Una luciérnaga es…

… es una estrella caída del cielo, que revolotea entre nosotros y nos ilumina con su suave luz. ¿O acaso es un rayito de esperanza, una pizca de alegría, un centelleo de amor?

¿Qué sabe una luciérnaga de mudanzas, de separarse de los amigos, del cole de siempre, del barrio de toda la vida, de intentar adaptarse a un nuevo hogar y que todo sea un desastre?

¡No!

Una luciérnaga revolotea muy lejos de miedos y tristezas. Y, sin embargo, de alguna manera, las intuye.

Porque en el silencio de esta primera noche, miles de farolillos voladores parecen envolver a Romi en un manto de luz, en un cálido abrazo. Sí, un tierno abrazo de bienvenida a su nuevo hogar. Un mensaje de esperanza que desea recordarle que no está sola, que no esté triste, que todo va a ir muy bien.

Sentada en el porche de su nueva casa, con la guitarra descansando a un costado y una pelota de básquet al otro, a la adolescente de grandes ojos avellana y cabello de Rapunzel, se le confunden las estrellas del cielo con las luciérnagas que bailan a su alrededor. Como si cielo y tierra se fundieran entre sí. Y con ella.

Y, entonces, se le ocurre que tal vez, sólo tal vez, no todo sea tan malo. Tal vez, aún existan razones para recuperar la sonrisa.

¡Tal vez, tal vez, tal vez!

Está cansada de tantos “tal vez”. Demasiadas preguntas para tan pocas respuestas.

Ya casi entrada la noche, su mirada se cruza con algo que brilla junto a su guitarra. Es un brillo diferente, penetrante, atrayente. No se parece en nada a las luces que la rodean hasta ahora, estrellas y luciérnagas.

¡No!

Esto es otra cosa. Algo más real y cercano. Muy al alcance de su mano.

Romi la aproxima y con dedos aterciopelados acaricia ese fulgor. ¡Es una piedra! Un topacio dorado con forma de corazón. ¡Brilla más que el sol! Es tan incandescente su brillo que no le permite ver que alguien se acerca a ella sigilosamente, pero con determinación.

Cada vez más cerca, más cerca, más cerca.
Tan cerca como si se posara sobre su propia cabeza.

– Hay que aprender a distinguir la verdadera luz de la que no lo es.

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Romina da un respingo y, sin querer, arroja la piedra entre unos matorrales cercanos. ¿De quién es esa voz? Parece agradable y simpática. ¿Pero de dónde procede?

– Estoy aquí.

– ¿Dónde? ¡No puedo verte!

– No puedes verme porque estoy encima de tu cabeza.

La joven da un grito, sacude la cabeza y se enmaraña el largo cabello. ¡Un bicho! ¡Tiene un bicho en la cabeza! ¡Auxilio!

¡Mamáaaaaaaa!

Pero…, ¡esperen un momento! ¿Cómo va a hablar un bicho?

– ¡Está todo bien, está todo bien, está todo bien! – se dice a sí misma, hiperventilando – ¡No pasa nada, Romi! ¡Pensemos en cosas lindas! ¡Pensemos en helado de dulce de leche granizado!

– ¿Podrías dejar de sacudirte tanto? ¡Me voy a caer y a romperme un ala por culpa tuya!

– ¿Se puede saber quién eres?

– Si no hicieras tanto escándalo, ya lo sabrías.

– Es que no puedo verte. ¡No me gusta tener bichos en el pelo!

– Los únicos bichos que andan en el pelo de la gente son los piojos, pero yo no lo soy. Es más…, ¡no te permito que me llames “bicho”, mocosa irrespetuosa!

Quienquiera que esté encima de su cabeza, sin dudas, es bastante susceptible y quisquilloso. No será un cascarudo, ¿no? De sólo pensarlo, vuelve a sacudir la cabeza y pasarse la mano por el pelo para hacerlo caer.

– ¡Ay, me mareo! ¿Podrías quedarte quieta, por favor?

– ¡Perdón!

– No te muevas, no parpadees, no respires.

– Si no respiro me muero, ¿sabes?

– Pues respira despacito, ¿ok?

– ¿Me vas a decir quién eres o no?

– ¿Te vas a quedar quieta o no?

– Sí.

– Bueno…, está bien. Entonces me presento. Soy el espíritu protector de esta casa y…

– ¿Un fantasma? – interrumpe Romi, con voz asustada – ¡Lo que me faltaba!

Ya está a punto de empezar a sacudirse otra vez. O de salir corriendo. O de desmayarse. O todo a la vez.

– ¡No te muevas, Romina!

– ¿Y tú cómo sabes mi nombre?

– Lo sé porque, si vas a ser mi protegida, tengo la obligación de saberlo.

– ¿Yo tu protegida? ¡Jajajajaja! ¿Y de ti quién me protege?

– ¡Ay! ¡Esta juventud perdida y sin respeto…!

– ¡Perdón!

– Como te estaba diciendo, soy el espíritu protector de esta casa. ¡No, mija! ¡No soy un fantasma! ¿Dónde se ha visto un fantasma sin sábana, me quieres decir? Yo sólo soy una especie de ángel de la guarda que da la bienvenida a los nuevos habitantes de la casa y los cuida. ¡Sobre todo a los niños!

– ¿También a mi hermana Avril,

– ¡Especialmente a tu hermana Avril! Pero como te vi ahí sentada con cara de marmota, pensé que tal vez necesitabas ayuda.

¡Genial! Además de todas sus preocupaciones y penas, ¡ahora hay que sumarle un ángel de la guarda impertinente y belicoso! ¡Cara de marmota! ¡Y la llama irrespetuosa a ella!

– ¡Cara de marmota tu abuela!

– No. ¡Con la abuela, no! ¡Ella tiene cara de vela derretida!

– ¡Jajajajaja! ¡Cara de vela derretida! ¡Jajajajaja!

