Puerto Calavera.
Joya del océano.
Isla invitante y soñada, abrazada por el sol, por el viento y por el mar.
Paraíso de arena blanca y aguas cristalinas, lleno de magia, misterio y aventuras.
Un apacible atardecer de verano va llegando a su ocaso, pleno de risas, de nadar en la piscina, de interminables batallas de agua fresca, de andar en bici con los amigos, de jugar a las escondidas, de volar hacia el cielo en columpio, de tomar chocolatada con la maravillosa tarta de frutillas de la abuela Clarita.
Y de helados.
¡Muchos helados!
La noche comienza a dominar el cielo y, entre luciérnagas centelleantes, picaflores trabajadores y grillos parlanchines, tres audaces mozalbetes, Faustina, Avril y Francisco juegan a la mancha agachadita.
Corren, tropiezan, se atrapan, mientras sus caritas se van tiñendo del tono multicolor de la risa.
El aire se va impregnando suavemente del perfume de las flores, del aroma del pasto recién cortado, del olor del mar. De ese mar profundo que, a cada instante, abraza a sus traviesos invitados con cariño y alegría.
Entre carcajadas y correteos, cuando ya casi no queda ni un pequeño rayo de sol, una puerta se cierra con brusquedad. Y, desde las sombras, surge la silueta del intrépido Bruno, caminando con resolución por el jardín en dirección a la calle.
¡Doce años de pura determinación!
– Bru…, ¡esperá! ¿Adónde vas? – le pregunta Fausti, corriendo tras él.
El muchacho la mira con evidente desdén, mientras prosigue su camino con paso rápido.
– ¡Al muelle!
Fausti procura seguir su ritmo, obstinada y con la lengua de afuera, hasta que logra plantarse frente él. ¡Vaya que camina ligero el gordito!
– ¿Al muelle? ¿Otra vez? ¡Ya sabés que papá y mamá no nos dejan ir a esta hora! – le espeta con los brazos en jarra – ¡Y, mucho menos, solos!
– ¡No me importa! ¡Voy a ir otra vez! ¡Soy grande y no tengo miedo! Es muy importante que vaya, así que dejame pasar.
– ¿Y por qué es tan importante? – pregunta Fran, interponiéndose también en su camino.
Huele a travesura. A una aventura más en la que Bruno piensa dejarlos afuera. ¡No, de ningún modo! ¡No lo dejarán pasar tan fácilmente!
Avril, dándose cuenta de las intenciones de sus amigos, se suma “distraídamente” a la barricada.
– Voy a investigar el barco abandonado. ¡Anoche había unos hombres muy extraños en él!
– ¿En el Azufre? – pregunta Avril, con la voz llena de temor.
– ¡Jajajaja! ¡Qué mentiroso! – se burla Francisco, riendo a carcajadas y señalándolo con el dedo como si estuviera loco.
– ¡No soy mentiroso! ¡Eran piratas! ¡Estoy seguro!
– ¡Jajajaja! ¡Piratas, dice! ¡Me parece que estás viendo mucha tele, hermanito!
– ¡No me importa lo que digas, Fausti! ¡Voy a ir al muelle y punto!
– ¡Vamos con vos!
– ¡Ni loco, nena! ¡Esta no es una investigación para chiquitos cobardes como ustedes!
– ¡Nosotros no somos chiquitos! ¿O dónde viste vos un bebé de siete años? – protesta Fran, quién parece creer que sólo los bebés son chiquitos.
– ¡Nueve!
– ¡Once! ¡Dale! ¡Llevanos! – le pide Avril – ¡Nos portamos bien!
– ¡No! ¡Voy a ir yo solo! Así que no me molesten más y…, ¡déjenme pasar!
– Si no nos llevás, le voy a contar a mamá que te escapaste.
– Si vos le contás a mamá que me escapé, yo le digo que fueron ustedes tres los que anoche se comieron todo el pote de dulce de leche.
Los peques se miran consternados. Tal parece que sus excursiones nocturnas a la cocina, no eran tan secretas como parecían.
– ¡Eso no es justo! – dicen a coro.
– La vida no es justa. Es bueno que lo vayan aprendiendo desde ahora. Así que, mientras lo aprenden, ¡yo me voy al muelle a cazar piratas! ¡No se lo cuenten a nadie! ¡Y no me sigan!
Por supuesto, ¡seguirlo fue lo único que se les ocurrió!
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– ¡Soy grande! ¡No tengo miedo! ¡Mire si me va a dar miedo esta oscuridad de morondanga! ¡Ay! ¿Qué fue eso? ¡Ah! ¡Jajajajaja! Fue mi sombra.
Aún en pleno verano, una vez cae la noche, el muelle se ve abandonado, tenebroso y tan oscuro como un pantano . Ni el más valiente entre los valientes, se atreve a visitarlo.
Salvo Bruno.
Que allá va, cruzando el viejo puente de madera, castañeteando los dientes y apretando con fuerza su moneda de la suerte, dispuesto a confirmar sus terribles sospechas.
– Fausti y sus amigos siempre están metiéndose en mis cosas. ¡Gurrumines miedosos y entrometidos!
Hay muchas leyendas en torno a Calavera, una legendaria isla pirata, que fue refugio de muchos bandidos y asaltantes, y hoy es un pintoresco pueblo de pescadores que, año a año, abre sus puertas para recibir turistas aventureros.
Hay quién dice que en ese muelle, hogar de muchos galeones sin dueño, andorrea por las noches el fantasma del malvado capitán Marshmallow junto a su siniestra tripulación.
