Detrás de la máscara- 1: El castigo.

Bree.

Me preparé para el discurso que venía escuchando desde los quince. O, siendo honesta, tal vez debería ir más atrás, a cuando tenía once años…, quizá menos. Para ser justos, mis fallas en aquellos días eran menos memorables. Las travesuras que haría un niño: dañar las rosas del jardín. Echarle tintura a la fuente de agua. Utilizar las paredes como un lienzo interminable para plasmar mi arte. Una vez creí que sería buena idea agregar huevos podridos al tratamiento casero del rostro de mi hermana. Todavía se me escapa una sonrisa malvada al recordarlo. 

Entonces crecí y mis travesuras dejaron de ser inocentes. 

Usualmente, había un orden en el que recibía el regaño. Primero: mis dos hermanos mayores. Luego papá, que era el encargado de suministrar el castigo. Por último mamá, responsable de los consuelos. Ese día, sin embargo, se saltaron el orden para sentarse todos en el comedor rectangular; una hermosa pieza antigua de color caoba que fue restaurada junto con las sillas donde nos sentamos en ese instante. 

La situación parecía más una intervención, que la clásica amonestación. No obstante, por sus expresiones, supe que estaba en serios problemas por lo que mantuve la boca cerrada, haciendo dibujos con mi dedo sobre la madera para distraerme. 

Mi padre suspiró, lo que no era nuevo, pero sí que lo hiciera antes de empezar a sacar la molestia de su sistema. 

—¿Cuántas veces hemos realizado el mismo procedimiento, Bree? —cuestionó. Sabía que era una pregunta retórica, porque se refería al acto de darme un sermón. 

Pero, como quería dilatar el asunto, además de buscarle la décima pata al gato, respondí—: De hecho, padre, es la primera vez. —La sonrisa en mi rostro se agrandó por la audacia. 

Mamá arrugó la esquina de su labio, en un gesto para nada complacido. Randall y Rihanne bajaron la cabeza, negando al mismo tiempo. Papá volvió a suspirar, pero esta vez frotó su frente, quizá aligerando su temperamento. 

—Tienes veintiséis años, Bree. Era pasable a los diecisiete, incluso a los veinte, pero ahora es vulgar —explicó mamá, lo que me hizo fruncir el ceño. Creí que en todo este drama ella sería mi consuelo al final. 

—Fue sólo un baile, mamá. No es gran cosa —respondí a la defensiva. Arrugando tanto la nariz que incluso mis labios temblaron de la indignación. 

—¡Estar en sujetador sobre una mesa no es sólo un baile! —rugió Rihanne desde su lugar. Mamá le dio una mirada de advertencia, al tiempo que posó su mano sobre la suya, quizá para que no siguiera—. No, mamá. No lo entiende. Tengo una reputación que se estanca por su culpa. Mi esposo es señalado por la conducta de mi hermana. ¡Somos el hazme reír, y a la que debería importarle, dice que sólo fue un baile! —escupió, sus fosas nasales abiertas de la frustración. 

—Bueno, si no tuviera un palo en el culo, con un trabajo de mierda, tampoco le importaría —solté, encogiendo mis hombros. 

Los chillidos por el lenguaje, por mi respuesta, por mi actitud, no se hicieron esperar. Empezaron a hablar entre sí, gritando un reclamo tras otro, mientras que yo fingía que ninguna palabra podría herirme. Era una puta guerrera sin corazón, y si lo tenía, estaba convertido en piedra; eso decían los que me conocían. 

Traté de hacer oídos sordos hasta que papá estampó las palmas de las manos sobre la mesa, creando un ruido capaz de callar a los presentes. 

—La idea de esto era que Brianne comprendiera la magnitud de sus actos, no para acusaciones. —Negó, repartiendo miradas cargadas de desilusión al resto—. Así no llegaremos al punto del asunto, y me temo, Bree, que necesitamos de tu cooperación —agregó, levantando una ceja en advertencia a Rihanne que estaba dispuesta a interrumpir a papá. 

—No hago esto para hacerlos quedar mal —aclaré. No era una disculpa, pero era lo más cerca que estaría de dar una. Nunca iba a disculparme por ser quien era. Ellos deberían saber eso. 

—Pero nos afecta, cielo. Cada vez que sales en las revistas, no sólo está tu foto, sino tu nombre. Y si fuese solo Brianne, pero no. También está el apellido familiar. Es la parte que nos afecta. —La voz triste de papá me hizo estremecer… un poco. 

