
Bree es muy buena evadiendo el futuro. Las responsabilidades, las cuestiones que demandan seriedad; lo que sea un asunto relevante, para Bree se transforma en irrelevante.
Su padre piensa que necesita un escarmiento. ¿Qué mejor lección que sentirse responsable de la reputación de terceros?
Sin embargo, si algo caracteriza a Bree es su espíritu indomable. Ella luchará con uñas, dientes, palabras, metidas de pata, lo que sea, con tal de no subir al altar con el idiota estirado que su padre quiere.
Pero Bree olvida un detalle importante: no se puede nadar contra la corriente.
Eso nos lleva a preguntarnos, ¿cumplirá Bree con la orden de su padre? ¿Podrá escapar al mandato? ¿Qué encontrará en el camino? ¿Todos llevamos máscaras para ocultarnos del dolor? Y lo más importante, ¿contará por qué crecer y tener fe en el futuro la aterra?
Oliver está haciendo un favor; eso le dice su padre. Él comprende que en realidad está pagando por una ayuda. No obstante, sacará provecho en el transcurso, empezando por una mejor posición en la firma de su futuro suegro. Le parece que sale ganando. Hasta que Bree lo lleva a pensar si en vez de pagar una deuda, está purgando alguna culpa.
Cole no quiere compromisos, ataduras, nada. Su trabajo es lo único estable que necesita por el momento. Luego ganará su beca y se irá a estudiar lejos. Ese era el plan hasta que Bree cayó, literalmente, a las afueras del bar donde Cole trabaja. De allí en adelante sus planes cambian… en parte.
Tres vidas unidas. Un corazón roto. Mentiras, manipulación, y un camino incierto. ¿Qué hará Bree? ¿Escogerá lo fácil? ¿Lo que no supone un esfuerzo? O descubrirá que las máscaras nos protegen, pero también, a veces, nos destruyen.
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