Enya – I

Era el quinceavo día que caminaba sobre la terracería aplanada. La primera semana fue un incordio, pero conforme mis heridas sanaban y mejoraba el camino había mejorado. En ningún amanecer o anochecer había tenido problemas para comer, conseguir algún lugar donde dormir o ser hostigada por alguien. La creencia que daba mi apariencia masculina parecía tenerme la vida asegurada.

—¿De dónde es usted?

Esa había sido la primera pregunta que me hicieron en el segundo pueblo de Maleda al que llegué por la noche.

—Soy del noreste de este principado.

—Ha, es un sitio difícil ¿cierto? Muchos tunantes por las calles del pueblo del noreste.

—Así es.

Me esforzaba por hablar lo menos posible y cuando lo hacía fingía la voz más gruesa posible, aunque también cuidaba que sonara natural. Lo cierto es que, si parecía un varón, uno joven y debilucho, pero al fin un varón.

—Eres muy pequeño, ¿por eso escapaste de ahí?

—Algo así

—No te preocupes, ya serás mayor y crecerás.

Lo cierto es que yo ya estaba en la veintena de años y era toda una solterona, pero si los demás suponían que yo era un crío iba a aceptar cuanto me viniera encima para salirme con la mía y no ser descubierta. Había simples reglas para quienes vivíamos en cualquier parte de Lergolla. No asesinar o serías apresado de por vida, no robar o cortarían tus manos en castigo, no debías cometer delitos con tus ojos o tu lengua si es que querías conservarlos. Y si usurpabas a un hombre, bueno, la muerte te esperaba si eras descubierta. La ley sonaba tonta, pero 120 años atrás una mujer se había hecho pasar por un varón para acercarse al Rey Oled. La historia decía que esa mujer tenía el cometido de asesinarlo como mandato de uno de los reinos enemigos, pero uno de los caballeros del Rey Oled la detuvo y la descubrió. Resultó ser todo un escándalo y su consecuencia fue la muerte por horca, por usurpar a un hombre y tratar de asesinar al rey. La descendencia del rey Oled había respetado esa regla. Con su hijo fallecido en 1060, su nieto Rodrigo, fallecido en 1123 y la esposa de su nieto, Agnes, en 1125, era su joven bisnieto, el Rey Diego quien ahora gobernaba bajo los mismos preceptos.

Pasaron más lunas y más soles. Estaba a punto de llegar al centro del Reino de Lergolla, y ya había afinado mi forma de caminar, de hablar y de moverme gracias a las preguntas que me habían hecho en cada sitio, pero sobre todo, gracias a los hombres que vi por el camino. No era una experta, claro está, pero si no hablaba tanto podía pasar desapercibida aún y con el cabello de fuego y las pecas que llenaban mi rostro. Además, había gente tan supersticiosa que no se atrevían a entablar relación con un pelirrojo porque siempre se ha sabido que es de mala suerte. Si hubiese llevado puesto un vestido, alguien ya habría sugerido quemarme en leña.

Entre mis pasos mal trechos por el cansancio, el olor a prosperidad que inundaba todo el ambiente me hizo saber que estaba en las tierras cercanas al castillo. No cabía la duda de que ya había llegado al lugar más importante de todo el reino.

Lergolla era un lugar pequeño. Estaba la capital del mismo nombre, que había sido gobernada por el Rey Rodrigo y su esposa Agnes. Habían tenido cinco hijos. Leah, la primogénita, Diego, el segundo hijo, Garcés nació tercero, Joaquín en cuarto y Damián en quinto. Tras la muerte de los reyes, los hijos ascendieron a los tronos. Leah, al ser mujer no pudo heredar el reino y la ley tampoco permitía que obtuviera un principado, así que le dieron el título de Señora de Celzada, un territorio al norte, colindante con Dagrona el país vecino del que era originaria mi madre. Diego tomó el trono convirtiéndose en Rey de Lergolla. Tenía fama de ser justo, honesto e inteligente y siempre velaba por la paz del país. Garcés por su parte, el segundo hijo varón, recibió el principado de Maleda y Dograza. Parecía no interesarse mucho porque desde que se había vuelto príncipe de esas tierras, todo había decaído y ya no eran un buen sitio para vivir. Seguía Joaquín príncipe de Drileto. Un hombre amable y con buenas habilidades para el comercio, tanto que había hecho que su puerto fuese uno de los puntos más importantes en todo el continente y Damián, un príncipe fuerte y capaz de conectar con la gente de la tierra a su cargo por lo que en Mirmado había mucha prosperidad y la gente lo quería mucho.

