Una raya, dos rayas. Mucho anaranjado, algo de verde.
Una mañana de domingo como cualquier otra. El sol entra a raudales por la ventana, mientras el olor a café recién hecho y a pan recién horneado se va adueñando del hogar.
Una raya, dos rayas, tres rayas. Anaranjado, verde, un poco de azul.
En el taller del piso bajo, papá Juan, zapatero remendón, silba Il canto degli italiani, el himno nacional de su patria amada, mientras se afana en su trabajo. Hoy el negocio está cerrado, y no hay clientes exigentes y apurados, pero igualmente él no descansa. Quiere tener sus encargos listos para poder entregarlos al día siguiente. Que sus clientes estén contentos y lo recomienden a otras personas. Por eso, trabaja y trabaja toda la mañana: repara zapatos, pega tacones, abrillanta botas, cose. Y continúa silbando con alegría.
Umberto lo ayuda cada día al volver de la escuela y los sábados por la mañana. Es un chico listo y trabajador, siempre se puede contar con él. Pero hoy es domingo, día de descanso, y aunque no lo aplique para sí mismo, Juan quiere que su hijo lo aproveche para jugar y compartir con sus hermanos. Como cualquier niño de diez años.
Una raya, dos rayas, tres rayas, cuatro rayas. Anaranjado, verde, azul, amarillo.
En la planta alta, mamá Julia sigue atareada en la cocina preparando “gnocchi”, mientras con su dulce voz entona una “canzone genovese”, una canción de su tierra natal. Está deseando que sea mediodía para reunir a su familia a la mesa para almorzar, contar historias divertidas, reír y disfrutar de su compañía.
Y, por la tarde, mientras su marido y sus hijos duermen la siesta, disfrutar de uno de sus momentos favoritos: sentarse en su mecedora con el único sonido del silencio y dedicarse un rato a la lectura. Hoy será el turno del joven Carlos Reyles, un escritor de esta grata tierra que les permitió comenzar de nuevo.
Una raya, dos rayas, tres rayas, cuatro rayas, cinco rayas. Anaranjado, verde, azul, amarillo, un toque de gris.
Y mientras papá Juan silba, mamá Julia canta, y sus hermanitos juegan y se ríen, Umberto sueña y dibuja, dibuja y sueña. Y en el papel se van esbozando una torre, dos torres. Un barco. No. Un castillo con forma de barco. Su regalo a papá y mamá.
Es su sueño. Ya sabe lo que quiere ser cuando sea grande. Quiere ser arquitecto. Quiere dibujar casas, castillos y puentes. Y luego hacer que sus dibujos se vuelvan realidad. Quiere que papá y mamá vivan en un castillo mágico, hecho por él mismo, como auténticos reyes. Como los reyes que merecen ser.
Una raya, dos rayas, tres rayas, cuatro rayas, cinco rayas, una curva por aquí, otra curva por allí. Anaranjado, verde, azul, amarillo, gris, mucho celeste.
Hace casi veinte años, papá y mamá zarparon hacia Montevideo desde el pequeño pueblito ligur de Carcare, en el buque Regina di Mari, en busca de un futuro mejor. No poseían bienes materiales, sólo contaban con su amor, su valor y dos pares de manos para trabajar. Les habían contado que eso era todo lo que necesitaban para salir adelante en esa tierra lejana. Y así lo hicieron.
Después de muchas penalidades durante el viaje, finalmente llegaron a su destino. Y como su tesón era inmenso, en poco tiempo lograron abrir su propia zapatería allí en la calle Mercedes, lugar donde también vivían. Su hogar fue bendecido con seis hermosos hijos: Umberto, Luis, José, Juan, Teresa y Luisa.