– Bueno…, al menos te hice reír.

– Un poquito.

– ¡Basta de chistes! Empecemos de nuevo…, mi nombre es Cumparsita y, como ya te mencioné, soy algo así como tu ángel de la guarda. Pero te recomiendo que no me andes invocando mucho porque, últimamente, estoy…, ¡ajum! ¡Cansadísimo!

– ¿Cumparsita?

– Sí, es que al primer dueño de esta casa le gustaba mucho el tango y me quedó ese nombre. ¡Podría haber sido peor! Igual, para abreviar, puedes llamarme Cum.

– ¿Y hace mucho que vives aquí, Cum?

– Y…, unos ciento cincuenta años, más o menos.

Para seguir sumando a todas sus desdichas y desastres, su ángel de la guarda es un nonito bicentenario.

– ¿Los ángeles de la guarda no se jubilan?

– ¿Me estás llamando anciano?

– ¡Jajajaja! ¿La verdad?…, no sé qué te hace pensar eso. Y…, ya que conoces tanto sobre esta casa y sus costumbres…, ¿qué es esa piedra amarilla que tenía en mi mano? ¿La dejaste tú ahí?

– ¿Esa que tiraste en el matorral?

– ¡Es que me asustaste!

– Esa es la piedra de los sueños, y le es entregada al hijo o hija mayor cuando llega a su nueva casa.

– ¡Yo soy la mayor!

– ¿No me digas? No me había dado cuenta. ¡Jajajaja!

– ¿Y qué puedo hacer con esa piedra?

– Cumplir tus deseos. Pero no te entusiasmes, porque sólo cumple tres. Así que tu primera misión es pensar bien qué vas a pedirle. Y cuidar muy bien del topacio. Porque tenemos un pequeño enemigo con ganas grandes de robarlo.

– ¿Un enemigo?

– Sí. El viejo grillo Saltimbanqui. ¡Está desesperado por usar los tres deseos del topacio! ¡Tienes que cuidarlo muy bien y llevarlo siempre contigo! ¡A todas partes!

– ¿Y puedo pedir cualquier cosa?

– Si vas a pedir que me caiga y me rompa una pata, no va a funcionar. Sólo funciona con buenos deseos. ¿No me digas que ya vas a empezar a incordiarme?

– Pues sí. Para empezar, me gustaría mucho ver cómo es mi ángel de la guarda. ¡Aunque sea un odioso!

– No soy odioso. ¡Soy hermoso, brilloso y muy fabuloso! Pero no malgastes un deseo del topacio por tan poco. Ese deseo es muy, pero que muy fácil de cumplir.

Y, acto seguido, se escucha un ligero revoloteo y aparece Cumparsita frente a los ojos de Romi. ¡Es una linda luciérnaga brillante!

– ¡Eres un luciérnago!

– Algo así. Y, ahora que ya terminamos este aburrido protocolo y ya te expliqué todo lo que tienes que saber…, me voy a iluminar mi oscuro cielo nocturno.

– Espera, Cum. ¿Por qué no te quedas un ratito conmigo y me haces compañía? ¡Me aburro aquí sola!

– ¿¡Qué!? ¡Ni loco! ¡Lo que faltaba! ¡Un cliente demandante! ¡Adiosito! Y que te diviertas pensando en tus deseos.

– ¿Y cómo te llamo cuando sepa cuáles son?

– No te preocupes. Soy tu ángel de la guarda. ¡Sé cuándo aparecer!

Y se va, envuelto en la oscuridad de la noche.

– ¡También fue un gusto conocerte!

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“Yo quiero, yo pido un helado de dulce de leche granizado.
Porque a mí me encanta, me gusta mucho tomarme mi helado en…”

– ¡Cucucho!

Romi deja a un lado su guitarra y se arrodilla frente a su hermana, sofocada de risa.

– ¡Jajajajaja! ¿En qué. Avril?

– ¡Cucuchoooooo!

– ¡No, Avril! ¡Cucurucho!

– ¡Cucucho!

– Avril, mirame. Se dice “cucurucho”.

– ¡Cucucho! – y le propina un sopapo.

Romina finge que se desmaya y, a continuación, se incorpora de un salto para propinarle a Avril un pellizco en la nariz. Luego, le añade un besito esquimal.

– Avril…, ¡cucurucho! Es fácil. Di “cucurucho”. ¡Por favorcito!

– ¡Cucuchooooooo!

– ¡Vos, cucucha! ¿Escuchaste? Quedó buena la canción, ¿no?

– Sí.

– ¿Sabes qué sería lindo? Tener una heladería. ¡Para nosotras solas! ¡Qué empacho de helado nos pegaríamos!

– ¡Lado!

– Avril, ¿cuándo vas a aprender a pronunciar todas las letras? ¡Helado!

– ¡Lado!

Romi pone los ojos en blanco y se ríe. Podría pasar la vida riéndose y jugando con su pequeña hermana. Está deseando que crezca para jugar al fútbol con ella. ¡Y para poder comunicarse como dos personas normales!

– ¿No te gustaría tener una heladería para tomar muchos helados de dulce de leche granizado? ¡Es más! ¡Sería el único gusto que venderíamos!

– ¡No! ¡Colate!

– ¡Ufa!…, está bien. ¡Una heladería dónde sólo tendremos helados de dulce de leche granizado y chocolate!

Un ligero fulgor resplandece sobre el topacio. Avril lo mira fijamente y lo toca con sus manitas regordetas de bebé.

– ¡Pedrita!

– ¿Te gusta? ¡Me la regaló un amigo!

– ¡Migo!

– ¡Pareces mi eco! ¡Jajajaja!

– ¡Jujar!

– ¿A qué quieres jugar? ¡Ya sé! Juguemos a que éramos una madre y una hija muy ricas y tomábamos muchos helados, hasta no dejar ni uno.

