El Libro de la Mito-Ciencia – La Mito-Ciencia del Ángel y el Fantasma

Entre las esponjosas nubes que conformaban el suelo del enorme e imponente Divino Paraíso corrían y jugaban cientos de enternecedores y traviesos ángeles, las criaturas más dulces y bellas que no conocían maldad ni oscuros pensamientos, cuidaban de los humanos y eran fieles guardianes del reino celestial. Una acotación que hacer es que, ellos no daban lucha si el reino se veía amenazado, pues ello era labor de sus pares, los aguerridos y temerarios warsens, almas subordinadas a Paladius -el dios de la guerra—y a Herminia -la diosa de la sabiduría-.

Los ángeles eran felices en aquel reino, mas había uno muy particular que no estaba del todo alegre ya que siempre se mantenía distante del resto y contemplaba con tristeza los atardeceres, lloraba sin consuelo durante las noches y no compartía con ninguno de sus pares. A su vez, el resto de los seres celestiales tampoco se le acercaba con la curiosidad de saber el motivo de su sufrimiento, mas la veían con cierto temor y lástima.

Este particular angelito se llamaba Ami y antiguamente fue una mujer desdichada que vivió en el reino de Sweetlen, siendo miembro de una de las familias más nobles de dicha tierra, mas ningún hombre la quiso de verdad y solo jugaron con sus sentimientos, la maltrataron y, para colmo, era mal vista solo por el hecho de no poder tener hijos. Aquel problema fue atribuido a su primer esposo y éste acabó suicidándose, creyendo que tenía la culpa.

Ami tuvo años sin poder superar aquella tragedia hasta que llegó un joven terrateniente que vivía en las cercanías del Reinado de Kranis, naciendo un amor prohibido ya que los padres de la mujer no querían tener lazos con personas que vivieran del reino del sur. El amor de la pareja fue tan irrompible que llegaron a escaparse una noche hacia la Comarca de Volum, pero, desgraciadamente no contaron con que el mismo rey Sabner, el padre de Ami, los perseguiría junto a un grupo de caballeros que los emboscarían cerca del Bosque de Namir, lugar en donde el rey decapitaría al terrateniente. Frente a tan trágico acto, la princesa se sumió en la desesperación y, perdiendo la cordura por completo, acabó arrebatándole a su padre la espada para atravesarse el corazón, muriendo en el acto.

Ami sentía que no encajaba en el reino celestial y miraba desde una nube pequeña a los humanos, recordando con amargura su infortunio como mujer. Tal como nadie la quiso cuando era una hermosa y dulce mujer, ella sentía que nadie en el Divino Paraíso la quería y entonces pensaba que no tenía caso su existencia, razón por la cual deseaba desaparecer por completo de toda la creación.

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Era sabido, sin embargo, que ninguno de los ángeles del Divino Paraíso podía abandonar el reino puesto que, de hacerlo, nunca más podría regresar por mucho que implorara a los dioses, pero esto no fue considerado por la triste Ami, quien, empujada por un impulso, descendió del celestial reino hasta llegar a suelo firme donde halló a un anciano que estaba postrado y abandonado en una casa debido a que estaba apestado y resultaba contagioso para cualquiera que estuviera cerca, siendo olvidado por sus familiares que lo condenaron a morir desde hace semanas. El angelito se apiadó de aquel hombre y le dio los cuidados que creyó apropiados como colocarle paños de agua fría en la frente y buscar algún alimento que no le produjera mal, pero, al cabo de unos días, el alma del anciano abandonó la carne y se entregó a su fin, hecho que a la mujer le trajo mucha tristeza y creyó que su esfuerzo fue en vano. Como ya le era costumbre, la joven acabó vagando por el mundo mientras lloraba por un largo tiempo.

En una instancia más lejana, Ami llegó a la rivera de un río siguiendo los quejidos de un perro de caza que tenía una pata atorada en una trampa para conejos y, entre tirones, el pobre animal hizo que el nudo le apretara todavía más. El angelito se acercó con mucha dulzura, acarició el lomo del perro que la miró con angustia y le liberó la pata, hecho que el animal agradeció con lamidas, mas no lograba pisar bien producto de la herida. Tomándolo en brazos, la joven le acercó al río para que pudiera beber agua y buscó unos hongos inofensivos para saciar el hambre del canino, pero, un día, el animal fue visto por un grupo de lobos que merodeaban por aquellos lados y le atacaron ferozmente. Hiriéndolo de muerte, los salvajes animales comieron su carne y aquello le produjo un gran dolor al ser celestial, pues no pudo hacer nada pese a sus reiterados esfuerzos de salvarlo y, hasta el último minuto, el can aulló de dolor y pena.

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Ami siguió vagando por el continente y, sin saberlo, llegó a las marchitas tierras del Campo Phant, lugar donde se maravilló con las plantaciones de Flor Negra que crecían allí, plantas que eran utilizadas por Las Temporales para preparar el Hilo del Destino a fin de tejer el pasado, presente y futuro del mundo y todos los seres vivientes. El ángel observó aquellas flores con mucha curiosidad, viéndose interrumpida al ver que un alma vagaba por aquel campo y desapareció tras ingresar a una fosa, hecho que generó extrañeza en la joven y se dirigió a la entrada del misterioso agujero donde ingresaban otras almas, algunas de las cuales le empujaron y llevaron hacia el interior. Descubrió entonces un gran sistema de catacumbas donde pronto fue abordada por un grupo de fantasmas que la acosaron, generando el debido miedo de la chica que intentó librarse de sus atacantes y corrió por entre los túneles hasta que, producto de la misma oscuridad, no pudo hacer reparo de una piedra con la cual chocó y en un segundo se halló en el suelo. Llena de miedo, se arrastró en tanto que los espectros se le acercaban lentamente, prestos a atacarla pronto, pero se vieron forzados a huir debido a que, de lo más profundo de las catacumbas, emergió un potente rugido que les espantó. 

Viéndose lastimada y sin posibilidad de correr, Ami tiritaba de miedo pensando en que se encontraría algo mucho peor que sus anteriores acosadores, viéndose sorprendida al ver a un espectro que, de una mirada dura y poco amistosa, se tornó hacia la total extrañeza.

— ¿Qué estás haciendo en este lugar? –inquirió el siniestro ser-. No pareces ser un fantasma.

— Aléjate de mí –Ami lloraba de angustia-. Recién me atacó un grupo de tu especie, estoy sola, tengo miedo y no sé cómo salir de aquí.

— Tranquila, estas en el Inframundo, el reino de Mors –dijo el fantasma en tanto ayudó a Ami a incorporarse-. Me llamo Pithi y soy guardián de este lugar. ¿Quién eres tú?

— Soy Ami, vengo del Divino Paraíso… –dijo el angelito pero se vio interrumpida

— ¿Del Divino Paraíso? –se sorprendió el guardián-. ¿Y por qué estás aquí?

— No me sentía a gusto allá, creo que no debería estar en ninguna parte –la chica ocultó su rostro entre las manos mientras lloraba-. Ayudé a un anciano moribundo y su alma terminó entregándose a su fatal destino, cuidé de un perro que se encontraba atrapado en la rivera de un río y un grupo de lobos lo mató. ¡Soy solo una carga para este mundo aun estando muerta!

Pithi se conmovió con las palabras del angelito y entonces se acercó a abrazarla, hecho que al angelito le causó sorpresa, pero, a la vez necesitaba ser contenida por alguien y agradeció el gesto abrazando al fantasma.

— Yo te cuidaré mientras estés aquí –dijo decidido el guardián del Inframundo-. Hay muchos peligros rondando y no puedes andar sola ya que puedes encontrarte con el mismo Mors y serías condenada a vivir eternamente en este lugar, siendo privada de toda libertad.

— Gracias, eres muy bueno –dijo Ami en lo que se separó de su nuevo amigo y se secó las lágrimas.

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A partir de entonces, la amistad entre Ami y Pithi floreció poco a poco y se cuidaron mutuamente. Con el tiempo, el ángel le contaba a su amigo acerca del Divino Paraíso y de las maravillas que allí albergaba, de las esponjosas nubes donde podías correr y brincar a gusto, de los amaneceres y las puestas de sol, todo lo cual causaba el asombro del fantasma que deseaba poder algún día descubrir todo aquello por sí mismo. Ami le prometía llevarlo al reino celestial algún día y así podría ser redimido por los dioses para luego ser convertido en un ángel al igual que ella, idea que le sentaba bien a Pithi, pero también sentía preocupación pues temía no poder hallar perdón alguno de los dioses.

Las risas y la buena compañía fueron diario entre las dos criaturas y un día, sintiéndose preparado para afrontar todo lo que viniera por delante, Pithi le pidió a Ami que lo llevara al Divino Paraíso y fue así como los dos emergieron del Inframundo para encaminarse hacia el reino celestial, cruzando todo el brazo occidental de Iraya hasta llegar al Monte Wallhor, el cual escalaron con agilidad en comparación a un humano que terminaría cansado y fatigado por la inclinación y el difícil terreno de aquella masa de tierra empinada. Logrando llegar a la cima, el fantasma contempló con asombro la inmensidad del enorme castillo de altas torres y al enorme edificio donde vivían los Dioses Herederos, los gobernantes de aquel paraíso así como también de la superficie. El angelito hizo reparo en el asombro de su amigo y le sonrió.

— He lo aquí, el Divino Paraíso, hogar de los dioses y de los ángeles como yo –dijo la otrora doncella.

— Es en verdad hermoso –Pithi seguía mirando el castillo.

— A que no me alcanzas –Ami reía mientras brincaba por las nubes.

Pithi fue tras suyo y consiguió atraparla, cayendo sobre el suelo acolchado y apreciando una reja de oro que los separaba del reino y causó la extrañeza del ángel.

— No recuerdo que hubiera una reja –Ami se incorporó con ayuda de Pithi y entonces vio a un grupo de angelitos-. ¡Ey! ¡Amigos ayúdenme!  ¡Necesito entrar!

Los ángeles se acercaron curiosos y de ellos tomó la palabra el ángel Eolas.

— ¿Qué haces fuera del reino? ¿No recordaste la regla? Nadie que salga del Divino Paraíso puede volver –dijo el ángel.

— Lo olvidé… –Ami dejó brotar unas lágrimas.

La pobre se alejó de la reja y fue con Pithi, quien brincaba como niño entre las nubes, mas se detuvo al ver a su amiga.

— ¿Qué pasó? ¿Podremos entrar ya? –Pithi se notaba ansioso, pero cambió de parecer al ver al angelito con los ojos brillantes por las lágrimas-. ¿Qué tienes, Ami?

— Olvide que, al salir del Divino Paraíso, había renunciado expresamente a los goces del reino –Ami se puso a llorar, desconsolada, en tanto que el fantasma la abrazó con ternura-. Soy una tonta…

— Tranquila, yo ya encontré el paraíso contigo –le dijo el espectro.

Pithi levantó la cara de Ami y luego le dio un dulce beso, hecho que, sin saberlo, fue advertido por Nayira, la diosa de la maternidad, y Wellfor, el dios de la fuerza y gobernante del reino celestial.

— Míralos, se ven tan tiernos –dijo Nayira-. ¿No merece tal acto de amor una dulce recompensa, mi señor?

— Tienes razón, amada mía –habló Wellfor-. Aun siendo de mundos distintos, los une un sentimiento puro y muy noble. Ella se liberó de su dolor en tanto logró redimir a su amigo de las penurias del Inframundo y, asimismo, el fantasma, dentro de todo el dolor y rencor que llevaba en su alma, protegió al ángel de los males del reino de los muertos. Ante ello, creo prudente darles una oportunidad de hacer una nueva vida juntos en la superficie, mas no como humanos, sino como una pareja de osos, las criaturas más tiernas de toda la creación de este mundo.

Y entonces Ami y Pithi fueron transformados en una dulce pareja de osos que vivieron en el Bosque de Grescar bajo la protección de la diosa Sagris. A partir de entonces la pareja vivió feliz en aquel santuario natural y formaron una familia con cuatro ositos y una osita que fueron criados con amor y dulzura.

Fin

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