Pese a su pobreza, Umberto era un niño feliz. Heredó de papá Juan su constancia y amor al trabajo, y de mamá Julia su sensibilidad y amor por el arte. Cuando fuera grande quería ser como ellos. Amaba la música, la lectura y el dibujo, al igual que sus hermanas. Y le gustaba mucho estudiar y atender a los clientes. Siempre con una sonrisa amable para todo el mundo.
Una raya, dos rayas, tres rayas, cuatro rayas, cinco rayas, una curva, dos curvas, un círculo allí, un cuadrado allá. Anaranjado, verde, azul, amarillo, gris, celeste, tres corazones rojos.
Y entre trazos y pinceladas, una mañana de domingo cualquiera, Umberto, el pequeño artista, comienza a imaginarse cómo será ese hermoso hogar que quiere construir para sus amantísimos padres.
Anaranjado para el castillo. Por fuera, ladrillo a la vista. Por dentro yeso, acero, azulejo, mucha madera, mármol, vidrio. Oro y plata.
Será un homenaje al Regina di Mari, el barco que cambió su propia historia. Tendrá proa, popa, cubierta y chimeneas. Y también muchos torreones, atalayas y patios para correr y jugar.
Tendrá muchas habitaciones, pero no como las de cualquier casa, cuadradas y aburridas. Su castillo tiene que ser un lugar especial, un lugar original. Por eso, algunas de sus habitaciones serán circulares, triangulares, octogonales. Los pisos tendrán dibujos llamativos: cruces, flores, animales. Y también los grabará en paredes, puertas y ventanas. Los techos no serán planos, sino con relieves y muchos espejos. Y habrá pasadizos, puertas ciegas y escaleras que lleven a ninguna parte.
Como todo castillo que se precie además de cocina, comedor, dormitorios y baño, tendrá una enorme biblioteca para mamá, un amplio taller para papá, y una sala de música con piano y gramófono.
De cada viaje, porque como arquitecto y artista viajará por todo el mundo, traerá cuadros, esculturas, libros y discos para alhajar su hogar. Siempre proyectando y comprando cosas bellas. Un castillo en constante evolución. Una construcción eterna.
Verde para el césped, los pinos, las palmeras. Y multitud de tréboles de cuatro hojas. Verde para la hiedra, para cada planta, para el tallo de cada flor.
Verde tornasol para todos los picaflores y mariposas que cada día zumbarán entre ellas. Verde para los sapos y lagartijas que corretearán por el jardín. Verde para la luz de las luciérnagas que los visitarán cada noche.
Verde esperanza. Verde inspirador. Verde como la vida. Nacimiento, energía, fuerza, crecimiento, abundancia.
Un jardín para mamá, para que lo cuide, para que haga esos pequeños milagros que sólo ella sabe hacer. Un jardín para sentarse cada atardecer a descansar, a contemplar la naturaleza. A disfrutar de sus tonalidades, sus aromas. Cómo cambian cada verano, cada otoño, cada invierno, cada primavera.
Verde que da calma, verde que da paz.
Azul para el mar. Porque su castillo estará frente al mar, desafiante, como si estuviera siempre listo para emprender el viaje, para volver a Carcare o para ir a cualquier otro lugar, para zarpar rumbo a la aventura, con sol o con tormenta. Y, cuando la nostalgia comience a pesar, entonces regresar a casa.
Porque la vida misma no es más que eso: un viaje, una aventura, y, algunas veces, un regreso. A las raíces, al recuerdo, al lugar del que uno viene, a lo que uno en verdad es.
En su nueva casa podrán contemplar el mar cada vez que quieran. Ese mar que les brindó un nuevo comienzo, una nueva oportunidad, un renacimiento y la certeza de un futuro.
Amarillo para los narcisos, las rosas, los lirios, los girasoles. Amarillo para el sol que los ilumina.
Porque en su castillo el sol será puro e inmortal. Dará luz, calidez y alegría a sus corazones, incluso los días de lluvia y tormenta. Porque allí vivirá.
En este hogar amado, no habrá nunca lugar para la tristeza. Todos sus días serán soleados: con risas, juegos, música, libros. Todas las cosas hermosas los acompañarán siempre.
Porque, así como el sol nace cada día desde el oriente en un nuevo amanecer, cada día de su vida será un empezar de nuevo, con nuevos sueños y nuevas oportunidades. Cada uno podrá ser lo que realmente quiera ser. Cada uno podrá hacer lo que realmente quiera hacer.
Gris para las nubes. Nubes vaporosas, como de algodón moteado, con infinidad de formas: un pájaro, una mariposa, un perro, un señor. Cada tarde la familia se sentará en el torreón más alto, bien cerca de ellas, a mirarlas, a adivinar sus formas, a perseguirlas, a señalarlas entre risas.
Y cuando esas nubes se vuelvan gris oscuro, casi como de tinta china, correrán por cada patio, por cada puente, jugando a la mancha con el chaparrón. Chapotearán en cada charco. Se salpicarán con cada gota. Y se reirán mucho. Y cuando estén cansados de correr y jugar, se sentarán a esperar a que salga el arcoíris. Y se preguntarán si, realmente, existe allí al final ese duende mágico con su olla de oro.
Y se darán cuenta de que ninguna olla de oro puede tener el valor de lo que ellos tienen: una familia unida y feliz.
Celeste para el cielo, la morada de Dios y de sus ángeles, perennes, eternos, profundos, majestuosos, a quienes tanto deben, que los han cuidado y protegido tanto, aquellos que les señalaron el camino y los guiaron a esta tierra donde con voluntad y manos laboriosas se puede salir adelante.
Ese cielo que les recuerda que un espíritu bueno y libre vale mucho más que cualquier otra cosa en la vida.
Celeste de la armonía. Celeste como la paz.
Y rojo para los corazones. Porque, sin dudas, el sueño de ese anhelado hogar para sus papás es fruto de su amor, de su agradecimiento.
Por haber abandonado a su propia familia y a su pueblo, e ir con valor en busca de un futuro mejor. Por su vida llena de sacrificio y trabajo, pero también de alegría y amor. Porque sus hermanos y él siempre tuvieron un techo sobre su cabeza y un plato de comida caliente sobre la mesa. Porque siempre los animaron a aprender, a estudiar, a ser curiosos. Por sus valores e ideales que fueron moldeando sus tiernos corazones. Porque nunca les faltó un abrazo, una sonrisa, un consejo.
Por tener la segura convicción de que, gracias a todo ese amor, en el futuro, todos serán hombres y mujeres de bien.
Umberto mira su dibujo terminado con satisfacción: los trazos, los colores, las texturas, el dibujo en su conjunto y lo que irradia. Es su sueño perfecto. Con una gran sonrisa, mira al cielo y pide a Dios que pueda crecer rápido, para pronto ser arquitecto y comenzar a construir su anhelado castillo. Para sus reyes favoritos: papá y mamá.
Esa tarde, mientras su amada familia duerme la siesta, entre las páginas del libro de Carlos Reyles que se propone leer, Julia encuentra una hoja de papel con un mensaje: “Tu futuro hogar, mamina mía”.
Al desplegar el papel, sus ojos se iluminan y una sonrisa se despliega en sus labios.
Es el dibujo de Umberto, su hombrecito, su pequeño soñador.

BASADO EN LA VIDA Y OBRA DE DON HUMBERTO PITTAMIGLIO, ALQUIMISTA URUGUAYO.

LEER SIGUIENTE CAPÍTULO.

Loading


Deja un comentario

error: Contenido protegido
A %d blogueros les gusta esto: