MIRANDA

Han pasado cuatro largas horas desde que Riley, Steve y Kurt han salido hacia la milla ocho, dos del último mensaje de texto que envío y del último que recibo. No hay noticias aún, pero ha prometido en su respuesta, avisarme cuando la carrera haya finalizado y tengan por fin un resultado. No lo ha hecho, lo que está comenzando a preocuparme. 

¿Y si las cosas han salido mal?

¿Qué pasa si al final, Steve se ha arrepentido de correr y Darnell no lo puede dejar pasar? 

Esta mañana ha estado de lo más nervioso. Se ha comido las uñas con ansiedad y casi no se le ha escuchado hablar en el desayuno. Se notaba a leguas de distancia que le costaba un mundo tranquilizarse. Todavía cuando nos despedimos, al abrazarlo y desearle suerte, su columna vertebral vibró bajo mis manos. 

Espero que todo lo que estoy pensando no sea más que un producto de mi mente paranoica.

Cinthia no ha parado de hablar y de hablar: que si Kurt está raro con ella, que si desde hace unos pocos días no tienen relaciones íntimas de manera normal…

¿Es que acaso no se ha dado cuenta, de que nada entre ellos es normal?

No son una pareja de enamorados común y corriente. Basta ver la forma en que la mira. Nadie que presuma de querer a alguien, es tan frío e indiferente como él.

Presto un poco de atención a lo que dice, a pesar de que la zozobra tiene el primer puesto en mi actividad cerebral. Asiento cuando es necesario y doy una negativa cuando lo creo indispensable. Más tarde, salto inesperadamente levantándome del sofá en el que hemos permanecido desde su partida, cuando el elevador abre las puertas revelando un Riley muy diferente al que vi marchar. 

En cuanto pone un pie en el interior se derrumba, tirándose al linóleo de rodillas, sollozando. El semblante de Kurt brilla sonrosado, respirando apresuradamente. Se queda parado junto al primero con el rostro desencajado, mirándome a los ojos con profundidad. Sus manos forman dos puños firmes y aprieta la mandíbula, pero no dice nada. Mi amiga se acerca rápidamente hasta él y sin embargo, parece no darse cuenta cuando ella lo abraza y le pregunta qué ha pasado. 

Entonces lo hago yo.

— ¿Qué le pasa a Riley? ¿Dónde está Steve? — cuestiono, arrodillándome también mientras sostengo el rostro de mi novio.

— Murió — contesta Kurt con frialdad, escapando hacia su cuarto.

Me petrifico.

La indiferencia con que lo ha dicho es capaz de sacudir a cualquiera.

Fueron años de convivir, de compartir sucesos y de ser cómplices en una misma causa. Cómo se nota que Steve significa para Kurt, la milésima parte de lo que significa para Riley. La prueba es ver cómo las lágrimas le bañan las mejillas hasta el punto de ser capaz de transmitirme su incredulidad e impotencia. 

Cinthia me atisba como pidiéndome permiso para ir detrás.

— Ve — digo, quedándome a solas con el dolor personificado.

Hace lo que le digo, abriendo la puerta de la habitación e introduciéndose también en ella.

— Llora. Llora a tu amigo tanto como quieras — le pido, besándole la frente cubierta de gruesas y saladas gotas de sudor —. Después, podrás contarme lo que pasó.

Lo abrazo fuerte, dejándolo enterrar el rostro en mi cuello el cual se siente húmedo contra mi piel. Le acaricio la espalda. Parece un niño triste. Un desolado y afligido infante que acaba de perder a su mejor amigo.

— Darnell. La Susuki — balbucea, rodeando mi cintura con sus fuertes brazos y atrayéndome hacia sí —. Se atravesó obstruyéndole el paso. ¡Lo vi volar por los aires! ¡Su cuerpo salió expulsado de la Yamaha ante mí! ¡Murió en mi regazo! — Grita. Está inconsolable. Sin embargo, no para de hablar — Aún escucho los susurros de toda la gente, rodeándome — comienza.

Según su relato, cuando Steve ha muerto, todos los espectadores lo han rodeado hablando en secreto. Murmurando cosas que Riley no ha podido entender, pero que le han sabido a burla. Aún ha guardado la esperanza de que su amigo despertara y ha confiado en que se tratara de un desmayo por la falta de fuerzas. Pero no. Luego, él y Kurt han dejado el cuerpo sin vida de su compañero sobre el asfalto, decidido a vengar su muerte.

— Pude haberlo matado — agrega, refiriéndose a Darnell. 

Rompe el contacto para mostrarme los dedos llenos de sangre, empuñándolos después.

Pienso en lo peor.

— Riley, ¿tú no habrás…?

— No. Es de mi hermano — señala, disipando mis dudas sobre la procedencia de las manchas —. Quise hacerlo. Iba a hacerlo. Hasta que llegó la policía y tuvimos que escapar.

Ha habido una redada, alguien ha hecho una llamada anónima y avisando de la carrera o quizás sobre el accidente. Kurt solo ha tenido el tiempo suficiente para pagar la apuesta. Luego ha obligado a Riley a subirse en la motocicleta, abandonando el cadáver a regañadientes.

— ¡¡No quería dejarlo, Fierecilla!! — vocifera, entonces comienzo a llorar también. Imaginarme la clase de tortura que ha sido para él desampararlo, me provoca escalofríos.

A pesar de su debate interno y de la dura lucha que ha entablado con su conciencia, ha acelerado lo más que ha podido desapareciendo del alcance de las patrullas y ha parado en la primera esquina con cabina telefónica, marcando al 911 por una ambulancia ya que no ha podido hacerlo desde el móvil por el riesgo a ser detectado. Enseguida ha aguardado, con el único motivo de saber a dónde será trasladado Steve.

— Lo demás, ya lo sabes — concluye, recobrando un poco la compostura —. Tengo que saber de él, ir a ver a su madre y ayudar con el funeral — dice, pasándose las manos varias veces por el rostro y dejando chorretones resultantes de la mezcla de sangre, sudor y lágrimas, regados por doquier.

— ¿Por qué no tomas una ducha? Te aclarará las ideas. Si me das el nombre del hospital al que ha sido llevado, puedo comunicarme y pedir información — sugiero, enjugándome un par de gotas incrustadas en mis mejillas a la par que me limpio la nariz, con la manga del suéter.      

— ¿Harías eso por mí? — formula, regresando al llanto que había desaparecido por unos minutos. 

Asiento, acunándolo de nuevo.

— Yo lo haría todo por ti.


***


Un tiempo corto después de que Riley entra en el cuarto de baño, marco al St. John Hospital & Medical Center, donde me confirman que efectivamente, el cuerpo sin vida de Steve ha llegado hace un par de horas y que ya se ha dado parte a su madre, procediendo a reconocerlo y a llevarlo al servicio funeral. 

Lo primero que hago al cortar la llamada es tocar la puerta de la recámara de Kurt, avisándoles a él y a Cinthia los pormenores. Después, entro al dormitorio de mi novio para esperarlo y comunicarle. Sus ojos se apagan al escucharme, la única reacción es la de parpadear rápidamente y asentir. 

Toma sus pantalones sucios, sacando el celular y marcando con velocidad.

— ¿Señora Rogers? Soy Riley — señala. Por lógica deduzco que se trata de la madre de Steve, quien está del otro lado — Él era mi hermano — musita, con nuevas lágrimas ensuciando y arruinándole el semblante. Está deshecho y presiento que no logrará superarlo de la noche a la mañana —. No se preocupe, todo corre por mi cuenta — dice, ofreciéndose a pagar los gastos funerarios.

La llamada lo trastoca. No para de llorar y de maldecir. Grita y jura que lo sucedido ha sido también su culpa, supongo que por haberlo apoyado y ayudado con los entrenamientos. La lámpara de noche termina estrellada contra la puerta del armario, cuando la arroja. 

— Iré a prepararte un té — aviso. 

Necesita estar solo y yo preciso concederle ese espacio.

Posteriormente de treinta minutos, regreso con la taza de té caliente encontrándolo profundamente dormido. La coloco en el buró y lo cubro con el edredón depositándole un beso en la frente, aprovechando para ir a casa a cambiarme con algo más apropiado.

***


— No es que no quiera conversar contigo, mamá — digo al llegar, encontrándola sentada en mi cama y esperando por mí, con la intención de proseguir los sermones como la noche anterior —. Steve, un amigo muy querido de Riley y mío, acaba de morir. Como verás, me es más importante prepararme para asistir a sus funerales, que quedarme a conversar de Jason o de lo prejuicioso que es papá — sentencio yendo de un lado a otro, haciéndome de las prendas apropiadas.

— Lo siento mucho — añade con un abrazo, cuando lo que realmente hubiese esperado es un interrogatorio.

— Gracias — digo, suspirando. 

Estoy cansada y afligida. Verlo en ese estado me duele en el corazón.

— No es de Jason de quien quiero hablar. Mira, quiero pedirte que le des una oportunidad a tu padre de explicarse. Solo desea lo mejor para ti.

Asiento, sin más. 

Todos tenemos derecho a una oportunidad.

Me deja a solas y enseguida de una ducha, me visto con la mente apegada a los hechos del día como si fuese la peor de las pesadillas. El color negro no es de mis favoritos. Sin embargo, hoy combina perfectamente con la tristeza que siento. 

Regreso al departamento lo más rápido que puedo, encontrando a Riley despierto y preparado para salir. Su mirada luce igual o más oscura que las ropas que ha escogido y, advierto una sensación de terror oprimiéndome el tórax. Una sensación de miedo inverosímil, de que el shock vivido lo convierta en un muerto en vida y de que yo no sea lo suficientemente capaz de arrancárselo al sufrimiento.

No decimos ni una sola palabra durante el resto de la noche. La madre de Steve se aferra a los brazos del mejor amigo de su hijo en cuanto lo ve cruzar el umbral. Seguramente esa es su manera de procurar sentirlo de nuevo y la verdad, es que no consigo imaginar qué puede estar sintiendo por más que lo intento. Perder a un pedazo de ti debe ser lo más desgarrador del mundo y, su llanto lo expresa todo.