– ¿Y si me lo encuentro? ¿Le tiro con la linterna? No traigo ninguna otra cosa para defenderme. ¡No! Tranquilo, Bru, no tengas miedo. ¡Los fantasmas no existen! ¡Creo!
Bruno camina con lentitud, iluminando su andar con su poco generosa linterna, mientras las pícaras olas lo salpican de fría espuma y el viento juega a ser lobo aullante por un ratito.
– ¿Y si mejor me voy a casa?
Duda.
En casa hay helado de chocolate y aquí tan sólo ratas asustadas. Y, aunque no quiera admitirlo, él también se está asustando.
Quiere correr a los brazos de papá y mamá, donde el viento no ruja, la oscuridad no lo amenace y no tenga absolutamente nada que demostrar.
Entonces, el “lobo” le trae un sonido.
– ¡Música!
A lo lejos, resuenan voces que ríen y cantan. No, no es una canción armoniosa. Es un estrepitoso canto de borrachos. Un canto malévolo, pertinaz y amenazante. Pero, ¿de dónde viene?
Fantasmas o no fantasmas, Bruno continúa caminando, siguiendo el desafinado sonido de cuernos y gaitas. Parece venir de la zona más alejada y oscura del embarcadero. Se detiene y vuelve a dudar.
– ¿Helado o piratas? – se pregunta – ¡Dificil elección!
Decidiéndose, avanza hacia la, cada vez, más profunda oscuridad. Temor y curiosidad crecen a cada paso. Avanza como hipnotizado, como si una mano invisible lo empujara implacablemente hacia el peligro.
Y, de pronto…, ¡una explosión de luz y sonido!
Porque, frente a él, surge un barco de aspecto colosal, de gigantescas velas negras y una siniestra calavera pintada en ellas. Un barco que conoce demasiado bien, ese malvado barco que es la causa de todos sus desvelos de vacaciones y lo persigue hasta en sus sueños.
– ¡El Azufre!
Esta vez, el bergantín se encuentra lleno de vida. Hay hombres por todas partes. Hombres barbudos y zaparrastrosos, cantando y bebiendo a la luz de un millón de farolitos fosforescentes.
Bruno los observa con tanta fascinación, que no se da cuenta de que un corsario de larga melena enmarañada, parche en el ojo y dientes podridos, se acerca a él con sonrisa amistosa.
– ¡Vaya, vaya! Pero, ¿qué tenemos aquí? ¿Un nuevo aspirante?
El muchacho lo mira sobresaltado. Conoce tan de memoria todas esas historias que cuentan viejos y pescadores, que sabe perfectamente quién le está dirigiendo la palabra en ese momento.
¡El viejo capitán Marshmallow en persona!
¿O será su fantasma?
– Eeeeehhh…, ¡no! ¡Yo sólo estaba mirando!
– ¿Mirando? ¡Qué interesante! ¿Y no te gustaría mirar un poquito más de cerca.
Bruno da un paso atrás.
– ¡No, señor! Mi mamá no me deja.
– ¡Ah! Pero, ¡qué bien! Un chico valiente y obediente. ¡Justo lo que estaba buscando! ¡Serías un fabuloso segundo al mando! ¿Te imaginás? ¡Viajes, tesoros, buena comida! El sueño de muchos hombres inteligentes…, ¡así como lo sos vos! Porque vos sos un hombre inteligente, ¿verdad?
– Disculpe, capitán. Ya me tengo que ir.
– ¿Y por qué tanta prisa? Ya que viniste hasta aquí, ¿no te gustaría echarle un vistazo al barco? ¿No es una preciosidad?
Lo es. Y le encantaría abordarlo y conocer cada uno de sus rincones. ¡Sería el sueño de su vida! Pero Bruno sabe que esa astuta sonrisa de caimán no es sincera, así que lo mejor es dar el silencio como única respuesta.
– ¿Y una vueltecita? ¿No me vas a decir que no te gustaría dar un paseíto en mi galeón? Es el más grande y hermoso de todo Calavera.
La moneda de plata se incrusta en la mano del chico. Así de fuerte la está apretando. El pirata se da cuenta y decide cambiar su estrategia. El chico es valiente e inteligente, y lo quiere en su tripulación.
– ¡A ver! Enseñame tus manos. ¿Qué es eso que tenés ahí?
– ¿Esto? – extiende la mano y le muestra – Mi moneda de la suerte. La llevo conmigo a todas partes para que me proteja.
– ¡Oh, qué interesante! – responde Marshmallow, chasqueando los dedos – Es de plata, ¿no? ¡Muy valiosa! ¿Cómo la conseguiste?
– Me la regaló mi abuela Clarita cuando nací. ¡Es la cosa que más quiero en el mundo y nunca me separo de ella! Y, ahora, le agradezco su amabilidad, capitán. Pero ya tengo que irme a casa.
– Pero, ¿por qué? Si aún no he podido darte muestras de mi hospitalidad.
– Otro día…
– ¡Ahora!
Es entonces, cuando Bruno se da cuenta de que está rodeado de varios hombres con cara de pocos amigos, en tanto un sable le apunta directamente al estómago, como un mal presagio.
– ¡Sed bienvenido al Azufre, mi querido grumete! ¡Me parece que tu buena suerte acaba de cambiar!
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– Alguien que me explique, ¿por qué no estamos en casa comiendo dulce de leche? Ups…, ¡cierto que se acabó!
Fausti, Avril y Fran caminan por el siniestro muelle, tomados de la mano, iluminándose con linternas y mirando a todas partes, con cómico temor.
– Fran…, vos tendrías que ir delante nuestro y protegernos. ¿Para qué sos el hombre de este grupo? ¡A ver!
