede desarrollarse justo en tus narices. Nos vemos luego.

—Claro, hasta luego —se despidió con un ápice de esperanza en su pecho.

Regresó a la cocina con el buen humor desprendiéndose por sus poros, tan evidente que nadie pasó desapercibida la enorme sonrisa en su rostro.

—Me encanta verte sonriendo, Rosi —decía Diana—, pero sabes que no puedes demorarte de más en la taquilla si ya se están empezando a vender los almuerzos.

—Lo siento, Didy, no volverá a pasar —se excusó aun sonriendo.

—¿Pero me contarás que pasó? —indagó sin poder ocultar la curiosidad.

—Claro, chismosa —contestó entre risas—, por ahora solo diré que creo que tengo una amiga, así que a trabajar.

—Ya era hora, niña, me estabas preocupando.

Aquellos chicos hacían fila con expresiones de desespero, como si hubiesen esperado más de dos horas para recibir su pedido. Sin embargo, Rosalba sentía que nada podría quitar esa sonrisa de su rostro, y así se mantendría hasta recibir una nueva dosis de buena vibra.

—¿Panza o hígado? —preguntaba sonriente.

Sin importar las malas caras, ella solo repartía sonrisas a diestra y siniestra. Hasta ahora se daba cuenta que podría también disfrutar de aquellos berrinches, burlándose muy en su interior de lo infantiles que podían ser los jóvenes en esos días, aun sabiendo que ella era parte de ese grupo.

—¿Estamos de buen humor o hay más chismes por contar? —indagó Lía entrando en su campo visual por segunda vez el mismo día.

—Digamos que ambas —contestó entre risas—, pero de almuerzo solo te puedo ofrecer panza o hígado, nada más.

—No se vale, pero bueno… —se quejó haciendo puchero—. Dame…

—Hígado —intervino la chica detrás de ella—, dale hígado por favor.

—No, yo quiero panza —replicó Lía un poco avergonzada, lanzando una ceñuda mirada a la chica en cuestión.

—Tienes la hemoglobina baja, te tragas el hígado o verás —le amenazó.

—Sale hígado —dijo Rosalba, entregado la bandeja con el almuerzo servido.

—¡Oye!

—El hígado te ayuda a subir defensas y hemoglobina —le explicó—, y está delicioso, ya lo probé.

—Bien, ganan esta vez nada más —expresó indignada, regresando su mirada ceñuda y cambiando a una amplia sonrisa—, nos vemos luego, cariño.

Una sonrisa ladeada y un guiño de ojo, así se despidió de ella pese al extraño momento. Y una vez más aquel cosquilleo en su pecho, acompañado esta vez por un acelerado palpitar causado por los nervios. Por un momento creyó que estaba de verdad molesta con ella, pero se dio cuenta que solo había sido dramatismo por parte de Lía.

—¡Dramática! —suspiró aquella chica—. Perdona por meterte en esto, de lo contrario no come hoy la cabezona esa.

—Tranquila, fue divertido —aseguró Rosalba sin más.

No reparó en nada más, ni la cercanía de ambas chicas ni las miradas curiosas de otros detrás de ella al notar su interés en Lía. Nada de eso le fue relevante en ese momento, en la cabeza de Rosalba solo se podía escuchar las últimas palabras de Lía una y otra vez.

«Nos vemos luego, cariño» y no podía evitar emocionarse por eso.

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2 respuestas a «Aún más allá – 1»

  1. Avatar de Sol y Luna
    Sol y Luna

    Lia me representa, modo dramatica

  2. Avatar de Sol y Luna
    Sol y Luna

    Me gusta, me gusta, cuando actualiza

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