El topacio vuelve a resplandecer.

– ¡Helado, helado!

¡Otra vez! Pero…, ¿qué está pasando?

– ¡Ay! Pero…, ¡qué niña más tonta!

– Cum…, ¿qué haces acá?

– ¡Cum, Cum! – repite Avril como un lorito parlanchín.

– Soy tu ángel de la guarda y vengo a ofrecerte santa guía.

– ¡Jajajajaja!

– No te rías. Además…, ¡mira, ahí en la ventana, hay alguien muy ansioso por saludarte!

Romina mira con cautela hacia la ventana y…, entonces lo ve. ¡Un grillo! ¡Saltimbanqui, el grillo ladrón! ¡Ay, mamita! ¡Corran por sus vidas!

– Cum…, ¿se puede saber por qué le andas hablando mal sobre mí a la niña? ¿De mí, que soy un grillo tan simpático, tan pragmático, tan fantástico?

– Romina…, no lo escuches. ¡Es un grillo muy pillo!

– ¡Ay! Habló el amoroso ángel de la guarda. ¡Jajajajaja!

– Sé que tengo un carácter muy volátil…, pero estas niñas están bajo mi protección. ¡Y tú sólo quieres el topacio para cumplir tus malvados designios!

– Pero si se trata de un deseo muy chiquitito… No hay por qué ser egoísta. A lo mejor Romina se puede quedar con dos y dejarme uno para mí. ¿Qué mal podría hacer pedirle al topacio que me permita ser el amo y señor del mundo?

– Prefiero que le pidas que se me rompa un ala.

– ¡Ay, Romi! Te puedo decir Romi, ¿no? Sólo ese deseo necesito cumplir. ¡Es tan pequeñito!

– ¡No! Los deseos son todos de Romina. ¡Así que adiosito, Saltimbanqui! ¡Aquí tenemos mucho qué hacer! ¡Vamos, carretera!

– Esto no se va a quedar así. No la vas a estar incomodando siempre.

– Por supuesto que sí. ¡Chaíto, Saltu, ve por el solcito! Romina…, Avril…, ¡vamos por ese helado!

– ¡Helado! ¡Sí!

– ¡Ladooooooo!

– Pero…, ¿qué les pasa a ustedes dos, hermanotas? Romi…, el topacio, por favor.

– ¿Qué?

– ¡Que frotes el topacio para irnos a pasear! ¿Todo te tengo que explicar?

¡Pluf!

Un chispazo, una nube de humo, y niñas y luciérnago desaparecen de la habitación como por ensalmo.

Avril tiene la cara perdida de chocolate. Es como si, en lugar de haber tomado helado en copa y con cuchara, civilizadamente y como lo hace todo el mundo, hubiera metido la cabeza dentro del balde. ¡Ups! De hecho, eso fue lo que hizo.

¡Literalmente!

Romina no está mucho mejor. Tiene helado de dulce de leche granizado por toda la cara, la ropa, el pelo. ¡Qué rico! ¡Es el helado más rico de todo el mundo mundial! La felicidad es un balde de helado de dulce de leche.

¡Garantizado y certificado!

¿Y Cum? ¿Dónde se metió ahora el muy angeloso? ¡Hace un rato andaba por aquí, pero ahora ya ni se lo ve!

Son los únicos clientes. ¡De hecho, no hay clientes! ¡Tampoco dueños! ¡Ellas son las dueñas! Y pueden tomar gratis todo el helado que se les antoje.

Un desperdicio que haya otros gustos gélidos e insípidos. ¡Con dulce de leche y chocolate debería bastar! Dulce para ella y chocolate para Avril. El resto no debería, siquiera, existir.

– Avril…, pero…, ¡mirate la cara! ¡El pelo! Mamá te va a matar.

– ¡Cara! – y la señala.

– ¿Qué tengo? ¡Jajajajajaja! ¡Yo estoy peor! Parece que nos bañamos en helado. ¡Jajajajaja!

– ¡Lado, lado!

– ¡Una heladería para nosotras solas, Avril! ¿No es genial? ¡Me explota la pancita!

– ¡Ladoooo!

– ¿Dónde se habrá metido Cum? Tendríamos que buscarlo. Será muy ángel de la guarda, pero me parece que nosotras somos las que tenemos que cuidarlo a él.

– ¡Cum!

Lo buscan por todos lados, lo llaman, pero no reciben respuesta alguna. Pero, ¿dónde está?

– ¡Cum! ¡Cuuuuuum!

– ¡Shhhhh!

¿De dónde vino ese ruido? Parece que de dentro de alguno de los baldes. Romi y Avril se acercan en puntitas de pie, para no hacer ruido. ¿En serio Cum se quedó atrapado en uno de los baldes de helado? Pero…, ¿en cuál?

– ¡Cum!

– Shhhhhhh.

¡En ese! ¡Es en ese! Ambas se asoman, tentadas de risa, por el borde del balde del helado de frambuesa. ¡Y sí! ¡Tenía que ser! Cum, completamente dormido, sobre una capa congelada de color bordeaux.

– ¡Despiértate, Cum!

– ¡Cum!

– ¿Te dije o no te dije que estaba cansado?

– Con ciento cincuenta años no es para menos.

– ¿Me estás llamando anciano?

– ¡Nooo! ¡Qué vaaaaa!

– Mira, mocosa. ¿Te encuentras a gusto? ¿Estás cumpliendo tu sueño de la heladería propia? ¿Ya te bañaste en helado de dulce de leche granizado? ¿Avril ya se vistió entera de chocolate? ¿Sí? ¡Entonces déjenme ser feliz! ¡Está tan fresquito aquí!

-Pero…

– ¡Shhhh!

Y, acto seguido, se da media vuelta y vuelve a quedarse dormido. ¡Sus ronquidos se escuchan desde la otra cuadra!

¡Sí! ¡Está tan fresquito aquí!

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Pero, ¿qué le pasa a esta guitarra? ¡Está toda desafinada! ¡Pero si ayer la tocó y sonaba perfectamente! ¿Justo ahora que tiene que componer una canción para el concurso del cole?

¡Esa seguro fue Avril!

Pulsa una cuerda. Otra. Y otra más. ¿Por qué suenan todas tan mal y hacen ese ruido espantoso?

Hasta que se da cuenta de lo que sucede.

– ¡Cum! ¿Por qué estás desafinando mi guitarra?

– ¡Hola, protegida mía! ¿No tienes helado de frambuesa que me convides?

– ¡No, Cum! Esto es serio. Tengo que componer una canción para el colegio. ¡Ay, ya sé! Le podría pedir al topacio que me haga ganar el concurso.

– Mi bella señorita…, me parece que eso no va a ser posible.

– ¿Por qué no?

– Porque componer una buena canción depende del esfuerzo y las ganas que tú le pongas.

– Pero…, ¡una canción chiquitita y bonita!

– Ya pareces Saltimbanqui y todo.

– ¡Ufa!

– ¡No, Romi! Si le pides al topacio que te ayude a mejorar tus ganas y tu talento para componer una buena canción, seguro lo cumple. ¡Pero ganar el concurso lo tienes que hacer por mérito propio! Ya te dije que el topacio sólo cumple buenos deseos.

– ¿Y ganar un concurso es un mal deseo?

– ¡Claro que no! Pero muchos de tus amigos van a participar. Y no sería justo ganar sólo por haber pedido un deseo, ¿verdad? ¿O, acaso, te gustaría ganar por pura suerte?

– No. ¡Quiero que mi canción sea buena!

– ¡Bravo! Y eso, Romi, sale de aquí, de tu corazón. Puedes hacerlo tú misma, sin necesidad del topacio.

– Pero yo…

– Piénsalo bien, Romi. Me parece que tu deseo está mal formulado. No se trata de ganar, sino de hacerlo lo mejor posible. ¿Cuál es el verdadero deseo de tu corazón? ¿Ganar un concurso o componer una buena canción?

– Componer.

– Entonces, eso es lo que tienes que pedir. Si gana o no, no importa. A veces, los jurados no saben valorar una buena canción cuando la escuchan. ¡Pero si tú sabes que es buena y si a la gente le gusta, ya está! Y como aconsejarte me dio mucho sueño, me voy a dormir un rato. ¿En serio no tienes helado de frambuesa?

– ¡Jajajajajaja! ¡Yo no tomo eso!

– ¡Ay, discúlpeme por ofenderla, señora condesa!

– Al final, nunca voy a terminar de entender si tú me quieres un poquito a mí o no.

– ¿Yo? ¡Jajajajaja! Yo no quiero a nadie.

-¿Quién lo diría? Te ves tan tierno con esa lucecita trasera.

– Lo sé. ¡Pero no se lo cuentes a nadie! ¡Chaíto!

¡Es un feíto su ángel de la guarda, pero muy en el fondo ya tiene un lugarcito en su corazón!

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– ¡Hola, Romi! ¿Cómo estás? Al final, me parece que te va a quedar un deseo sin usar. – ¿Saltimbanqui? No tengo permiso de hablar contigo.

– ¿Y quién te da permiso? ¿Cumparsita? Pero… ¿qué caso le haces a ese bicho con nombre de tango?

– ¡No le digas así!

– ¿Por qué no? ¿Acaso no es un bicho de luz? ¿O me equivoco?

– Visto así…

– Romina…, no te dejes llenar la cabeza por lo que Cum te diga sobre mí. Yo soy un alma buena y pura, que ama cantar y componer como a vos. ¡Si supieras los conciertos que me mando bajo la luz de la luna! Un día podrías venir a escucharme. ¡Hoy mismo, si quieres! ¡Sí, te invito! Sos mi invitada de honor esta noche.

– ¡Gracias! Pero hoy no puedo. Tengo que componer una canción.

– ¡Ay! Pero…, ¡si yo te podría ayudar! ¡Una canción fabulosa que deje a todo el mundo maravillado y que te den el primer premio en el concurso del colegio! ¿No sería genial?

– Cum dice que eso no importa.

– ¿Y qué va a decir Cum? Si él lo único que hace, además de molestar, es alumbrar de noche. ¡Farolero simplón!

– ¡No le digas así!

– Déjalo que se defienda solo. ¡Por supuesto que importa ganar! En la vida, lo único que cuenta es ganar. ¡Tú juegas al fútbol y lo sabes muy bien!

– ¡No! En el fútbol y en el básquet lo que cuenta es jugar en equipo y divertirse.

– ¡Yo soy el equipo que te hace falta para crear tu súper canción! Y a cambio…, sólo quiero…

– … uno de los deseos del topacio.

– ¡Exacto! ¡Vos sí que sos una nena inteligente!

¿Lo es? ¿Es inteligente? ¿Es inteligente ceder uno de los deseos del topacio al grillo, a cambio de su ayuda? ¿La necesita? ¿No puede componer ella misma la canción? ¿No puede hacer lo que Cum le aconsejó y pedirle al topacio que potencie su talento? ¡Eso sí que sería inteligente! Más inteligente que tratar de conquistar al mundo, como quieren hacer otros.

Procura ser educada.

– Saltimbanqui…, estoy segura de que compones unas canciones muy bonitas y sería un honor para mí escucharte. Pero prefiero componer yo sola. Quiero que mi canción sea sólo mía.

– Muchos artistas famosos tienen colaboradores en sus canciones.

– Lo sé. Pero prefiero hacerlo yo solita.

– Lo que pasa es que eres una egoísta.

-Según las reglas los deseos son míos. No voy a desobedecer.

– Bueno…, ¡no importa! Yo te ofrecí un trato y te lo pedí por las buenas. Pero si por las buenas no funciona…

– ¿Qué?