– ¡No, Avril! Vos sos la más grande y yo soy el menos grande, y a mí me enseñaron a respetar las jerarquías. Así que, con o sin tu permiso…, ¡acá atrás estoy perfectísimamente!
– ¡Te quedás atrás porque sos un cobarde! – tercia Fausti.
– ¡Patrañas!
Pero ella también tiene miedo. ¡Y mucho!
El muelle está lleno de melodías familiares y, a la vez, extrañas. El sonido de las olas, la madera crujiente de los barcos, alguna gaviota remolona revoloteando, y las ratas jugando carreritas.
¡Y el aullido del viento que, cual lobo enojado, no deja de rugir!
No se ve ni la sombra de su hermano. Y eso que ya están llegando a la parte más tenebrosa y alejada del embarcadero. ¿Dónde se habrá metido?
– Chicos, ¡miren esto! – grita Avril.
Faustina y Francisco se acercan a mirar, y retroceden espantados. En el suelo hay un pedazo de trapo negro con una fea calavera que los mira maliciosamente. Y, junto a ella, la reluciente moneda de la suerte de Bruno.
Pero, ¿dónde está Bruno!
– ¡Fa… fafa… fafa…! ¡Fantasmas!
– ¡No, Fran! A mi hermano no se lo llevó ningún fantasma. ¡Seguro nos está jugando una broma! ¡Bruuuuuuu!
El trío comienza a llamar a Bruno a voz en grito, pero no obtiene respuesta alguna.
– Chicos…, ¿y si mejor nos vamos? Seguro ya está en casa, delatándonos con lo del dulce de leche. Tomemos la moneda y el trapo, y volvamos nosotros también. ¡Sino nos van a retar! – propone Avril.
– ¡Tiene miedo, tiene miedo!
– ¡Basta, Fran! ¡Vos también tenés miedo, chiquito!
– ¡Yo no soy chiquito!
– Chicos…, ¡miren! ¡El Azufre! ¡El Azufre ya no está!
– ¡Ay, Fausti! ¿Cómo no va a estar?
– ¡Es un barco fantasma! – replica Fran – ¿Adónde se va a ir?
– ¡Pues miren! ¿Ustedes lo ven por algún lado? ¡Porque yo no!
Fausti tiene razón. El Azufre, el barco más grande de todos los que están abandonados en el muelle, ha desaparecido sin dejar rastro. ¿Pero quién pudo llevárselo? ¿Los piratas?
– ¡Bruno se llevó el barco! ¡Seguro! Ya saben cómo es mi hermano.
– Pero, ¿por qué iba a dejar la moneda abandonada? ¿No lo habrán secuestrado los piratas? – se pregunta Avril, preocupada.
– ¡No! Bruno es valiente. ¡Seguro fue él quién secuestró a los piratas! ¡Y nos dejó su moneda para avisarnos! – razona Fran.
– ¡No es justo! ¿Por qué siempre es mi hermano el que tiene las aventuras más increíbles y nosotros no? – protesta Fausti.
– ¿Porque somos chiquitos? ¡Uy, se me escapó!
– ¡No, Fran! Tenemos siete, nueve y once. Según tu razonamiento ya somos ancianos.
– ¿Ancianos? Creo que prefiero ser bebé.
– Bebés, ancianos o lo que sea, es mejor que nos vayamos a casa. Ya es muy tarde y se van a preocupar por nosotros. – dice Avril – Además tu hermano ya debe estar ahí.
– ¿Y si no está?
– ¡Tiene que estar!
– Esté o no esté, ¡ni una palabra a nadie!
– Pero Fausti…
– ¡A nadie! ¿O querés que nos reten por lo del dulce de leche?
– No. Pero…
– Entonces, ¡ya está! ¡Es nuestro secreto! – resuelve la niña, guardándose la moneda en el bolsillo y mirando el trapo fijamente.
Sabe que ese feo trapo negro tiene todas las respuestas.
Avril y Fran se acercan y, junto a ella, contemplan la terrible calavera pintada en él.
Y, entonces, retroceden aterrados.
Porque la espantosa imagen acaba de guiñarles un ojo y sacarles la lengua en señal de burla. ¿Tienen lengua las calaveras?
– ¡El último en llegar a casa es un huevo podrido! – ése es Fran.
Y, como ninguno quiere ser un huevo podrido, no les alcanzan los pies para atravesar el puente y llegar rápidamente a casa.
¡A esconderse debajo de la cama!
¡Porque si hay valentía que se note!
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¡Todos los padres son iguales!
Fausti, Avril y Fran son invitados a encerrarse en su habitación ni bien atraviesan la puerta. No hay lugar a preguntas ni explicaciones. ¡Discriminados por ser “ingrandes”! ¡Siempre lo mismo!
El panorama es desolador.
Bruno no ha regresado, y su mamá Laura llora desconsoladamente, abrazada a su esposo Federico.
La casa está rodeada de policías y patrulleros de luces monótonas.
Rojo, azul, rojo, azul, rojo, azul.
Si no fuera un momento tan trágico, se echarían a reir a carcajadas.
– Tranquilícese, señora. Estamos haciendo todo lo que podemos.
– ¿Sí? Pero no aparece. ¿Dónde está mi hijo?
– Debe haberse perdido en el pueblo. No se preocupe. ¡Seguro lo encontramos enseguida!
– ¡Voy con ustedes!
– Pero Lau…
– Señora, es mejor que se quede en casa. Puede que el chico aparezca solo o haya alguna novedad.
– ¡Queremos ayudar!
