– ¡Ay, chicas! ¡Otra vez ese perro!
– ¡Guau, guau, guau!
– ¡Corran!
– ¡Por nuestras vidas!
Las “chicas” en cuestión, Marulata, Cachiporra y Tramontana, echan a correr delante del enorme perro blanco, que no para de ladrar.
– ¡Otra vez!
– ¿Por qué siempre tenemos que pasar por esto?
– ¡Marulata…, vos sos el hada del jardín! ¡Tenés que hacer algo! ¡Enseñarnos a volar! ¡O mudarnos a otra casa! No sé…, ¡algo!
– ¡Ah, claro! ¡Ahora la culpa la tengo yo!
– ¡Por supuesto que sí! ¿Quién es el hada acá? ¿Vos o yo?
– Cachiporra tiene razón. ¡Este perro se pasa la vida correteándonos! ¿Qué clase de hada sos? ¡Si ni vos podés volar para evitar que nos atrape!
– ¡Soy un hada artista! ¡Eso soy!
Las tres elfas siguen corriendo velozmente, ya casi sin aliento, hasta que logran esconderse en el hueco de un árbol. Bandido las sigue, ladra enérgicamente y olfatea con mucho interés. ¡Quiere jugar con esos seres tan extraños que se andan paseando alegremente por su jardín!
– ¡Un hada payasa es lo que sos!
– ¡Eso! ¡Siempre escondidas entre yuyos y árboles! ¡Es una humillación!
– ¡Por supuesto que sí! Los elfos somos seres superiores a los perros. ¡Lo que pasa es que tenés miedo!
– ¡Eso! Te da miedo un simple perrito.
– ¡Hada miedosa!
– ¡Cobarde!
– ¿Ah, sí? ¿Así que soy un hada miedosa y cobarde? Ahora van a ver si su maestra es una cobarde o no!
Y, enojada y con gran valor, el hada Marulata sale de su escondite y se planta frente al gran perro blanco y peludo.
– ¡Barro, barrera, barrica! ¡Que te vuelvas pequeño como una canica! ¡Yazam!
De inmediato, el pequeño gran perro se vuelve más pequeño. Y más pequeño. ¡Y más! ¡Hasta volverse algo tan insignificante como una mísera canica!
– ¡A ver, par de tarúpidas! ¡No se queden ahí paradas! ¡Vengan a darme una mano!
Entre las tres, logran acorralar al asustado animalito.
– ¡Vení! ¡Perseguinos ahora, perrito!
– ¿A que ahora no sos tan valiente?
– ¡Guau, guau, guau!
– ¡Basta! Llévenlo a la guarida. Ya veremos más tarde qué podemos hacer con él.
Cachiporra y Tramontana se llevan al pobre Bandido a través del jardín. El hada Marulata baila, vuela y hace giros, pero en el fondo se siente sola y triste. Sus dos aprendizas son muy divertidas, pero sólo son eso. ¡Aprendizas!
Y a ella le hace falta una amiga, alguien con quien compartir su magia, alguien que la quiera y la ayude a ser un hada feliz.
¿Dónde estará esa amiga? ¡Se muere de ganas de conocerla! ¡De abrazarla!
¡De que puedan estar toda la vida juntas! ¡Como un solo corazón!