– ¡Ya nos veremos por ahí! A propósito…, muy rico el helado de sambayón. ¿Cuándo vamos de nuevo a tu heladería? ¡Jajajajajaja!

Y así, riendo a carcajadas, el astuto grillo desaparece de su vista.

Instantes después, una voz familiar interrumpe el silencio.

– Romi…, yo sé que, como protegida, no estás para nada a mi altura. Pero quiero decirte que me siento muy orgulloso de lo que hiciste. ¡Seguro va a ser una súper canción!

– ¡Sí, yo también te quiero, angeloso!

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El topacio con forma de corazón brilla en todo su esplendor, mientras Romi toca su guitarra. Toca con todo su corazón y con toda su alma. Las notas son dulces, frescas, cálidas, todo a la vez.

La letra de la canción va tomando cuerpo y ritmo, cada vez de forma más sencilla. Más fácil. Es como si alguien estuviera componiendo por ella. ¡Pero es ella! ¡Ella y todo su talento! ¡Ella junto al topacio dorado!

No lo sabe, pero escondido en el hueco de la guitarra, Cum disfruta de su concierto y se conmueve con cada acorde, con cada nota. Aunque no se nota, es un ángel de la guarda muy sensible. ¡Sólo que lo disimula muy bien!

– ¡Otra vez!

– Cum…, ¿otra vez adentro de la guitarra? ¿Qué haces ahí?

– Me rompo los tímpanos con tu serenata. ¿Qué otra cosa puedo hacer? Soy tu ángel de la guarda. Tengo la obligación de prestarte atención.

– Muy amable de tu parte.

– ¡Otra vez!

– ¿Qué quieres?

– ¡Que toques otra vez! ¿Todo te tengo que explicar?

– Pero…, ¿en el reparto de ángeles de la guarda no me pudo tocar uno menos cascarrabias?

– Cascarrabias, pero con glamour.

– Lo que tú digas…

– ¿Vas a tocar ahora o cuando pase la tormenta?

– ¿Tienes mucha prisa?

– Un poquito.

Romi toma la guitarra y vuelve a tocar. Cada vez que toca su nueva canción, se escucha mejor y mejor. El topacio brilla resplandeciente mientras cumple con su trabajo.

– Se nota que hay talento.

– ¿Eso va por mí?

– ¿Acaso hay alguien más en la habitación, pedacito de marmotita mía? ¡Claro que eso va por ti!

– Primero, me dices algo lindo y, después, algo feo.

– Es para nivelar. Sino parezco un ser amoroso y ya sabemos que…

– ¡Sos un odioso! ¡Jajajajaja! ¿Sabes qué? Aunque seas así de fastidioso, Avril y yo te queremos mucho.

– Creo que voy a llorar.

– ¡No se te puede decir nada lindo!

– ¡Jajajajaja! Querida protegida de mi corazón, voy a decir esto una sola vez, así que agéndalo porque no se volverá a repetir. Este luciérnago fastidioso, quejumbroso y latoso, se alegra mucho de que hayan venido a vivir a esta casa y las quiere mucho también. ¡Avril es un encanto balbuceante y vos sos una chica linda, inteligente y talentosa! ¡Me hace feliz que estén aquí!

– ¿De verdad?

– ¡Claro que de verdad!

– ¡Gracias! Te abrazaría, pero eres demasiado pequeño para mí.

– ¡Fin de la hora cursi! ¡Ahora a tocar!

– ¡Espera! Antes te quiero hacer una pregunta.

– ¡Sí, me gusta el helado de frambuesa!

– ¡Eso ya lo sé!

– ¿Y entonces?

– Cuando se terminen los deseos, ¿te vas a ir?

– ¿Tan rápido te quieres librar de mí?

– ¡Noooo! Es que no quiero que te vayas.

– Lo dicho. ¡Una clienta demandante!

– ¡Dale! ¿Te vas a ir o no?

– Cuando se terminen los tres deseos, ya estarás acostumbrada y feliz en tu nuevo hogar. Ya tendrás lindos momentos de este lugar para guardar en tu corazón. Por lo tanto, parte de mi misión como protector del hogar se habrá terminado. Y yo podré dedicarme a dormir y a alumbrar los cielos oscuros con mi lucecita trasera. ¡Pero sí! ¡Seguiré andando por aquí y molestándote! ¡Mi función de ángel de la guarda seguirá vigente! Te vas a portar bien y me vas a dejar dormir, ¿verdad?

– ¿En lo único en que piensas es en dormir?

– ¡Claro que no! También pienso a cada rato en helado de frambuesa. ¿No tendrás un poquito?

– ¡Sólo de dulce de leche granizado!

– ¡Puaj!

– ¡No seas atrevido! ¡Es el mejor helado del mundo!

– ¡Sí, es tan bueno que el otro día te bañaste en él! ¡Tres horas para sacarte los pegotes!

– Miren quién habla. ¡Tú estuviste cuatro para quitarte los pegotes de frambuesa!

– ¡Ejem, ejem! No te desconcentres y toca.

– ¿Otra vez?

– Romina…, en la vida de un músico nada es fácil. Hay que practicar y practicar. Pero creéme que vale la pena. Además, está tan buena la canción que no me canso de escucharla. ¡Dale! ¡Cantame un poquito!

Romina toca y canta y, sin dudas, lo hace aún mejor que antes. Esta nena tiene un don. En el futuro, será una gran guitarrista si se lo propone.

“Helado de sabayón,
de frutilla y de limón,
chocolate y ananá.
Duraznito sin carozo,
dulce de leche sabroso,
maracuyá al natural.
Cerezas al marrasquino,
frambuesas, choco con higos
y crema tramontana.
Cafecito granizado,
un poquito almendrado,
con crema de bananas.
Un cucurucho gigante,
muchas nueces adelante,
adornado con plantillas
y pasas de uva sin semilla.
Aquí lo voy a comer, despacito y sin toser,
este helado congelado,
hasta quedar como un tonel.”