– Créame, señora. La mejor ayuda que pueden ofrecernos ahora es que se queden aquí. Todo va a estar bien. ¡Se lo prometo!
Faustina y Avril cruzan miradas preocupadas. Miran la moneda y el trapo. La calavera les devuelve la mirada, maliciosa y desafiante.
– Fausti…, hay que decirles. – resuelve Avril.
– ¡No!
– Fausti…
– ¡No! ¡Lo prometimos!
– Pero, ¿no entendés? Si a Bruno le pasó algo, a lo mejor podemos ayudar a la policía a encontrarlo. ¡Son pistas! ¡No las podemos esconder!
– ¡A mi hermano no le pasó nada, Avril!
– ¿Cómo que no? ¡Está perdido, Faustina!
– ¡Ay, vos no conocés a Bruno! Esta es otra de sus travesuras para llamar la atención. Seguro está escondido por ahí y, en un rato, aparece muerto de la risa.
– Faustina, ¡mirame! – Avril le pone las manos sobre los hombros y la obliga a mirarla – A Bruno le pasó algo en el muelle. Tenemos que mostrarles lo que encontramos. Y decirles que el Azufre ya no está en el puerto.
– ¡Callate, nena! ¡Mi hermano está bien! – duda – ¿No?
– Fran, podrías ayudarme, ¿no?
Francisco, el más pequeño del clan, está hecho un bicho bolita sobre su cama blandita. Está asustado. Le dan miedo los policías. Le da miedo el llanto de Laura. Y, sobretodo, le da miedo la calavera del trapo negro. Le da mucho miedo que le vuelva a sacar la lengua, como hace un rato en el muelle.
– ¿Fran?
– A Bruno se lo llevaron los piratas. – responde con voz queda – Avril tiene razón. Hay que decirles.
Faustina comprende. ¿A quién le importa el dulce de leche cuando su hermano puede estar en peligro?
Mira la moneda y el trapo negro. Da un profundo suspiro. Y asiente.
– Está bien. ¡Les decimos!
Los tres se disponen a bajar al living con las pruebas, a contar su verdad, así desordenada y atropelladamente, como se dicen todas las verdades del mundo, cuando una voz autoritaria los obliga a detenerse.
– ¿Adónde creen que van, grumetes?
– ¿Y esa voz? – pregunta Avril, con voz temblorosa.
Faustina y Francisco se abrazan a ella, mirando en todas direcciones. ¡Los piratas! ¡Los piratas los han encontrado y vienen a llevárselos!
– ¡Atención, marineros! ¡Firrrrrmes! ¡Prepárense para el abordaje!
Los tres se lo quedan mirando con ojos de dos de oro, frotándoselos como si no pudieran creer lo que están viendo.
Porque quién los está arengando con tanta energía…, ¡es Ukelele! ¡El oso de peluche favorito de Fausti! ¡El que duerme con ella cada día y cada noche, llueva, truene o haga sol!
– ¿Por qué me miran con esa cara? Ya sé…, seguro nunca vieron a alguien tan hermoso, mitad oso panda y mitad unicornio. ¡Soy una maravilla, lo sé! Pero, si les parece, pueden demostrarme su admiración en otro momento. Marineros…, esta es nuestra gran oportunidad de vivir una gran aventura y, de paso, traer a ese mequetrefe de Bruno de vuelta a casa. ¡El Quimera ya está listo para zarpar! ¡Andando! ¡Vamos! ¿Qué esperan? ¡Paso redoblado! ¡Ya! ¡Un, dos, tres, cuatro! ¡Un, dos, tres, cuatro!
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El fresco amanecer los encuentra ya en altamar.
El capitán Ukelele va y viene, escupiendo órdenes a su novata tripulación.
Avril está en la cofa, desempeñando el papel de intrépida vigía. En ese lugar debería ir Fran, pero el muy gallina le tiene miedo a las alturas y se marea. Así que se lo ve un tanto verdoso, vomitando por la borda.
Fausti, con un espléndido tricornio negro sobre sus largos cabellos castaños y un gran sable envainado, es la simpática timonel del grupo, quién guiará a la tropa en esta peligrosa misión de rescate.
Eso, siempre y cuando logre ponerse de acuerdo con Ukelele, ¡que está resultando ser un oso bastante quisquilloso!
– Avril, ¡más atención! Francisco, ¡un poco de compostura! Faustina, ¡el sombrero! Pero…, ¿qué clase de piratas son ustedes?
– ¡Uno que se marea, capi! – responde Fran, desfallecido.
– ¡Nosotros no somos piratas, don Ukelelito! – protesta Avril.
– ¡Este sombrero es demasiado grande! ¡Se me cae y no veo nada! – afirma Fausti.
– ¡Basta de reclamos o los hago caminar a todos por la plancha!
– ¡No, no! – suplican los tres.
– ¡Muy bien! Así me gusta, ¡que sean obedientes! Timonel, ¡treinta grados al este! ¡En marcha!
– Perdón…, ¿para dónde era que quedaba el este?
Ukelele se lo señala, poniendo los ojos en blanco.
– ¡Para allá, Fausti!
– ¡Gracias! ¿Hacia dónde nos dirigimos, capitán?
– Vamos al hogar de Marshmallow y sus hombres. ¡A la isla Tarapacá!
– ¡El fantasma! – chilla Fran – ¡Renuncio! ¡Tírenme a los tiburones! ¡Yo no voy!
– ¡Pará, Francisco! ¿A vos te parece que mi hermano se va ir de paseo tan contento con un fantasma?
– Pero…, ¿no escuchaste al capi? ¡Vamos a la casa del Más Malo!
