
Cole.
Apenas la vi supe que traería problemas. ¿No te ha pasado? ¿Que ves a una persona y sabes que no saldrá nada bueno de ella? No quería juzgar, pero en serio, se notaba que sólo causaría líos. Lo triste es que si pudiera evitarlo, créeme, lo habría intentado. Soy la clase de tipo que le huye a los problemas. Hay tanto drama en la vida para andar por allí buscando lo que está quieto, pero la mujer que se sentó en la barra del bar parecía que se esforzaba por encontrarlos.
—Dame un Macallan. El más añejo que tengas. Sin hielo.
Volteé a verla pensando si estaba tan drogada que no entendía dónde se hallaba. Sabía lo que era un Macallan añejo, pero estábamos en un bar de mala muerte donde ni siquiera teníamos un vaso adecuado para preparar su trago. El dueño ni se preocupaba por conseguir ese tipo de vaso. Teníamos el clásico Collins que sirve para todo y unas copas para vino y sidra barata, pero hasta allí.
—Cariño, estás en el lugar equivocado para eso —respondí con algo de burla.
Lo sé, el cliente y toda la cháchara, pero eran pasadas las tres de la mañana y por ella el local continuaba abierto.
La tipa tenía unas fachas que… ¿dónde estaba la gente que vino con ella?
Llegaron a eso de la una borrachos hasta los huesos. Trabajaba en un bar, sabía reconocer a un impertinente pasado de tragos. Ese grupo fue un dolor en mi culo desde que pisaron el local.
—¿Qué… tienes? —preguntó, arrastrando las palabras.
—Para ti, agua —respondí irritado, aunque era posible que mi jefe me pateara el culo al día siguiente.
La tipa —o mujer, porque se veía mayor a veintiuno— era un asco. Incluso para mí, que estaba en la universidad y veía fulanas borrachas a cada rato. Su falda estaba muy levantada, mostrando más piernas de lo que debería. La misma se encontraba sucia, con manchas rojas, verdes y negras; quizá se sentó sobre comida o una jodida pintura porque esa cosa ya no era blanca. Y luego el jodido top. No tenía brasier, así que llevaba los pezones erguidos y, no me molestaba, pero sí llamaba la atención de otros impertinentes. Al menos la parte de arriba estaba más pasable que su falda. Su tacón estaba roto y no tenía idea de cómo no se torció un tobillo o se fue a la mierda al subir al taburete.
—Hablaré con tu superior…
Estaba seguro de que su intención era parecer amenazante, pero incluso mi supervisor me diría que la largara.
Mi cabeza giró en dirección al encargado. Dome estaba con los brazos cruzados y la mirada cabreada. Casi podía escuchar su grito de que quería irse. Señalé a la chica con la palma de mi mano hacia arriba, en modo de protesta y pregunta. ¿Qué se suponía que hiciera? ¿Salir de la barra y sacarla?
Él se aproximó con la actitud patea trasero y yo aproveché el descanso para preparar mi mochila, listo para terminar un día de mierda.
Podía escuchar en el pequeño depósito los gritos de la mujer. Me dio vergüenza ajena, en serio. Su gente la dejó sola cuando comenzó a ponerse pesada. Había visto un montón de mierda en esa cosa de mala muerte, pero ella era de otro mundo. Se subió a una mesa y mostró las tetas, así, como si nada. Al principio no hubo problemas, pero cuando Dome mencionó la palabra policía, todos ellos salieron huyendo y ella ni siquiera podía bajarse de la mesa sin ayuda. Luego se perdió por los baños un buen rato, hasta que Dana —mi casi-ligue— fue a buscarla. La encontró dormida en el retrete con la cara donde un sin fin de mujeres pusieron su culo. Cuando intentó decirle que era hora de irse, ella le gritó que sólo estaba descansando, que no había necesidad.
Eso nos llevó al momento en el que bailó como una loca en el centro de la pista, dejando que un tipo le metiera mano a todo lo que estuviera disponible. Luego se perdieron en el baño de hombres y terminó con ella poniendo su culo en el taburete, pidiendo un trago que nunca tendría en mi stock.
Al salir del depósito no la vi; ni a ella ni a Dana.
—Oye, ¿sabes de Dana?
Dome me dio una mirada de fastidio, murmurando de mala gana mientras apagaba la música de la cabina—: Dice que tiene que estudiar. ¿O ir a clases? No me acuerdo. Que te llamaba.