Una semana después, Romina entra corriendo a la habitación de Avril, la levanta en brazos, y gira, gira y gira, hasta marearse. – ¡Cum! ¡Cuuuuuuuum! ¡Ganéeeee! ¡Me dieron el primer premio!

– Estaba seguro de que ibas a ganarlo. En la vida, hay que aprender a diferenciar la luz verdadera de la que no lo es. ¡Y en ese corazoncito hay luz de sobra! ¡Bravo, peque!

×-×-×-×-×-×-×-×-×-×-×-×-×-×-×-×-×-×-×-×-×-×

– ¡A los Peña los queremos todos, porque todos somos Peñarol!

– ¡Alguien que me mate, por favor!

Romina y Avril, con sendas camisetas aurinegras, están “tocando” desaforadamente las canciones de su amado club del barrio, con una batería improvisada con un cucharón, una espumadera y las cacerolas de la abuela.
¡El escándalo es infernal!

– ¡Chicas, porfis! Se me parte la cabeza.

– ¡Teque teque, toca toca, que esta hinchada está re loca!

– ¡Locaaaaaa!

– ¡Vos estás loca, Avril! Dale con la espumadera a tu hermana, a ver si deja el barra brava para otro día.

– ¡Peñarol, Peñarol, Peñarol!

– Romi…

– Carbonero, hoy te vinimo’ a ver…

– Romi…

– ¡Malvín, vieja barriada sin fin!

– Romina…, ¿estás loca? ¡Eso es otra cosa!

– ¡Jajajajaja! ¡Ups! ¡Me emocioné!

– Me duele la cabeza, mis preciosuras. ¿Podríamos dejar la bata para otro momento?

– Ya está el quejoso. ¡Hoy juega el manya! ¡Hoy hay clásico!

– ¡Manya, manya!

– Lo que tú digas, Avril. Pero, ¿por qué es tan importante un partido de fútbol? ¡Son veinte tarúpidos corriendo una pelota! ¿Cuál es el chiste? ¡Ay, mi cabeza!

– Los colores son algo que se lleva en la sangre. Si no lo sientes tú, yo no te lo puedo explicar. Pero no importa. Vamos al estadio…, ¡oooohh!

– Paso. ¡Ni loco! ¡Yo no voy!

– Eres nuestro ángel de la guarda y tienes que venir con nosotros.

– Si te vas con la barra brava, yo milagros no puedo hacer.

– ¡Jajajajaja! ¿Sabes qué me gustaría? Patearle un penal a Centurión en el último minuto y ganar. ¡Y darle un abrazo al Lolo, al Tony…, a todo el plantel!

El topacio con forma de corazón comienza a resplandecer. Parece que un último deseo está por cumplirse.

– ¿De verdad es eso lo que quieres? ¡Es tu último deseo!

– ¡Sí! Es lo que quiero.

– ¡Muy bien, niñitas! Entonces, dejemos la bata y vamos todos al estadio. Tenemos que patear un penal.

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¡El estadio Centenario explota!
Es una gran fiesta de banderas, serpentinas, papel picado, bengalas, cornetas, cánticos, gritos y aplausos. Más allá de la natural alegría, todo se desarrolla en completa calma.

Cum, sobre la cabeza de Romi, observa inquieto el panorama.

– No me gusta tener bichos en la cabeza.

– ¡Cállese y no sea atrevida! Estoy observando el campo de juego y ese arco tan lindo y tan grande. ¡No es fácil patear penales!

– Pero yo le voy a acertar, ¿verdad?

– ¿Ah, también tienes que hacer el gol?

-Para hacer papelones, mejor me quedo en mi casa.

– ¡Cuánta sensibilidad! ¡Tranquila! Yo me voy a quedar aquí tranquilo arriba de tu cabeza, así que ese penal lo pateamos entre los dos. ¡No puedes fallar!

– ¡Bieeen!

– ¿No tendrán heladito de frambuesa por acá? Necesito motivarme.

– ¡Para motivarte, un choripán!

– ¿Perdón? ¡Yo de caviar no bajo! ¡Habrase visto! ¡Choripanes a mí!

– Tengo un ángel de la guarda cascarrabias y delicado.

– ¡Demándame! ¡Espera un momento, Romina! ¿Dónde está el topacio?

– Lo tengo aquí, en el cuello, como sie… ¡Uy, no lo tengo! ¡No tengo el topacio!

La muchacha vuelve a palparse el cuello, la ropa, los bolsillos. ¿Dónde está?

– ¿Te lo quitaste?

– No, no me lo quité. ¡Hasta hace un rato lo tenía puesto! Se me debe haber caído.

¡Estadio lleno! ¡Bingo! A saber por dónde empezar a buscar.

– ¡Hola, Tanguito! ¿Los puedo ayudar? ¿Se les perdió algo?

¡Ay, no!

– Para usted soy el señor Cumparsita. ¡Y más le convendría devolver ese topacio!

– ¡Jamás! Es el último deseo del topacio y quizás pasen años para tener nuevamente una oportunidad. Así que va a ser que no.

– Saltimbanqui…, ¡ese deseo es mío!

– ¡Era tuyo, nenita! ¡Ahora lo tengo yo! Mi turno de conquistar el mundo.

– Saltimbanqui…, el topacio no funciona con malos deseos. Eso ya lo sabes. ¡Devuélvele el topacio a la niña! ¡Es su último deseo!

– ¡Ni loco! El topacio es para mí. ¡Chaíto!

Y comienza a correr por las gradas.
Romi y Cum salen en su persecución, sin escuchar los gritos de su preocupada familia. Suben, bajan, esquivan gente, esquivan a la barra brava.

– ¡Qué gente tan simpática!

– ¡Corre o perdemos mi penal!

– Perder tu penal es la menor de mis preocupaciones. Creeme!

– ¡Cum!

– El topacio no funciona con malos deseos. ¡Al menos eso es lo que dicen!

– ¿Podría funcionar?

– No lo sé. No debería, pero es mejor quitarle el topacio a Saltimbanqui y asegurarnos de que nada cambie.

Corren frenéticamente por todo el estadio. De repente, ven que bajo sus pies todo es pasto y césped. ¿Cómo se metieron al campo de juego? ¡Ay, qué papelón! La gente y las cámaras sólo ven a una niña traviesa corriendo por donde no debe. La señalan con el dedo y se ríen.

– Te dije que, para pasar papelones, mejor me quedaba en mi casa.

– Pero al menos, ya eres famosa. ¿O no?

Del mismo modo que entraron, vuelven a salir rumbo a las tribunas. ¡Esto es una locura! ¡Corriendo por todo el estadio tras una piedra dorada!

– ¡Saltimbanqui, espera!

– ¡No corras que es peor!

Entonces, el malvado grillo se detiene, gira sobre sus pasos y los enfrenta. El topacio brilla en sus manos con un fulgor extraño. No es el mismo brillo de siempre, es más oscuro, más apagado, como contaminado.

– Lo siento, chicos. Ahora me toca a mí cumplir con mi único deseo. Lo pedí por las buenas y nadie me escuchó. ¡Así que será por las malas! ¡Fue más divertido así! ¡Saluden a su nuevo Dios y dueño!

– Cum…, algo le pasa al topacio.

– Se está oscureciendo. ¡Esto no puede ser bueno!

– Dominar, dominar, dominar…

– ¡Saltimbanqui, noooo!

De repente y sin previo aviso, el topacio sale disparado en dirección a ellos. Cae directamente en manos de Romi.

Nubes de alquitrán se ciernen sobre ellos. Un rayo cae estrepitosamente y un denso humo negro rodea a Saltimbanqui. Un humo oscuro, espeso, aterrador. Nadie parece darse cuenta, salvo ellos.

Unos instantes después, todo parece volver a la normalidad. Las nubes se retiran, el humo se disipa.

Pero, ¿dónde está el grillo?

¡Ups!

Aplastado contra el suelo de la tribuna, víctima de un alegre pogo de barras del equipo contrario.

– ¿Para eso sirven las barras bravas? ¡Qué muchachos tan simpáticos! ¡Me caen bien!

– ¿Y mi penal?

– Para hacer papelones, mejor quédate en tu casa.

– ¡Cum!

– Pero si recién empezó el partido y el penal lo tenemos que patear en la hora. ¡Relájate un poco! ¡Y que estos pataduras aguanten un empate! ¡Milagros no hago! ¡Y el topacio menos! Y, porfi, sácame de aquí que me estoy poniendo nervioso.

Romina baja la cabeza para que su ángel pueda treparse en ella. Es un fastidioso, pero no quiere que le pase lo que al grillo.

– No me gusta andar con bichos en la cabeza.

– ¡Vuélveme a decir bicho, y el penal lo pateo yo solo!

×-×-×-×-×-×-×-×-×-×-×-×-×-×-×-×-×-×-×-×-×-×

Despatarrada cuan larga es frente al arco rival, en medio del césped y con un montón de señores mirándola preocupados. ¡Qué vergüenza!

– Y eso que te dije que, para pasar papelones… .

– ¿Y cómo pensabas patear un penal sin que te derribaran en el área, tonta?

– ¡Esta me las vas a pagar!

– Señorita…, sépase usted que algunos sueños cuestan más y hay que sufrir un poco más para alcanzarlos. ¡Este es uno de ellos! Y no te quejes, que no tienes ni un solo rasguño.

– ¡Pero no es justo!

– A la que le gusta el fútbol es a vos. ¡Yo no inventé la reglas! Para que lo cobren, te tienen que hacer falta en el área. Así que has un poco de teatro, levántate…, ¡y al medio del arco!

Romina se levanta inmediatamente. A nadie parece llamarle la atención que esté en el campo de juego, como una jugadora más. ¡Es una jugadora más!

El partido está empatado dos a dos a los cuarenta y cinco minutos del segundo tiempo. La pelota ya se encuentra en el punto penal, esperando para ser pateado.
El arco se ve muy grande desde ese lugar, y a Centurión se lo ve muy confiado en su portería. ¡De repente, a Romina se le aflojan las rodillas! Sí. Hay sueños que cuestan más que otros. ¡Hay sueños que dan miedo cumplir!

– ¡No puedo, Cum!

– ¿Qué estás diciendo?

– ¡Mira ese arco! Es inmenso. No voy a poder.

– Por supuesto que sí.

– ¡No, Cum! Yo no lo voy a patear. ¡Que lo haga otro!

– Muchachita…, este es su sueño. ¡Es algo que usted quería hacer! ¡Y ahora tiene la obligación de cumplir!

– ¡Ni loca!

– Romi…, uno tiene que ser responsable por aquello que desea y por sus consecuencias. Para estar aquí, hubo que dejar a otro jugador en el banco. Un jugador profesional. ¡Alguien que seguro está triste o enojado por estar ahí! Al pedir este deseo, asumiste una responsabilidad. ¡No puedes echarte atrás! ¡No hay vuelta atrás!

– ¡Pero es que no puedo! ¿No ves lo que es ese arco?

– ¡Es un arco gigante! ¡Siempre fue lo mismo!

– Se ve que nunca le presté atención. ¡No es como el básquetbol!

– ¿Por qué soñabas con patear este penal?

– Porque es mi equipo, porque lo ayudaría a ganar. Porque quiero ganarlo para ellos.

– ¿Y qué cambió? Es verdad…, no conoces a ninguno de estos hombres…, pero en este momento son tu equipo y tu equipo está empatado. ¡Puedes salvar este día!