– ¡Marshmallow, zoquetito mío! ¡Marshmallow!
– ¡Por eso! ¡Más malo! ¿Qué dije yo?
El capitán Ukelele suspira. ¡Eso le pasa por llevar a bordo marineros tan jóvenes! ¡Son demasiado pequeños para entender y hay que explicarles todo!
– ¡Capitán!
– Marineros…, ¡escúchenme! Debemos estar muy alertas y espabilados. El capitán Marshmallow es un sanguinario, un desalmado y, además, nunca se lava los dientes. ¡Es el terror de todos los mares! ¡Un ser extremadamente malvado!
– ¡Capitán!
– ¡Tenemos que pensar un plan perfecto para atacarlo por sorpresa y que Bruno vuelva a casa! ¡Marshmallow no es de fiar! Pero no se preocupen, mis pequeños corsarios. ¡Porque frente a ustedes tienen a un auténtico genio!
– ¡Capitáaaaaan!
– ¡Soy el oso más perfecto que el mundo haya conocido y…!
– ¡Capitáaaaaaaaaaaaaaaan!
– Pero…, ¿qué te pasa, Avril? ¿Por qué me interrumpís precisamente en el sublime momento en el que me estoy alabando?
– Siento mucho interrumpir su bello discurso, don Lelo, pero eso que está ahí…, por casualidad…, ¿no es el Azufre?
– ¡Y nos está apuntando con sus cañones! – grita Fran – ¡Hombre al agua! ¡Los gorditos primero!
– ¡Todos a sus puestos! ¡Zafarrancho de combate!
– Pero…, ¡si sólo somos cuatro, don Lelo! ¿Qué zafarrancho vamos a hacer?
– Avril, ¡cerrá el pico y quedate arriba guiando a Fausti! ¡Vos, Fausti, a fondo y a resistir! ¡Vamos, Fran! ¡Muévase, mijo! ¡Conmigo, a los cañones! ¡Volemos en pedacitos ese galeón! ¡Por Bruno!
– ¡Por Bruno!
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¡Y, entonces, Fausti lo ve! ¡Prisionero en la cofa del Azufre! ¡Miserables piratas!
– ¡No! ¡No disparen! ¡Paren todo! ¡Pareeeeeeeeen!
– Pero, ¿qué pasa ahora, Faustina? ¡Justo ahora que la cosa se empieza a poner interesante!
– ¡No entendés nada, Ukelele! ¡Resulta que Bruno no anda de paseo en el Azufre! ¡Lo tienen prisionero en la cofa del barco! ¡Mirá! – lo señala – ¡No podemos cañonear hasta sacarlo de ahí!
En su entusiasmo, nadie había prestado verdadera atención a la situación. Pero los piratas no sólo tienen secuestrado a Bruno en la cofa. ¡El Azufre está frente a ellos dispuesto a llenarlos de agujeros!
– Pero, ¿entonces qué vamos a hacer? – pregunta Avril, angustiada – ¡Son ellos o nosotros!
– ¡Gallina al agua! – grita Fran, siempre dispuesto a ser el primero en saltar por la borda.
– Fran, ¡orden, por favor!
– Lele… vos sos mi oso mágico, mi compañero, mi amigo. No sé cómo pasó, pero en este momento estás vivo. Podés hablar, caminar, mandonear. Hiciste aparecer el Quimera y con él llegamos hasta acá. ¡Seguro que algo podés inventar para que no nos hagan puré!
– ¡Jmmmmm!
– ¡Ukeleleeeeee!
– ¡Basta, Faustina! Este es uno de esos momentos en los que es preferible arreglar las cosas a la antigua usanza. ¡A los tiros! Pero…, ¡si me lo pedís de esa manera, prometo pensarlo! ¡Dame un par de días!
Fausti desenvaina su sable y, con determinación, apunta al pecho de Lele.
– Capitán Ukelele, vos sabés lo mucho que te adoro, pero… ¡esto es una orden!
– ¡Motín a bordo! ¡Motín a bordo!
– ¡Vamos, Lele! ¡Es la vida de mi hermano! Estoy completamente segura de que es mucho más divertido ser un valiente artillero que un aburrido capitán. ¿O no?
– ¡Ufa! Está bien, capitana Fausti. ¿Por qué no? ¡Hagamos un poco de magia!
El galeón enemigo dispara una salva de cañonazos contra el Quimera, pero en el preciso momento en que están a punto de darle alcance, este se desvanece como la niebla y aparece cuarenta grados al norte.
Los tripulantes del Azufre se miran con perplejidad y vuelven a disparar contra el bergantín, pero este vuelve a desvanecerse en el aire y reaparece sesenta grados al este.
Fausti, Ukelele, Avril y Fran se matan de la risa. ¡Podrían hacer esto todo el día! Pero como no tienen todo el día, ¡se les ocurre un plan!
– ¡Rumbo a Isla Tarapacá!
Y, sin que medie un solo disparo más, el Quimera desaparece de la vista envuelto en una neblina blanca.
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Mientras avanzan milla tras milla rumbo a la isla, Faustina y Ukelele intentan ponerse al día, tomando granadina en la cocina.
Aunque es muy difícil ponerse al día con un oso de peluche con el que nunca cruzó una palabra. ¡Y eso que es su mejor amigo!
Fuera, Avril se hace cargo del timón, en tanto que Fran, pese a su mareo y miedo a las alturas, está en la cofa haciendo de amarillento vigía.
– Lele, ¿cómo vamos a salvar a Bruno? Ellos son muchos más que nosotros.