– ¡Me encanta! Ella siempre ha sido una niña tan dulce y tan feliz. ¡Desde que era mi alumna en primer nivel!
– ¡Sí, Fabi! No es porque yo sea la mamá, pero Jayden es una especie de hada. ¡Siempre está feliz y de buen humor! ¡Desde el día en que nació! ¿Te tomás otro cafecito?
– ¡Mamiiiiii! ¡Mamitaaa! ¿Estás ahí?
– Bueno…, ¡de cuando en cuando se nos cruza algún cablecito!
– ¡Jajajajaja! ¡Tranquila! ¡Si lo sabré!
– ¡Mami, no encuentro a Bandido por ninguna parte!
– ¡Ella y su perro favorito! ¿Lo buscaste debajo de tu cama? Vos sabés que le encanta dormir ahí.
– ¡Sí! Lo busqué debajo de mi cama, en el fogón de la cocina y hasta adentro de la heladera, y no lo encuentro por ninguna parte.
– ¡Qué raro! Si yo lo escuché hace un rato ladrando. Creo que estaba persiguiendo una ardilla o algo así.
– ¡Pero ahora no está!
– ¡No llores, mi tesorito! – le dice Fabiana – A ver…, un abracito para que vuelva esa sonrisa. ¡Mi niña feliz no puede estar tan triste buscando a su perrito!
– ¿Un abracito de corazón, mi amor?
Yuli, Fabi y Jayd se dan un enorme abrazote de oso, bien apretado y lleno de cariño.
– ¡Quiero a mi papá!
– Pero papi está trabajando ahora y no lo podemos llamar. No te preocupes por Bandido. Debe estar haciendo alguna de sus travesuras. ¡En un rato aparece! ¡Seguro!
– ¡Mami, no entendés! ¿Y si le pasó algo?
– ¡Tranquila, mi amor! Bandido está muy bien. Se debe haber quedado dormido a la sombra del pino.
– Jayd, te propongo algo. ¿Qué te parece si te ayudo a buscarlo? ¿Te gustaría? Debe estar escondido en algún lugar del jardín. ¡O abajo del pino, como dice mamá!
La carita de Jayden se ilumina. Adora a Fabiana. ¡Por lejos, es su maestra favorita! Aunque ya no sea su maestra.
Yuliana la mira agradecida. Fabiana es una persona muy importante en la vida de Jayden. Fue su primera maestra y, aunque ahora esté con otros niños, siempre se hace un tiempo para visitarla y jugar con ella. Le encanta que haya personitas tan especiales y mágicas en la vida de su hija.
– Mami, ¿podemos ir? ¡Dale, porfaaaaaa!
¿Cómo decirle que no a esa carita? ¿Tan llena de luz y de vida?
– ¡Por supuesto que sí! ¡Vayan! Pero no te vayas a ensuciar la ropa nueva, Jayd.
– ¡No, mami!
Y, dándole la mano a su antigua maestra, salen corriendo en dirección al inmenso jardín. Es un jardín lleno de alegría y movimiento, de perfumadas flores e insectos trabajadores.
Una pareja de colibríes pasa zumbando como un bólido por encima de sus cabezas, libando de flor en flor, en tanto que una majestuosa mariposa monarca, revolotea a sus anchas y se deja contemplar por esos cuatro ojos curiosos.
– ¿Y ahora qué hacemos, Fabi?
– Ahora nos dividimos, así podemos encontrar a Bandido más rápido. Tú vas hacia la derecha y yo hacia la izquierda. ¿Qué te parece?
Jayd abre los ojos como platos y se mira las manitos, mientras trata de comprender. ¿Derecha? ¿Izquierda? Papá Gastón se lo enseñó, pero ella ya no se acuerda de cuál es cuál.
– Jayden, tú vas para allá.
Y, con mucho cariño, le señala la dirección en que debe ir.
– La que encuentre primero a Bandido ladra. Vas a ver que, seguro, está jugando a las escondidas contigo y pronto lo encontramos.
– ¿Ladrar? ¡Jajajajajaja!
– Sí, es nuestra clave de rescate. ¿Trato hecho?
– ¡Trato hecho!
Maestra y alumna se separan en busca del querido perrito. ¿Pero dónde se habrá metido?
Tras haber dado unos cuantos pasos por el sendero, se escucha un ruido tras unos arbustos. Jayden escucha con atención, pero no ve nada extraño. Avanza unos pasos. Se detiene. ¡Otra vez! ¡Ahora los arbustos, además de hacer ruido, se mueven! Como si alguien estuviera tras ellos.
– ¿Bandido, sos vos?
No obtiene respuesta alguna. Avanza unos pasos más.
Los arbustos se mueven cada vez con más energía. ¡Sea quién sea que esté ahí, tiene un raro presentimiento! ¡Ese no es su perro!