– Pero…

– Tú puedes hacerlo. ¡Sé que puedes!

-Pero…, ¿lo voy a hacer yo o el topacio?

– ¡Es una buena pregunta! ¿Quieres hacer tú este gol o que sea pura suerte?

– ¡Quiero hacerlo yo!

– Entonces…, adelante. ¡Yo sigo aquí arriba! ¡Lo pateamos juntos!

Romina se pone en cuclillas junto a la pelota. Sin dudas, el arco es muy grande y no va a ser fácil patear. Pero entonces mira a todos esos hombres. No los conoce, pero son sus compañeros de equipo y no puede fallarles.

– ¡Romina, Romina, Rooooo…!

Ese sonido…, ¿viene de las tribunas? Mira a su alrededor. ¡Una multitud de gente con banderas negro y oro, coreando su nombre! ¡Y sus propios compañeros que le palmean el hombro con una sonrisa! ¡Kevin! ¡El Lolito! ¡El Cebolla! ¡Todos!

No es una de ellos, pero hoy sí lo es.

Con un nudo en la garganta, se apresta a patear. ¡Es su último sueño y lo va a cumplir!

El arquero la mira fijo, fiero, como para intimidarla. Ella lo mira igual.

Toma carrera, inspira. ¡Vamos!

– ¡Tú puedes, peque!

Dispara. ¡Directo al centro!

¡Gooooooooool!

×-×-×-×-×-×-×-×-×-×-×-×-×-×-×-×-×-×-×-×-×-×

La emoción de sentir las bengalas, los cánticos, los papelitos picados que caen, su nombre coreado una y otra vez. Y a sus compañeros que la llevan en andas por toda la cancha, como si estuvieran dando la vuelta olímpica.

¿Dónde está Cum? Cuando pateó el penal lo tenía sobre su cabeza, pero después fue tan desbordante el festejo que seguramente se cayó. ¿No se habrá roto un ala?

¡Ay, no!

– ¡Cuuuuuuum!

– Aquí estoy, señorita despistada.

Brillando como un semáforo sobre el arco rival.

– Estoy considerando quedarme a vivir aquí.

– No te lo recomiendo. ¡Hay tantas luces que nadie te vería!

– Yo brillo más que cualquier luz.

– ¡Uh, se agrandó Chacarita!

– Pero…, ¿viste el penal que me mandé?

– ¡Jajajajaja! ¡Si lo pateé yo!

– ¡Ay, ay, ay! ¡Lo pateó ella! Si te vieras la cara de felicidad…

– Tengo esta cara de felicidad porque estoy feliz.

– Prefiero tu cara de marmota.

– ¿Se me permite matar de un tortazo a mi ángel de la guarda?

– La verdad que no. No se te permite. Pero te agradezco el interés.

– Es una noche feliz. ¡Tengamos la fiesta en paz!

– ¿Cuáles son las otras opciones?

– Esta es la única.

– ¡Vaya! Y, ahora hablando en serio, me encanta ver esa cara de felicidad. Creo que ninguno de mis anteriores protegidos disfrutó tanto con sus tres deseos. En eso consiste distinguir la luz verdadera de la que no lo es.

– ¡Con esa frase nos conocimos!

– Admiro tu memoria.

– Y yo tu sarcasmo. ¡Jajajajaja! ¡Te quiero!

Cum se queda paralizado. ¡Él siempre se muestra sarcástico y fastidioso con la gente, porque le da miedo ser cariñoso y que le hagan daño! No le pasa sólo a los humanos, también a los ángeles de la guarda. ¡Ninguno de sus niños le había dicho eso antes!

– Estoy esperando el desplante, señor ángel.

El pobre luciérnago, conmovido de verdad, se estampa en la mejilla de Romi y se queda unos segundos recostado en ella.

– ¡Ouch! ¿Qué te pasa? Cualquiera diría que me acabas de dar una cachetada.

– Es un besito de ángel. ¡Yo te quiero mucho más! Y, como te quiero tanto, me voy a dejar conducir a casa sobre tu linda cabecita.

– ¡No me gusta llevar bichos en la cabeza!

-¡Lástima no ser un alacrán!

– ¡Jajajajajaja!

Y allá va la niña del topacio dorado y el luciérnago en la cabeza, caminando tranquilamente por el campo de juego, rumbo a los vestuarios.

– ¡Eeeeh, nena! ¡Tienes un bicho en la cabeza! ¡Ehhhh!

×-×-×-×-×-×-×-×-×-×-×-×-×-×-×-×-×-×-×-×-×-×

“Querida Romi:

Te escribo esta cartita porque, con los tres deseos cumplidos, seguramente ya no nos vamos a ver tan seguido como de costumbre.

Quiero decirte que, durante esta aventura, más allá de mis habituales desplantes, burlas y sarcasmos, Avril y vos se han ganado un lugar en este pequeño corazoncito. ¡Sí, aunque no lo creas tengo uno!

Eres una niña linda, simpática, de buen corazón y mucho sentido del humor, a diferencia de mí que soy un viejo amargado de casi doscientos años, con una lucecita trasera para alumbrar las noches oscuras.

Pero queda a tu disposición cada vez que la necesites. Porque, aunque te mudes cien veces de casa, yo iré siempre contigo. Ya no soy el espíritu protector de esta casa. Ahora soy el ángel guardián de mis dos pequeños soles, Avril y Romina.

Ser luciérnaga es desparramar un poquito de amor, un poquito de luz, un poquito de esperanza a todo el que lo necesite. Ser luciérnaga es dar más que recibir. Pero en esta ocasión, recibí mucho más amor, luz y esperanza, que los que di.

¡Gracias por enseñarme a querer y a no tener miedo! ¡Gracias por ser mi luciérnaga!

¡Siempre estaré con ustedes! ¡Nunca lo olviden!

¡Las quiero mucho!

Cum.-”

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