Dana y yo empezamos en esta cosa de coger y pasar el rato juntos un mes atrás, después de que se presentó a su primer turno en el bar. Íbamos a universidades distintas, ella terminaba la carrera y yo estaba ansioso por una beca que cambiaría mi vida. Pero mientras eso pasaba seguiría estancado en la universidad pública.
Cuando pasé de la puerta creyendo que mi mal día había terminado, me encontré con la mujer desparramada en la acera. Sí, amigo, acostada en el suelo. Con las piernas abiertas y…ya debes saber lo que estaba enseñando a todo el que anduviera por allí a las cuatro de la madrugada.
Yo no ayudaba a nadie. En serio, ayudar a la gente te mete en líos. Hacer de héroe nunca estuvo en mis planes. Si hubiera un apocalipsis zombie sería el primero en correr por mi vida, cerrar la puerta, y esperar por personas que me dieran algún beneficio: agua, comida, pistolas, autos, etcétera. Pero ella me daba vergüenza ajena. Me recordaba a mi madre —donde quiera que estuviera en ese momento—, así que tal vez por eso me vi moviendo su hombro con un poco más de fuerza cuando no reaccionó a los toques suaves.
—¿Oye? ¿Ey? ¿Tienes alguien a quién llamar?
Busqué alrededor de su cuerpo, pero ni siquiera tenía cartera. Levanté la vista y, unos pasos más allá, apareció un bolso tirado en una esquina. Por precaución llamé a Carl, el único seguridad del local, pidiendo que hiciera de testigo. Nos acercamos, aunque primero sentamos a la mujer usando un poste de luz para que no se fuera de lado.
—¡Malditos buitres! —gruñó Carl cuando hallamos no sólo el bolso, sino el monedero vacío en la misma esquina—. Ella llegó en un coche muy llamativo. Uno deportivo…
Miramos alrededor, aunque teníamos la seguridad de que no habría ningún auto con esa descripción.
Le robaron sus llaves, obviamente el dinero, su teléfono y cualquier cosa de valor. Lo único que dejaron fue su licencia de conducir y un pase de un centro médico. Tenía información como su dirección, su grupo sanguíneo, además de un contacto de emergencia.
—No tengo pila —advirtió Carl.
No tenía minutos. Mi plan se sobregiró y estaba en espera hasta el siguiente pago.
De todas formas probamos con Dome, pero la llamada fue a buzón de voz, y un tipo mayor nos pidió dejar el mensaje después del tono.
¿Qué se supone que le diría?
«Oye, sea quien sea la mujer, le robaron y ahora está en un callejón esperando que vengas por ella».
Podrían violarla, raptarla, y entonces yo estaría como el principal sospechoso o me podrían acusar de cualquier mierda por no ayudar.
En la segunda llamada hablé cuando se fue otra vez al buzón—: Eh, hola. —Miré su licencia de conducir y se llamaba Brianne Harriet—. Brianne terminó afuera de mi trabajo, de un bar… le han robado y, bueno, no sabemos qué hacer. La llevaré a mi apartamento…
Le di mi número de celular y por las dudas la dirección. También aclaré que tenía testigos de que la encontré así y de que no me hacía responsable de lo que pudo suceder antes de aquella hora que quedaba registrada en la llamada.
Fue como retroceder el tiempo. A los días donde mi mamá se quedaba desmayada donde ya no aguantaba más.
Necesité la ayuda de Carl para subirla a mi coche viejo, y él se ofreció a darme una mano para llevarla hasta mi piso. Por suerte para mí y la tal Brianne, Carl vivía unos pisos más arriba de mi edificio.
La dejamos en mi cama, y lo complicado empezó cuando vi lo sucia que estaba. Deduje que si no le importó coger con un cualquiera en un baño mugroso, y tampoco que medio mundo la viera, no habría problemas en lavar su ropa mientras también lavaba algo de lo mío que tenía acumulado.
Mi apartamento era pequeño y roñoso. Sólo cabía una cama, un microondas, una estufa y el centro de lavado donde la lavadora y secadora están unidas. Había una nevera pequeña y la encimera que hacía de comedor, mesa para tareas y para colocar el microondas.
No era un pervertido. Le puse una sudadera gastada de Nirvana que me regaló alguien. No había espacio para los dos en la cama sin estar muy pegados, pero no pretendía dormir en el suelo o en el taburete para preservar algo que medio mundo había visto.
Mientras terminaba el ciclo de lavado, conecté el teléfono al cargador, comí un poco de cereal y puse la ropa en la secadora.
Me dejé caer muy cansado, agradecido de que no tenía clases temprano y podría dormir un poco más.
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