– ¡No hagas ruido! ¿No ves que se va a dar cuenta?
– ¡Pero si sos vos la que estás haciendo ruido, Cachiporra!
– ¡No me repliques! ¿Quién es la que da las órdenes en este jardín?
– ¡Marulata! ¡Ella es quién da las órdenes! Te lo recuerdo, por las dudas.
– ¡Por favor, esa hada blanda que se pasa bailando todo el día y que nos somete a la diaria humillación de vernos perseguidas por perros, niños y hormigas! ¡Pero habrase visto!
– Lo que pasa es que tenés envidia, Cachi.
– ¡No, no tengo envidia! ¡Estoy cansada de ser una elfa humillada! No tengo más ganas de seguirme escondiendo atrás de los árboles o los yuyos, por culpa de esa hadita de azúcar.
– ¡Pero esa hadita de azúcar es nuestra maestra! Y a Marulata le pasa algo. ¿No la ves que está como triste?
– Ni lo sé ni me importa. ¡Y callate! O esa nena nos va a descubrir.
– No me importa si nos descubren. ¡Pobrecita! Seguro está buscando a su perrito. Tendríamos que decirle a Marulata que lo devuelva a su tamaño original y lo deje volver con su dueña.
– ¿Ah, vos querés que la enana recupere a su perro?
– ¡Claro que sí!
– Bueno…, entonces no hace falta recurrir a Marulata para que se cumpla tu deseo.
– ¿De qué estás hablando, Cachi?
– ¡De esto!
Y Cachiporra, la traviesa aprendiz de hada, saca de entre sus bolsillos una cajita dorada con forma de corazón.
– ¿Qué es eso, Cachiporra?
– Unos polvitos mágicos que sobraron de cuando encogimos al perrito.
– ¡No serías capaz!
– Probame.
– ¡Cachi…!
Pero Cachi ya no la escucha más. Sale resueltamente de su escondite y se detiene delante de Jayden, que ni le presta atención. La elfa, muy enojada por verse así ignorada, pronuncia sus palabras mágicas:
– ¡Sapo, sapito, sapón…!
– Cachi, no lo hagas. ¡Marulata nos va a matar a las dos!
– ¡… que se vuelva pequeña como un chicharrón!
Sin saber cómo ni por qué, la pequeña Jayd ve como flores, arbustos, yuyos y pasto se vuelven gigantes a su paso. ¡La mariposa monarca que la seguía por el sendero, ahora parece un avión!
– Pero, ¿qué está pasando? ¡Fabianaaaa! ¡Mamiiiiii! ¡Papiiii! ¡Me estoy haciendo chiquita! ¡Ayúdenme!
– ¿Se puede saber qué hiciste? ¿Te volviste loca?
– ¡No seas aguafiestas, Tramontana! ¡Esto va a ser muy divertido!
Y, acto seguido, Cachiporra toma de la mano a Tramontana riendo como una loca, y huyen juntas por el sendero.

– ¿Y ahora cómo voy a encontrar a Bandido, si estoy de este tamaño? Seguro papi sabría qué hacer. ¡O el tata Robert! Pero están trabajando. ¡Encima parece que va a llover! ¿Y ahora qué hago?
Jayden continúa caminando con valor. De repente, ve un ejército de hormigas que llevan su carga de hojitas y ramitas rumbo a su guarida.
– Disculpe, señora Hormiga. ¿De casualidad, no vieron pasar un perrito blanco por aquí?
La señora Hormiga niega con la cabeza y continúa su marcha junto a su tropa. Jayd continúa caminando a paso veloz, hasta que encuentra una abeja gigante volando sobre su cabeza. Pero ella no tiene miedo. Los animales son sus amigos y la quieren. ¿Quién no querría a semejante tesorito?
– ¡Hola, señora Abeja! ¿Usted no ha visto un perrito blanco correteando por aquí?
Doña Abeja, muy atareada, niega con la cabeza y continúa con su labor de recolectar polen para hacer dulce miel.
Jayden, ya un poquitín frustrada, continúa su camino. No logra encontrar a Fabi y tampoco puede volver con su mamá. Pero no importa. ¡Ella va a encontrar a su amigo Bandido! Levanta la cabeza y continúa caminando sonriente.