– Fausti, vos sos una niña lista y valiente. No te preocupes. Nosotros nos hacemos cargo de los piratas. Vos ocupate de Marshmallow.
– Pero…, ¿cómo le voy a hacer frente a un fantasma?
– Pero, ¿qué caso le hacés a ese cobarde de Francisco? ¡Vos misma lo dijiste! No es ningún fantasma. Te aseguro que Marshmallow es un pestilente señor de carne y hueso. ¡Y lo de pestilente es en serio!
Fausti pone cara de preocupación. Ukelele le da un abrazo de oso. ¡Nunca mejor dicho!
– ¿Querés saber por qué soy mágico, y hablo, camino y mandoneo? Es porque soy el objeto que más querés en el mundo. Me llevás a todas partes, dormís conmigo todas las noches. No importa si Bruno o cualquiera de tus amigos se burlan de vos por tenerme tanto cariño. Soy tu oso de la guarda. Y, por eso, yo te cuido.
– Sos mi mejor amigo, Lele. ¡Y te quiero mucho!
– ¿Y sabés qué? La cosa que más quiere Bruno en el mundo es su moneda de plata. Es su amuleto de la buena suerte y ahora no lo tiene. ¡Por eso tiene tanto miedo y está tan triste! ¡Tenemos que devolvérsela y sacarlo de ese barco!
– ¿El ángel de la guarda de Bru es una moneda? ¡Jajajaja!
– ¡No te burles! Es un regalo de la abuela Clara, igual que vos, y él la lleva siempre consigo. La moneda siempre lo cuida, como yo te cuido a vos. ¡Lo único que se necesita es creer en la magia! ¡Porque la magia existe!
Por supuesto, tiene que ser Fran el encargado de romperla:
– ¡Isla Tarapallá a la vistaaaaaaa!
– ¡Ay, este Fran! ¿Cuándo aprenderá?
– ¡Isla Tarapallá! ¡Jajajajajaja!
– ¡Vamos, Fausti! ¡Es hora de rescatar a Bruno!
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Como por arte de magia, oso y peques aparecen en la mugrienta y destartalada cocina del Azufre.
El Quimera queda escondido de la vista tras un banco de niebla.
– ¡Yuk! Pero, ¡qué asco! ¿Nadie limpia en este lugar? – protesta Avril.
– ¡Piratas cochinos! – exclama Fran.
Ukelele agita el cuerno de su frente y, en un abrir y cerrar de ojos, no sólo la cocina queda inmaculada, sino que sobre mesas y barras aparecen pollos asados, langostas, estofado de cerdo, ensaladas de todo tipo. Y litros y litros y más litros de licor, vino y aguardiente.
– Estos hombres tan simpáticos hace días que no toman una comida decente. ¡Están al borde de un motín! ¿Qué les parece si les organizamos un banquete y los agasajamos como se merecen?
– ¿Y por qué para ellos sí y para nosotros no? ¡Tengo hambre! – protesta Fran.
– Mijo, ¿a usted no le dolía la panza? ¡Jajajajaja!
– Fran, ¡vos siempre pensando en comer! – protesta Fausti.
– ¡Jajajajaja! Estos hombres tan elegantes van a estar tan llenos y borrachos que no van a poder ni mantenerse en pie.
– ¡Sí, Avril! Y entonces, cuando caigan en brazos de Morfeo…, ¡zas! ¡Los tiramos a todos por la borda!
– ¿En brazos de quién?
– ¡Ay, Dios mío, ten piedad de este oso tan fabuloso! Marineros…, no tenemos tiempo ahora para preguntas tontas. Otro día se los explico con mucho gusto.
– Señor Ukelele, ¡yo quiero una patita de pollo! ¡Dele, no sea malito! ¡Sólo una! ¡Tengo mucha hambre!
– ¡Nooooo, Fran! ¡Basta de pensar en comer!
– ¡Una solita! ¡Porfiii!
– ¡Que no! Esta comida es para los buenos muchachos que en este galeón viajan, y nosotros vamos a servírsela. ¡Miren! ¡El olorcito es tan tentador que ya comienzan a bajar los primeros comensales! ¡Es el momento, mi capitana! ¡Rescatemos a Bru!
– ¡Por Bruuuu!
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– Pero, ¿dónde se habrá metido esta bola de mentecatos? ¡Morgaaaaan! ¡Smiiiiiith!
Ninguno de sus malvados piratas se encuentra a la vista. ¿Y ese olor que llega desde la cocina es olor a comida? ¡Pero si no quedaban víveres! Seguro los muy bribones están asando una rata. ¡Una o un par!
– Y tú, amiguito…, ¡no quiero ver una sola brizna de mugre en toda la cubierta! ¿Entendido?
Bruno, muy enfadado, da una patada a la cubeta llena de agua y jabón, que se derrama por todo el suelo.
– ¡Limpiala vos, capitán Más Malo! ¡Yo quiero ir a mi casa con mi mamá y mi papá!
– ¡Ay, el pobrecito ahora quiere ir con su mamá! Pero…, ¡para jugar al detective ni te acordaste de ella! ¡Jajajajaja! ¡Vamos, grumete! Ahora en castigo por volcar la cubeta, además de limpiar toda la cubierta, vas a tener que lustrarme las botas, cepillarme los dientes y preparar la cena para toda la tripulación.
– ¡Yo no soy tu grumete! ¡Y que venga tu abuela a cocinarte una rata asada, que es lo único que hay en este barco mugriento!
– Mocoso insolente, ¡vas a hacer lo que yo te mande! – desenvaina la espada.