Alguno de esos puertos era mi objetivo desde que salí de Maleda. Pero estaba ya muy cansada y mi cuerpo sintió la imperiosa necesidad de detenerse. Ya había caminado mucho y el territorio de planicies me lo había permitido, pero para salir de Lergolla debía cruzar las montañas Baraka y si bien ya había una ruta trazada, hacerlo era un duro camino de 5 o 7 días entre abedules, cedros y arbustos espesos y de los animales ni hablar. Había que estar alerta todo el camino para atajar las mordeduras de serpientes, escalar los árboles por si un oso se hacía presente además de que tenía que llevar buena ropa que cubriera brazos y piernas por completo para sobrevivir a los piquetes de los insectos. Necesitaba descansar. Podía buscar algo aquí, ya estaba fuera de Maleda que era lo que más me importaba. Sabía hacer muchas cosas pues en los últimos años de vida de Ortiga me había visto obligada a hacer todo por ambas así que podía trabajar donde fuera y solo serían un par de días, en lo que lograba reponer mis piernas y pensaba los próximos movimientos con tranquilidad.

Pasé la mañana tocando puertas para pedir trabajo, pero no fue hasta la tarde que una de ellas se abrió.

—Entonces muchacho, ¿Cómo dices que te llamas?

A pesar de ser una de las primeras cosas que debí haber hecho no me había inventado un nombre por lo que tuve que improvisar.

—Erio, señor, soy Erio.

—Tus brazos se ven frágiles y pequeños. ¿Seguro puedes mover los barriles de la taberna y sacar a los alborotadores?

—Eso y servir la cerveza, limpiar las mesas y atender la barra. Puedo hacer lo que usted quiera.

—El salario por día es de un duque y puedes dormir debajo de la barra cuando todos se hayan ido. No doy comidas, esas las consigues por tu cuenta.

—Más que suficiente señor ….

—Ortoz.

—Señor Ortoz. ¿Puedo comenzar desde hoy?

—¿Creíste que empezarías mañana? Muévete niño. A trabajar

Los días se volvieron semanas y las semanas meses. La idea de largarme de Lergolla seguía en pie, pero la estabilidad de trabajar en la taberna me daba ánimos para quedarme un poco más. Ya me había habituado a los menesteres del oficio y se me daba bien. La gente comenzaba a reconocerme. Aquí era Erio, y lo había adoptado tan bien que a veces me olvidaba de mi verdadera persona. Me había hecho de un par más de piezas de ropa. La más importante se había vuelto una camisa destrozada con la que hice tiras largas para sujetar mi pecho al cuerpo y el resto, siempre holgado, me ayudaba a disimular muy bien las pocas curvas que mi silueta reflejaba.

Me gustaba ser hombre. Nadie se metía conmigo si yo no me metía con ellos, me pagaban bien, podía hacer cualquier cosa y me respetaban solo por creer que tenía un colgajo entre las piernas. No faltaban algunos varones que, ya en medio de la borrachera se burlaran de mi físico. <<Haz de comer lo que comen los caballos para ser fuerte Erio>>, <<Con esas carnes no vas a conseguir a una buena mujer, muchacho>>, <<Pareces una fémina con ese rostro tan pequeñito>> Pero Ortoz siempre me defendía de todos esos hombres desquehacerados y con el fin de seguir bebiendo y no ser echados de la taberna, calmaban sus lenguas y seguían en lo suyo.

Las cosas iban marchando. Comenzaba a ahorrar un poco para trabajar menos en el puerto cuando llegara. Pero ser pelirrojo da mala suerte y ésta vino acompañada de noticias bastante incómodas.

SEGUIR LEYENDO

Loading

6 respuestas a «Enya – I»

  1. Avatar de Rosenda Ramiro Castillo
    Rosenda Ramiro Castillo

    Me encantó el capítulo de tu novela Marcelita espero leer el siguiente capítulo

    1. Avatar de marcelaisabelescribe
      marcelaisabelescribe

      Muchas gracias Rous, cada día subiré un nuevo capítulo. ¡Espero que los disfrute todos!

  2. Avatar de Paty
    Paty

    Qué difícil ser mujer en esos tiempos, aunque también en los nuestros, solo que un poco diferente

    1. Avatar de marcelaisabelescribe
      marcelaisabelescribe

      Es lo que intento poner como eje central de la novela, el hecho de ser mujer en tiempos difíciles y los paralelismos al tiempo actual.

  3. Avatar de Esme
    Esme

    La historia me atrapó 😊

    1. Avatar de marcelaisabelescribe
      marcelaisabelescribe

      ¡Espero que la disfrutes y le sigas dando la oportunidad!

Deja un comentario

error: Contenido protegido
%d