Hoy ha sido el sepelio. He pensado que Riley se volvería loco cuando el sepulturero ha ordenado que llevaran el féretro para introducirlo en la cripta y sellarla. 

— ¡Perdóname, hermano! ¡Debí haber insistido! ¡Debí negarme a que lo hicieras! — ha llorado y vociferado, arrodillado junto a la caja de madera a la que no ha querido soltar y de la que he tenido que pedir ayuda para que lo aparten.

Kurt ha actuado tan imperturbable como siempre y ni siquiera se ha tomado la molestia de usar luto.

— Cómo se nota que lo que pasó no le interesa ni un poquito — comento acercándome a Cinthia, quién como yo espera tras bambalinas a que todo termine.

— Kurt no era así. Todo ha cambiado desde…

— ¿Desde qué? No te atrevas a insinuar que yo he tenido que ver con su cambio, Cinthia — sentencio, captando claramente su intención.

Suspira.

— Intenté persuadirlo para que vistiera algo más discreto pero ya lo conoces, con él no se puede llegar a un acuerdo — musita y mientras tanto, admito para mí misma que sí ha traído algo negro con él: su alma.

Todo ha acabado, la mayoría de los presentes se ha retirado y el cementerio comienza a quedarse vacío. Nos hemos despedido de la madre de Steve quien dice estar muy agradecida con Riley por sus muestras de amistad y por su apoyo, pero atormentada hasta lo indecible pues no parece estar en control de la realidad, pese a experimentarlo. 

— Te llevaré a tu casa. Te ves cansada y necesitas dormir un poco — dice, subiendo a la Honda y ayudándome a hacer lo mismo.

— Está bien. Prometí a mamá que hablaría con papá después de que pasara todo esto — digo, colocándome el casco y recostándome en su espalda, con el deseo de reconfortarlo a flor de piel.


***


— No me dejes nunca — pide, abrazándome con fuerza.

Estamos en la calle, frente al zaguán que tantas veces nos ha servido de testigo. 

Se recarga en la motocicleta.

— Parece que aparte de ti, Steve era lo único que me quedaba. Por favor, nunca te alejes de mí.

— No lo haré. Lo prometo.

Planta un beso en mis labios, urgente y desesperado. Como si temiese quedarse completamente solo.

— Te amo. Nunca te dejaré — aseguro. Sonríe, pero es una sonrisa a medias. Una sonrisa que no logra llenarlo.

— Y yo a ti — declara —. Eres mi vida.

Esa es su última frase antes de despedirse, diciendo que tiene algunas cosas qué hacer. Que le ayudará a la señora Rogers con lo de la cuenta bancaria de Steve para que pueda hacer uso de ella y, promete que me llamará más tarde. 

Está oscureciendo. Entro a la casa encontrando a mamá en el sofá de la entrada, quien se pone de pie en cuanto me ve llegar.

— Qué gusto me da que ya hayas regresado — señala, recibiéndome con un beso. 

— Hola, mamá. Estoy muy cansada. Quiero dormir — aviso, encaminándome hacia mi habitación. 

— Espera. Tu padre llamó hace un rato y dijo que cuando llegaras, te pidiera que lo esperaras despierta. No tardará.

— ¿Es necesario todo esto? — pregunto, hastiada. El fastidio es evidente en mi tono de voz, la cual se aprecia exhausta —. Es obvio que papá y yo no pensamos igual con respecto a Riley. Le dejó muy clara su postura. No lo quiere cerca de mí.

— Por favor, hija. Aguarda a ver qué tiene que decirte — pide, arrastrándome con ella hasta el sofá.

Una. Dos. Tres horas y no hay señal de Paul Kane por ningún lado. Me levanto de mi asiento con la intención de no seguir esperando ni un segundo más, pero a Elise nada le pasa desapercibido.

— ¿A dónde vas? — cuestiona, al notar mis pretensiones.

— Parece que no llegará temprano. Como siempre. Y yo ya no puedo con el agotamiento.

— Está bien — enuncia, ésta vez sin protestar —. Hasta mañana, hija.

— Hasta mañana, mamá.

Comienzo a subir las escaleras que se me hacen más largas conforme las escalo, cuando el timbre del teléfono me frena a medio camino.

— ¿Diga? — Contesta mamá — ¡¡Por favor, no le haga daño!! — grita, asustada.

Bajo los peldaños corriendo y volviendo junto a ella.

— ¿Qué pasa? ¿Quién llama, mamá? — no me pone atención, sigue sumergida en lo que quien quiera que sea que esté del otro lado de la línea, le dice.

— Está bien, le daré lo que me pida. Pero por favor…, no le haga daño — ruega, cortando la llamada.

Sus ojos están abiertos, grandes y húmedos. Las lágrimas se asoman apunto de derramarse y por un segundo creo que caerá al suelo, desmayada.

— ¿Quién era? ¿Qué ocurre?

De repente no se contiene más, se prende a mi cuello y anuncia, abrumada: — Es tu padre, Miranda. Lo han secuestrado.

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