Asustado, Bruno toma la cubeta vacía y se la arroja al capitán por la cabeza, pero no le acierta. Su puntería nunca fue demasiado buena. ¡Si al menos tuviera su moneda de plata para protegerse!
Encolerizado, Marshmallow llama a gritos a sus hombres, pero ninguno acude en respuesta. Escucha risas y cantos provenientes de la cocina. Pero…, ¿es que acaso tiene más valor una rata asada que su magnífico capitán?
Amenazante y con la espada desenvainada, avanza hacia el chico. Bruno se encoge de miedo.
– ¡Vamos! ¡A la cofa!
– ¡No!
– Entonces, ¡cantá una canción!
– ¡Que te cante tu madrina!
– ¡Afilá los cuchillos!
– ¡Ni loco!
El capitán lo toma del brazo y lo zarandea.
– Te di la oportunidad de tu vida, mocoso. Ser el grumete del mejor barco del mundo bajo las órdenes del más grande capitán que hayas conocido. Tener lo mejor de lo mejor: buena comida, viajes, riquezas. ¡Hasta podías llegar a ser mi sucesor! Pero bueno…, elegiste ser comida de tiburones. ¡Qué lástima!
¡La plancha! El capitán Más Malo lo condena a caminar por la plancha y terminar en el fondo del mar.
¡Por desobediente! ¡Por no hacer caso a mamá y a papá! ¡Y por haber perdido su moneda de la suerte!
Si, al menos, hubiera escuchado a la entrometida de Fausti, ahora estaría en Puerto Calavera, con su familia, comiendo milanesas con papas fritas y tomando jugo de naranja.
Camina por la plancha con lágrimas en los ojos y una espada tras de sí, dispuesta a atravesarle el corazón. Ve ante sus ojos el inmenso océano de azul intenso, dispuesto a abrir su enorme boca y tragárselo. ¿O no?
¿Le parece a él o el océano acaba de hacerle una guiñada?
Suspira. Da el último paso.
– ¡Noooooo! ¡Bruuuu!
Capitán y niño se dan vuelta consternados, y la ven.
¡Apenas una niña de nueve años, de alborotado cabello castaño, mirada fiera, remera a rayas, un tricornio más grande que su cabeza y un enorme sable en la mano!
– ¿Fausti?
– ¡A tus órdenes, hermano!
– ¡Morgannnnn! ¡Smiiiiith! ¿Dónde están todos? ¡Zafarrancho de combate!
– Me temo que la tripulación está muy ocupada haciendo una siestita en el fondo del mar. ¡Así que somos vos y yo, Más Malo!
– ¡Jajajaja! ¿Y con ese tamaño pensás que sos rival para mí…, ternurita?
– ¡En garde, caballero!
– Faustina, ¡nooooo!
El capitán se abalanza sobre la pequeña dispuesto a dar una estocada mortal, pero ella lo esquiva. Es una niña delgada y ágil en combate contra un pirata gordo y viejo.
Faustina bosteza. ¡Es pan comido!
El acero de las espadas produce violentas chispas al chocar. ¡Una vez! ¡Y otra! ¡Y otra más! Vuelan tantas chispas que el Azufre corre el riesgo de comenzar a arder, ¡como el azufre!
Fausti es una excelente espadachina. Y una gran acróbata.
Corre, salta, se columpia en las sogas y trepa por los palos del barco. Tiene que llegar hasta su hermano y devolverle su moneda, su amuleto de la suerte. Para que ya no tenga miedo. Para que ya no esté triste. ¡Nunca más!
Bruno se baja de la plancha desconcertado, sin saber cómo ayudar. Se queda en cubierta mirando la batalla con los ojos muy abiertos y los brazos cruzados.
– Faustina, ¡bajate de ahí! ¿Qué hacés en la cofa? ¡Te vas a caer!
– ¡Atrapala!
– ¿Qué atrape qué?
– ¡Siempre el mismo bobo!
Y, entonces, la ve caer. Justo entre sus manos. La atrapa con una sonrisa. ¡Su moneda de plata! ¡Su moneda favorita! Se le ilumina la mirada.
¡Qué valiente es su hermana! ¡Mucho más valiente que él!
– ¡La encontraste!
– ¡En el muelle!
– ¿Me seguiste? Pero…, ¡te dije que no me siguieras, enana entrometida!
– En otro momento tenemos esta encantadora discusión, si no te molesta. Ahora estoy un poquito ocupada.
Fausti se columpia en una cuerda hasta aterrizar de pie sobre la plancha, siempre en posición de combate. A Más Malo se lo nota cansado. ¡Pronto terminará el juego!
– ¡Qué bueno que me ahorres el trabajo de hacerte caminar por la plancha! ¡Los tiburones te están esperando!
– ¡Iujúuu, Más Malo! ¡Vení a buscarme! ¡A que no me atrapás!
Pero algo sale mal. Fausti se resbala y cae sobre la plancha. El sable resbala de sus pequeñas manos. El corsario, con una sonrisa espeluznante y los ojos llenos de maldad, se acerca lentamente dispuesto a cortarle la cabeza y tirarla al mar.
Faustina se acurruca, indefensa.
– ¡Una excelente espadachina! Habrías tenido mucho éxito a mi lado. Pero…, ¡lástima! Elegiste el bando equivocado. Ha sido un placer…, ternurita. ¡Saludos a Tritón! ¡Jajajaja!
– ¡Nooooo! – grita Bruno, apretando la moneda entre sus manos, sin saber qué hacer, desesperado.
– Bruno…, ¡te quiero!
– ¡Demasiadas palabras! ¡Terminemos con esto! ¡Después te toca a vos!