Amaba a mi familia y no disfrutaba de hacerlos rabiar, pero no había nada de malo en divertirse y no tomarse las cosas tan enserio. La vida es muy corta para perderla en tonterías como la reputación o el qué dirán.

—No puedo cambiar lo que soy. Si tanto les molesta puedo dejar de ser una Harriet —contesté, sin tener un ápice de arrepentimiento. Tenía dinero, cuentas de ahorro, no necesitaba del apellido de mi familia rica.

—Salgan —pidió papá, mirándome con decepción—. Debo hablar con mi hija a solas. 

El gemido que escapó de mi boca no fue intencional. Sin embargo, me gané una mirada fulminante de mi madre. Papá ni se inmutó. Permaneció observando el desfile de personas saliendo del comedor hasta que el mismo quedó vacío. 

—Papá… 

—No eres una niña, Bree. No entiendo en qué fallamos contigo, princesa —susurró al final, lo que no ayudó en mi rebeldía. Cuando decía cosas así me quebraba, porque sí, me dolía—. Yo… no entiendo en qué me equivoqué. Te lo di todo. Constantemente tus hermanos se quejaron de que el trato hacia ti era distinto. Dimos lo mejor de nosotros… tuviste límites… —Sonrió, negando—, aunque eso no sirvió para que hicieras caso, ¿o sí? —recordó con un aire divertido que se mezclaba con la nostalgia—. Pero lo que haré es porque no me dejas salida, princesa. Y espero que funcione porque he agotado las opciones contigo.

No era exagerado, él gastó todos los recursos en mí. Desde campamento de verano, internado para señoritas, institutos mixtos. Psicólogos, terapias grupales, incluso una vez no pagó mi fianza y realicé trabajo comunitario. Papá lo intentó de todo, pero nada logró domar mi espíritu aventurero. 

La curiosidad creció en mí a la espera de qué ocurrencia vendría. 

—Mi amigo André tiene un hijo… 

—¡No! —chillé incrédula. Eso no sucedería. 

Levantó la ceja derecha, como lo hacía para advertir de que estaba hablando en serio. 

—Tiene un hijo que vendrá desde Londres para… 

—¿Un británico estirado? ¿Esa es tu solución? —medio bromeé y me quejé. 

Verás, sabía por dónde iba esto. Y, aunque suene pasado de moda, un matrimonio arreglado es muy común en familias con dinero. Las razones son varias, pero sí, aún suceden, y no, no suelen terminar en un cuento de hadas. Él de verdad pretendía que atarme a un idiota con un palo en el culo, de acento raro, lograría cambiarme.

 —Quizás las cosas cambien y pienses más en el prójimo si no es solamente arruinar el apellido Harriet, sino el de otra familia —explicó, pero negué sonriendo, porque no había poder en el mundo en que eso iba a suceder—. Sólo inténtalo, Brianne. ¿Qué tienes que perder? —suplicó, sonando tan desesperado como su semblante. 

—No soy una mercancía. No puedes negociar por mi futuro —respondí, levantando la barbilla en un acto de desafío. 

No es que me sintiera ofendida, porque muchas de mis compañeras se casaron de esa manera. Incluso mis padres lo hicieron, pero no era como ellos. Tenía una identidad, una vida, sueños —sin definir, pero llegaría allí en algún momento—, no nací para ser una esposa trofeo. 

—Está decidido, Brianne. ¿Quieres privilegios? Trabaja por ellos. ¿No quieres ayudarme a dirigir la compañía?, perfecto, necesito de alguien que lo haga. Oliver es un excelente hombre y conoce el mundo de la arquitectura.

Asintió a sus palabras, demostrando con su semblante que no habría discusión sobre el tema. 

No ayudaba en la compañía porque no tenía una puta idea de cómo dibujar. Crear planos o lo que sea que hagan los arquitectos. No tenía conocimiento sobre materiales y menos sobre medidas. Ni siquiera había terminado la universidad. 

—Eres injusto. Sabes que no sé nada sobre la industria —prácticamente sollocé, viendo que no estaba de broma. 

—Pudiste estudiar cualquier cosa, Brianne. Te alentamos a que intentaras lo que fuera. No quieres estudiar, no quieres trabajar, no intentas ayudar, menos aprender, ¡¿qué esperas de mí?! —ladró, perdiendo el temperamento. Levantó la ceja, en un reto para que respondiera. 

¿Qué podía decir? Papá tenía un punto, porque no estaba haciendo nada por mi vida. Pero, aún así… 

—No lo haré —discutí, lo que consiguió que ambas cejas se levantaran, bajando las esquinas de su boca en un gesto que lo hacía ver viejo, pero intimidante. 

