Seguían bailando, cuando Fernanda recordó a su madre que debía lanzar el ramo de flores.
—Es lo más esperado por las chicas —expresó la pequeña, muy emocionada.
—Espero que no sea el tuyo, jovencita —le dijo Leonardo con una sonrisa.
—Quizás lo sea —respondió Fernanda, sonriendo misteriosamente, antes de alejarse riendo.
—Esta niña me sacará canas verdes —suspiró Leonardo.
—No puedes cortarle las alas, amor —dijo Daniela—. Deja que viva su primer amor. Quizás encuentre uno tan grande como el nuestro, o quizás no, pero de los errores se aprende.
—Me perdí tantos años, que quisiera que volviera a ser un bebé.
—¿Por qué lamentarte si aún podemos tener otro? No somos ancianos —respondió Daniela con una sonrisa.
—¿Podemos tener otro? —preguntó Leonardo emocionado.
—Fernanda está solita, creo que le hace falta un hermanito o hermanita —sonrió Daniela.
—Definitivamente —respondió Leonardo, abrazándola fuerte—. Te amo muchísimo. ¿Ya te lo dije, verdad?
—Más de un billón de veces en este día.
Caminaron juntos hacia un lado del jardín, donde las chicas solteras esperaban ansiosas por esa gran oportunidad de comenzar de nuevo. Entre ellas, Daniela pudo ver a Paola, que lucía mucho mejor y parecía disfrutar del alboroto causado por las damiselas desesperadas. No se estaba preparando para ese momento, solo estaba bebiendo una copa de champán en una de las mesas cercanas. Paola no era una mala persona, solo había sido otra víctima del amor enfermizo de Amber. Hizo lo que creyó necesario para mantenerla a su lado, aunque no fue suficiente. Solo se había aprovechado de su amor puro e inocente.
—¡Chicas! ¿Están listas? —gritó Daniela, interrumpiendo el bullicio y provocando que todas se colocaran en posición.
Al compás de una melodía suave, la novia hizo tres lanzamientos simulados y luego se dio la vuelta, caminando hacia Paola.
—Te deseo toda la felicidad del mundo —le dijo Daniela, extendiendo el ramo de flores.
Paola la miró sorprendida, pero aceptó el regalo.
—Gracias, aunque no debiste hacerlo. Después de lo que hice, no merezco nada.
—No digas tonterías. La vida apenas está comenzando. Un tropiezo no debe aplastarte en el fango, al contrario, debe fortalecerte para seguir adelante.
Con un fuerte abrazo en medio de los aplausos de todos, Paola entendió que la vida apenas empezaba a escribir su historia.
Leonardo se acercó a Daniela y, junto con Fernanda, se fundieron en un abrazo que marcaba el inicio de su nueva vida juntos, como la familia que siempre estuvieron destinados a ser.
Dicen que tarde o temprano la vida nos lleva por el camino correcto, no importa cuánto tiempo demore. Tenemos que recordar que la felicidad reside dentro de nosotros y que al soltar el pasado, podemos quitarnos la venda de los ojos y mirar hacia nuevos horizontes, donde la persona destinada aún espera por nosotros.
Dicen que una simple mirada puede indicarnos que el amor ha vuelto a tocar nuestra puerta. No te sorprendas si un choque accidental te hace darte cuenta de que esa persona ha estado cerca de ti toda la vida.
Dicen que las heridas del corazón sanan rápidamente y las cicatrices se borran cuando decides volver a empezar.
Y Paola estaba a punto de liberar su alma de las culpas, mientras el destino le recordaba que la felicidad nunca se alejó de su camino. Porque todos merecen ser felices si así lo desean.
—Felicidades por obtener el ramillete —se escuchó una dulce voz a sus espaldas.
Al darse la vuelta, Paola reconoció a Cindy, su antigua compañera de universidad. Una chispa de emoción brotó en su corazón y en ambas miradas se reflejó el destello de aquellos viejos recuerdos de juventud, la ilusión de un amor dormido y las aventuras compartidas que parecían volver de golpe de una manera tan mágica.
—¿Te quedarás ahí mirándome y no le darás un abrazo a tu vieja amiga? —dijo Cindy, extendiendo los brazos.
Paola sonrió y buscó el calor de aquel cuerpo que creía nunca volver a sentir.
—¿Qué ha sido de tu vida todos estos años? —preguntó Paola, curiosa.
—Pues pongámonos cómodas, porque es una historia larga de contar —sonrió Cindy, tomando una silla de su mesa—. Para empezar, después de que mi padre descubrió mis gustos sexuales, enloqueció y me envió con sus hermanos a México, donde estudié ginecología. Durante muchos años, intenté ser «normal» y tuve suerte en el amor. Mis padres estaban felices, especialmente mi papá, que pedía a gritos la boda. Pero no era feliz. Aun así, decidí seguir adelante porque Cody era un chico maravilloso, amoroso, sensible y tenía muchas virtudes. Cualquier mujer sería infinitamente feliz a su lado.
—Entonces te casaste —observó Paola, notando el anillo en su dedo.
—¿Lo dices por el anillo? —respondió Cindy, mostrándolo con una sonrisa—. En realidad, no lo hice. Durante mi despedida de soltera, conocí a su prima y terminé durmiendo con ella. El problema fue que cuando desperté, Cody y sus padres estaban allí. Me dijeron de todo, su familia entera me atacó y casi destruyen mi vida en México. Pasé unos días terribles, escondiéndome de todos y culpándome por ser diferente. Mis padres, lejos de apoyarme, siguieron hiriéndome. Me encontraba sola, lejos de mi país y de mis amigos.
—Te entiendo demasiado—respondió Paola, con empatía.
—Entonces compré esto afuera de la iglesia. Una pareja gay los vendía. Me dijeron: «El mundo nunca estará satisfecho con lo que hagas o digas, ya sea mucho o poco. Pero mientras te ames a ti misma, te respetes y sepas lo que quieres, no necesitas la aprobación de nadie para ser feliz» —sonrió Cindy—. Ese día me casé conmigo misma. Sé que suena extraño, pero…
—Para mí es normal —interrumpió Paola, arrastrando cierta pena.
—¡Diablos! Ya te puse nostálgica con mi historia —bromeó Cindy.
—Para nada, es solo que me recuerdas mucho a mí misma, saliendo de las sombras. No fue fácil.
—Es el mundo el que tiene un problema —aclara Cindy.
—¿Y cómo llegaste a Barcelona? —preguntó Paola, curiosa por saber más.
—¡Ay! Eso fue todo un proceso —respira hondo y se entristece por unos segundos, para luego reírse— ¿¡Te engañé!? —se carcajea— Bueno, dejar México fue lo mejor que pude hacer, y no lo digo porque el país sea malo, sino porque las personas que me rodeaban eran malas y homofóbicas. Batallé mucho para obtener mi título y cuando finalmente lo conseguí, regresé a este hermoso país, visité a mis padres y les dije lo que pensaba de su actitud. Mi padre, como siempre, me escuchó en silencio mientras mamá lloraba. Al final, él dijo que seguía siendo su hija, que hiciera lo que hiciera, no podría cambiarme y que le dolía más verme sufrir.
—¿Entonces?
—Terminaron aceptándome tal como soy. Mamá hizo lo mismo y puedo decir que los últimos años he sido muy feliz con mi familia.
—¡Ay! Qué cabeza la mía. No te he preguntado por tu familia. He estado hablando y hablando de mí.
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