En un punto del sendero, se encuentra con un sapo enorme y barrigón, que la mira con preocupación.
– No se asuste, señor Sapo. ¡Sólo quería preguntarle si no había visto a un perrito blanco corriendo por aquí! Es que se me perdió y no logro encontrarlo.
– ¡Croac!
No. Él tampoco lo ha visto. La pequeña da las gracias y continúa andando. ¿Dónde se habrá metido ese bandido? ¿Y cómo va a explicar en su casa que ahora está más chiquita que Pulgarcito?
– ¡Bandidooooooo! Bandido, ¿dónde estás?
De pronto, una voz cantarina y algo malhumorada, le habla desde la rama más baja de un sauce cercano.
– ¿Y vos de dónde saliste? ¡Ya me alcanza con las dos aprendizas que tengo! No necesito más.
– ¿Aprendiza?
– ¡Sí, aprendiza! ¿No sos otra de esas elfas que quieren parecerse a mí?
– No. Yo soy Jayden.
– ¡Jajajaja! ¡Qué nombre más raro! ¡Yo soy Marulata y soy el hada de este jardín!
– ¡Y decís que mi nombre es raro! ¡Jajajajajaja!
– ¡Jajajajaja! Y, si no sos una elfa ni nada por el estilo, ¿entonces qué hacés acá? Para ser una hormiga tenés un aspecto muy extraño.
– No soy una hormiga. ¡Soy una niña!
– ¿Una niña de ese tamaño?
– No sé qué me pasó. Yo venía caminando por el sendero, buscando a mi perrito Bandido y, de repente, todo comenzó a hacerse cada vez más grande.
– ¿Es tuyo ese perrito blanco?
– ¿Lo viste?
– Me temo que sí. Está en nuestra guarida. Cachiporra y Tramontana, mis aprendizas, lo están cuidando. ¡Es un perrito muy simpático!
– ¿Dónde está? ¡Quiero verlo!
– Tenemos un pequeño problemita. Él también está un poco chiquito. ¡Así como vos!
– ¿Qué le hiciste a mi perro?
– ¡Perdón! Es que nos vive persiguiendo, y mis chicas se molestaron un poco y me desafiaron. ¡Así que lo encogí con mi varita mágica! Pero te prometo que, ya mismo, lo devuelvo a su tamaño original para que te lo lleves a tu casa.
– ¿Y a mí por qué me encogiste? ¡Si yo no ando persiguiendo a la gente!
– ¡Te juro que no fui yo!
– ¡Mirame cómo estoy! ¿Qué le voy a decir a mis papás?
– Lo sé. ¡Y lo siento! No llores. Te prometo que lo voy a arreglar y que las culpables van a pagar por esto.
¡Y, acto seguido, llama a voz en grito!
– ¡Cachiporra! ¡Tramontana! ¡Vengan para acá!
Tal vez y sólo tal vez, a partir de hoy hayan dos elfos menos en este mundo.
¡Ouch!

“Doña Pata tiene diez lindos patitos,
todos obedientes, todos muy bonitos.
Uno atrás del otro, atrás de la mamá.
Uno atrás del otro, hacia el lago van.
Juegan a la ronda y a las escondidas.
Juegan a la mancha y a las zambullidas.
Uno atrás del otro, atrás de la mamá.
Uno atrás del otro, en el lago están.
Al llegar la noche, al salir la luna,
Doña Pata dice: “¡Basta de laguna!”
Uno atrás del otro, atrás de la mamá.
Uno atrás del otro, hacia casa van.
Debajo del ala pronto dormirán.
Doña Pata canta: «Arrorró cua cua»