—No es una discusión, Brianne. No estoy pidiéndote permiso. Vas a cooperar en esto. Ambos sabemos que el dinero no va a durar si no lo inviertes. Y con el estilo de vida de fiestas y locuras que haces, eso no funcionará.

La línea de su boca era fina, utilizando su postura autoritaria como último recurso. 

Para él no había marcha atrás. Estaba decidido. Sin embargo, papá nunca me obligó a nada, por lo que me dije que con un poco de persuasión el tema estaría en el olvido al día siguiente. 

—¿Puedo pensarlo? —rogué, mi labio inferior sobresaliendo en una imitación de puchero muy malo. 

Asintió al mismo tiempo que se levantaba de la mesa, viniendo a mí para depositar un beso en mi frente. 

—Te amo, princesa. Por favor, piensa en tu futuro —suplicó, sus ojos brillaban por la intensidad de su pedido. 

Eso era exactamente lo que estaba haciendo. Mi futuro aún no se escribía. Nadie podía asegurar que tendría un mañana. Podía simplemente ir a dormir y nunca abrir los ojos otra vez. O morir en un accidente de auto, o sólo rodar por las escaleras. El ser humano tenía tantas maneras de abandonar este mundo; pensar en el futuro no era una garantía de que llegaría. 

Debí acostarme en mi cama y reflexionar sobre el ultimátum de papá. Tal vez considerar las cosas desde los zapatos ajenos. Pero no era conocida por sentarme a razonar. 

Busqué en mi armario ropa muy provocativa: una minifalda blanca ceñida al cuerpo, junto a un top también del mismo color. Apenas si cubría mis pechos, pero me sentía cómoda con cada pedazo de mí, por lo que no había motivos para esconder nada. Mi maquillaje estaba destinado a destacar: una sombra púrpura, con el respectivo degradé, que resaltaba mis ojos. Un labial rosa mate y un tono de rubor que hacía que mi piel tuviera un efecto bronceado. 

Subí al Audi con ninguna idea de dónde acabaría, pero seguro como el infierno que no sería en esa mansión. 

Lo bueno de Las Vegas es que abundan los casinos, discotecas, clubes nocturnos y lo que se te antoje. Mi gusto para esa noche se inclinaba por una discoteca. Fui a la más exclusiva y costosa porque podía y quería. 

El abucheo de los que llevaban haciendo fila por minutos me hizo sentir importante cuando el seguridad me dejó pasar. Sin necesidad de darle una identificación, darle mi nombre o pagarle, como haría uno que otro que no era importante, pero quería serlo. 

La mayoría de las personas con la que estudié todavía estaban en la universidad o ya tenían trabajo. Sólo unos cuantos de mis antiguos compañeros seguían mis pasos, y los encontré justo en la misma discoteca. 

Inmediatamente fui rodeada por la atención. La admiración de las chicas y el deseo de los chicos. Me gustaba sentirme el centro de atención. Cuando un hombre apreciaba mi perfume o admiraba mi belleza. O las mujeres preguntaban por quién era el diseñador de mi ropa, cuál era ese tono en el sombreado de mis ojos. Cuál era el nombre de mi rubor. Al tocar mi cabello y preguntar qué producto usaba para mantenerlo sedoso y brillante, incluso con la luz tan pobre del lugar. 

Me gustaba sentirme admirada y apreciada. 

Bailé tanto que me quité los tacones en plena pista. Las gotas de sudor hicieron que mi cabello se pegara a mi espalda. Canté con tanta fuerza cada canción que mi garganta ardía. Salté al ritmo de la música, cansando mis piernas al punto de sentirlas temblorosas. 

Bebí tanto que no recordaba cómo había terminado en una habitación. Sin mi top y falda, sólo con una sudadera de Nirvana. 

Fue cuando me pregunté qué tan bajo había caído. Qué tan lejos estaba dispuesta a llegar para probar que el futuro no existía. Que las vidas se apagan en un parpadeo. Hoy estás aquí, pero mañana algo tan sencillo como una caída puede acabar en un cementerio.

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Una respuesta a «Detrás de la máscara- 1: El castigo.»

  1. Avatar de Maria antonieta
    Maria antonieta

    Comprendo el enojo de Bree, pero no veo la razón de salir a tomar hasta perder la conciencia.y Ya de por sí es peligroso para un hombre aún mucho más para una mujer 😬Pobre Bree habrá que ver qué es lo que empuja a ser así. Será alcohólica.

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