Pero cuando está por dar su estocada final, es el siniestro capitán quién mágicamente tropieza con el sable de Fausti, caído sobre la plancha, pierde el equilibrio y sale volando hacia el infinito mar azul, a hacerle compañía a su borracha tripulación.
Tiburones, cocodrilos y pirañas hoy tienen fiesta.
×-×-×-×-×-×-×-×-×-×-×-×-×-×-×-×-×-×-×-×-×-×
Hermano y hermana se abrazan.
– ¿Estás bien? – preguntan los dos a la vez.
Los dos mienten muy bien. Ninguno quiere quedar como un cobarde frente al otro.
– ¡Yo sí, nene! ¡No me asuste ni un poquito!
– ¡Yo tampoco! Pero, ¿cómo llegaste acá sola? Si no se ve ningún otro barco.
– ¡No vine sola! ¡Mirá!
¡Ahí están ellos! ¡Los amigos chiquitines de su gurrumina hermana! Que no son tan chiquitines. Y que, ahora, son también sus amigos. ¡Avril, Fran…! ¿Y Ukelele, el oso favorito de Fausti? ¡Vaya un equipo de rescate! Cuando lo cuente a sus amigos, ninguno le va a creer.
– ¿Qué hace tu oso acá?
– Es mi oso de la guarda.
– ¿Tu qué? ¡Jajajajaja!
– ¡Mi oso de la guarda! Es como tu moneda de la suerte. Después de mamá, papá, los abus, nuestros amigos, vos para mí y yo para vos, esto es lo que más queremos en el mundo. ¡Y ellos lo saben! ¡Por eso nos cuidan! Así que no te rías, que es mejor tener un ángel oso que un ángel moneda.
– Fausti…, pero…, ¡es un osito!
– ¡Más respeto con el osito! ¡Porque estás hablando del osito más hermoso, listo, astuto y fabuloso del mundo!
– Y modesto – tercia Fausti, poniendo los ojos en blanco.
Bruno da un salto hacia atrás, asustado, y trata de apartar a su hermana de ese bicho embrujado. ¿Así que entonces sí existen los fantasmas?
– ¡Cuidado, Faustina!
– Tranquilo, Bru. Él nos cuida.
– Pero…, ¡si está hablando!
– ¡Tiene miedo, tiene miedo! – se burla Fran.
– ¡Ukelele es nuestro amigo! Fue él quién nos trajo hasta acá para salvarte. Nos prestó su barco, nos escondió durante los cañonazos y nos ayudó con los piratas del Más Malo ese.
– ¡Marshmallow, Fausti! ¡Se dice Marshmallow!
– A esta altura ya no creo que le importe demasiado. – suspira Avril.
– ¡Misión cumplida! – afirma Fausti – Creo que ya podemos irnos.
– Sí. Pero antes de volver a casa, quiero darles las gracias por haber venido a rescatarme, aunque me haya burlado y los haya llamado “chiquitos”. ¡Y, sobretodo, quiero agradecerte a vos, Fausti, porque arriesgaste tu vida por mí, me devolviste mi moneda y, con ella mi sonrisa y mi valor, y me enseñaste lo que uno es capaz de hacer cuando ama a una persona! ¡Te quiero mucho, enana entrometida! ¡Sos la mejor hermana de todo el mundo mundial!
– ¡No me digas “enana»! ¡Y yo te quiero más! – lo abraza.
Avril y Fran aplauden alborozados.
– Marineros…, yo también tengo algo que decirles. Voy a llevarlos, y a esta loca aventura, guardados en mi corazón de trapo para siempre. Pero, cuando volvamos a casa, ya no podré hablar, caminar ni abrazar. ¡Ni mandonear! Volveré a ser un oso de peluche como todos los demás y…
– ¡No, Ukelele! Vos no sos un oso como todos los demás. ¡Sos un oso valiente y mi mejor amigo! Siempre vas a ir conmigo adonde yo vaya. Y vas a dormir conmigo todas las noches de mi vida. ¡No sos un oso cualquiera, capitán Lele!
– ¿Capitán?
– Sí. Acabo de darme cuenta de que prefiero ser timonel. ¿Nos harías los honores, por favor?
Y, así, los cinco vuelven triunfantes y riendo a carcajadas a Puerto Calavera. ¡A paso de calavera!
¡Ojalá aún quede un pedacito de esa torta de frutillas celestial!
¡Es que andar cazando piratas da mucha hambre!
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Puerto Calavera.
¡Un día más de vacaciones!
Otro plácido día de verano lleno de granadina, de torta de chocolate, de jugar a la mancha, de perseguir mariposas, de hamacarse bien alto y andar en monopatín.
Otro día más junto al mar, ese mar que juega con sus pequeños visitantes y los abraza con tanto cariño y ternura.
Faustina, Bruno, Avril y Francisco juegan en la orilla a hacer castillos de arena. El capitán Ukelele los acompaña, inmóvil, sentado junto a un baldecito.
Todos miran en dirección al muelle.
– ¿Vendrán más piratas? – se pregunta Bru.
– ¡Noooooo! ¡No quiero ver otro pirata en mi vida! – sentencia Fran.
– ¡Miedoso! – se burla Avril.
– ¡Miren ahí! – exclama Fausti – ¿Qué es eso?
El viento juguetón hace flotar hasta el castillo un pedazo de trapo negro. Tiene pintada una fea calavera blanca que los mira fijamente, les hace una guiñada y les saca la lengua con total desparpajo.
Sin comprender, los chicos se vuelven a mirar al capitán Lele.
Eso que ven en su cara no es una sonrisa, ¿verdad?
¿O quizás sí?
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