– ¡Qué bonita canción, Jayden! – suspira Marulata.
– ¡Ay, sí! – la sigue Tramontana.
– Es tan bonita que me da mucha pena haberte vuelto así de chiquitita. ¡Perdón! ¡Sé que soy demasiado traviesa y, a veces, se me va la mano!
Jayd se ríe a carcajadas, con su Bandidito, igual de pequeñito que ella, abrazado junto a su corazón. Se siente muy feliz de haber encontrado a seres tan especiales en su jardín, y estar volviéndose todos amigos.
– Mi mamá me la canta siempre a la hora de dormir. ¡Me encanta! ¡Es una de mis canciones favoritas!
– ¡Guau, guau, guau!
– Bandido dice que también ama esa canción.
– ¿Cómo se llama tu mamá, Jayd?
– Se llama Yuliana y es la mejor mamá del mundo. Y mi papá se llama Gastón, y es lo más hermoso que hay sobre la tierra.
– ¡Ay, como me gustaría tener un papá y una mamá, como vos!
– Marulata tiene razón. ¡Estaría buenísimo tener mamá y papá! – opina Cachiporra.
– ¿Y te sabés más canciones?
– ¡Sí, a mí me encanta cantar! ¡Y bailar!
– ¿Bailar? – exclama Marulata, feliz.
– ¡Uy, le tocaste su punto débil!
– A Maru le encanta bailar. – suspira Tramontana.
– ¡Enseñanos!
– ¿De verdad quieren que les enseñe?
– ¡Síiiii!
Y es así que, mientras Bandido ladra frenético y mueve su cola cual plumero al viento, loco de contento, Jayd, Maru, Cachi y Tana se colocan en posición de baile. – Nos falta la música. – Para eso estoy yo.
Y, con mucha alegría, el hada Marulata hace un movimiento con su varita y una cálida melodía comienza a sonar. ¡Todas aplauden felices! – Ahora es fácil. Un paso adelante y un paso atrás. ¡Vamos!
Jayden sonríe al ver cómo todas se divierten tanto.
¡Ni en el más dulce de sus sueños, la niña feliz podría sentirse así de feliz!

Las chicas pasan el resto de la tarde cantando, bailando y girando como trompos. ¡Girando y girando hasta que caen al suelo, mareadas y muertas de la risa!
Marulata ya no se ve triste. Ya no se siente sola. ¿Quién diría que una humanita de tres años podría conquistar tan rápido su corazón y convertirse en una amiga tan especial y maravillosa?
¡Si hasta Cachiporra, que es una amargada, no para de reírse y dar vueltas! Y Tramontana, que es el colmo de tímida y reservada, hace más ruido que unos cascabelitos.
¡Sin dudas, la pequeña del jardín es una niña feliz! ¡La más feliz de todas las criaturas del universo! Y contagia su felicidad y su luz a los demás.
¡Y esa preciosa niña feliz es su amiga!
– Chicas, ¡nos estamos divirtiendo muchísimo! Pero seguro mamá y mi amiga Fabi deben estar preocupadas buscándome. ¡Tenemos que volver a casa!
– ¡Ay, un ratito más! – le piden Cachi y Tana a coro.
– ¡No! ¡Jayd tiene razón! Es hora de que ella y Bandido crezcan y vuelvan a su casa. Seguro mañana nos volvemos a ver.
– ¡Claro que sí!
– ¿Y vamos a seguir bailando?
– ¡Y cantando!
– ¡Síii! Y girando. – afirma Jayd con alegría.
– ¡Genial! Pero, antes de que te vayas, tenemos que hacerte un pedido muy especial.
Cachiporra y Tramontana se miran entre ellas, guiñándose un ojo y dándose codazos.
– ¡Ya sé lo que le vas a pedir!
– ¡Yo también!
– ¡Chicas, chist!
– ¡No seas aguafiestas, Maru!
– ¡Pido la palabra! ¡Pido la palabra!
– A ver, Tana. Te escuchamos con atención.
Tramontana se para frente a Jayd y mira fijamente sus ojos de cielo.
– Querida amiga Jayden: hasta hace unas horas, nosotras éramos una pandilla de elfas ridículas. Cachiporra era una aprendiza amargada y peleadora, que se pasaba el día repitiendo la palabra “humillación” a cada rato y nos sacaba de las casillas a todas.
– ¿Cómo que amargada y peleadora? Marulata, ¿vas a dejar que digan eso de mi? ¿De qué se ríen?
– Yo era una aprendiza vaga, cómoda y tímida que, hasta hoy, desconocía el valor de divertirse y tener amigos. Pero la peor era Marulata. ¡La pobre estaba triste y no tenía ganas de hacer magia! Cada vez que Bandido nos perseguía, teníamos que escondernos en algún árbol, porque sus hechizos no tenían fuerza. Y ahora está resplandeciente y feliz. ¡Hasta puede volar sin siquiera usar su varita!
– ¡Eso si es verdad!
– Tan sólo hace un rato que llegaste a nuestras vidas y, con tu alegría contagiosa, todo cambió. ¡Nos regalaste ganas de enseñar y aprender! Le diste a Maru la fuerza de un hada, y a nosotras las ganas de ser como ella. ¡Y como vos! ¡Porque, aunque no tengas alas ni varita, vos también sos un hada! ¡Nuestra hada feliz!
– ¡Ay, creo que voy a llorar! – afirma Cachi entre lágrimas.
– ¡Jajajajaja! Tana tiene razón. ¡Hacía mucho que no me sentía tan feliz y con tantas ganas de volar, girar y cantar! Por eso, quiero hacerte un pedido muy especial. ¡Yo quería tener una amiga, pero ahora me di cuenta de algo más que nos hace falta! Nosotros los elfos no tenemos una Yuliana y un Gastón a quienes querer y abrazar, como vos los tenés. Por eso, porque sos tan linda y querible, ¿no te gustaría ser la mamá de las elfas de tu jardín?
Los ojos de Jayd se iluminan. ¡La mamá del corazón de tres hadas!
– ¿Y qué tengo que hacer?
– ¡Muy fácil! Tenés que venir a visitarnos todos los días. Jugar con nosotras, enseñarnos canciones, bailes y cuentos. ¡Y abrazarnos mucho! ¿Harías eso por nosotras?
– ¿Y puedo traer a Bandido conmigo?
– ¡Síiiiii! – dicen las tres a coro.
– Prometemos que nunca más les hacemos ninguna travesura. Bueno…, alguna de vez en cuandito, ¿tá? – promete Cachi.
– ¡Cachiiiiii!
– ¡Ufa, Maru!
– ¡Acepto encantada! ¡Y prometemos venir todos los días a quererlas un ratito!
Las tres abrazan fuerte a Jayden, mientras Bandido ladra como loco. ¡Qué lindas tardes los esperan a todos en el jardín! Tardes de mucho amor, juegos, música e historias.
¡Tardes en familia! ¡La hermosa familia del jardín!

Y desde esa tarde asombrosa, noche tras noche, las tres elfas velan por el sueño de la pequeña Jayden, su pequeña mamá del corazón.
Y, durante su feliz sueño, cada una de ellas le regala uno de sus dones.
Marulata le da el don de la magia y de la alegría. Allí donde Jayd vaya, la luz y la felicidad la acompañarán. Nadie en el mundo será capaz de no amar esa hermosa sonrisa y esos profundos ojos de cielo.
Tramontana le regala el don de la calma. Gracias a ella, Jayd jamás tendrá nada que temer ni de que asustarse. ¡Siempre será una niña valiente y segura de sí misma!
Y Cachiporra le da el don de la diversión. Ahora ella también es una bandida. Como su perrito y como ellas. ¡Son un gran equipo de bandidos traviesos! ¡Los bandidos del jardin!
¡Las elfos la cuidan siempre y ella las quiere muchísimo! ¡Son sus amigas! ¡Son parte de su familia!
Porque, gracias a ellas, Jayden ya no es más una simple Jayden. ¡Ahora ella es el hada Jayden.
¡El hada feliz!
¡El hada de luz!
¡El hada de amor!
¡La mamà del corazón de tres seres maravillosos!
¡La más hermosa de todas! ¡Y la más amada!

LEER SIGUIENTE CAPÍTULO.

Loading


Deja un comentario

error: Contenido protegido
%d