Riendo, los amigos se apresuran a ir al enorme patio de la casa, que se ha transformado en el lugar más celestial de la tierra. Las decoraciones blancas y la música suave, bajo el cielo negro estrellado, hacen que Leonardo suspire de admiración. Después de saludar a conocidos y amigos, se acerca a su padre, quien lo espera con los brazos abiertos, listo para darle los últimos toques a su imagen.
— ¿Estás nervioso? —pregunta su padre con su característica voz ronca.
—Un poco, debo confesar que he esperado este momento durante tantos años y ahora…
—No le temas al futuro, hijo mío —dice palmeando su espalda—. Ustedes componen la familia perfecta, lo único que necesitan es otro bebé —sonríe.
—Es lo que más deseo —responde Leonardo con una sonrisa en los labios.
—Pues la luna de miel les ofrecerá el mejor momento para trabajar en ello.
Minutos después, la marcha nupcial comienza a resonar, y todas las miradas se dirigen a la entrada de la novia. Daniela aparece radiante, luciendo un sencillo vestido color perla de corte princesa, largo y con una cola pronunciada de tul. El delicado escote resalta aún más su figura y su rostro refleja emoción y encanto. Leonardo no puede contener las lágrimas al verla acercarse del brazo de su padre. Uno de los momentos más emotivos de una ceremonia es precisamente ese instante, cuando el novio muestra una emoción tan pura al ver a su amada.
—¡Tan lindo, mi papi! —susurra Fernanda a su abuelita.
—Desde que eran novios, así la miraba —le responde la abuela.
—¿Quién podría decir que mis padres han vivido un romance de película? Han desafiado la muerte, la distancia y las complicaciones de la vida misma, y siguen amándose tanto.
—Cuando encuentras a tu alma gemela, no importa cuánto intentes huir, siempre terminarán encontrándose —dice la abuela con sabiduría.
—Quisiera encontrar un amor tan grande como el suyo. ¡Míralos! Se ven tan enamorados. Siempre quise ver a mi madre tan feliz, pero nunca imaginé que cuando llegara este día, lo sería aún más. Soy muy afortunada de tener unos padres que se quieren tanto.
—Y que te adoran con toda su alma —dice la abuela, mientras acuna a Fernanda sobre su hombro.
Ahora, frente al altar, los novios se toman las manos y aceptan compartir sus vidas hasta que la muerte los separe. El sacerdote comienza la ceremonia:
“Queridos novios, habéis venido a la casa de Dios para que el Señor consagre vuestro amor, en presencia del ministro de la Iglesia y ante la comunidad cristiana. Vosotros ya estáis consagrados por el bautismo. Ahora, Cristo, al bendecir el amor que vosotros os profesáis, os enriquecerá y fortalecerá, por medio de otro sacramento, para que podáis ser mutuamente fieles y asumir las responsabilidades propias de la vida matrimonial. A fin de que la sinceridad de vuestro propósito quede de manifiesto delante de toda la Iglesia, os interrogaré en su nombre, Leonardo García y Daniela Errivares, ¿sois plenamente libres para contraer matrimonio?”
— Sí, lo somos —responden con convicción.
“¿Os comprometéis a amararos y respetaros durante toda vuestra vida?”
— Sí, nos comprometemos.
“¿Os comprometéis también a colaborar en la obra creadora de Dios, asumiendo vuestra responsabilidad en la comunicación de la vida y en la educación de los hijos de acuerdo con la ley de Cristo y de la Iglesia?”
— Sí, nos comprometemos.
“Manifestad entonces vuestra decisión de contraer matrimonio estrechándoos la mano derecha y expresad ante Dios y su Iglesia vuestro consentimiento matrimonial. Leonardo, ¿quieres recibir por esposa a Daniela y prometerle serle fiel, tanto en la prosperidad como en la adversidad, en la salud como en la enfermedad, amándola y respetándola durante toda la vida?”
— Sí, quiero.
Luego, el padre se dirige a la novia:
“Daniela, ¿quieres recibir por esposo a Leonardo y prometerle serle fiel, tanto en la prosperidad como en la adversidad, en la salud como en la enfermedad, amándolo y respetándolo durante toda su vida?”
— Sí, quiero.
“Que el Señor confirme el consentimiento que habéis manifestado y realice en vosotros lo que bendición os promete. Que el hombre no separe lo que Dios ha unido”.
Entre los invitados, Antonio y Richard observaban emocionados la ceremonia de su amigo.
—No puedo creer que finalmente mi amigo se case con la mujer que ama —expresó Richard.
—¿Estás llorando? —interrogó Antonio, mirándolo con curiosidad.
—¿Y por qué no hacerlo? Leo es como mi hijo… No sabes cuánto se me encoge el corazón en momentos como estos —suspiró Richard.
En ese momento, un pañuelo apareció frente a ellos. La chica bonita a su lado se lo ofrecía.
—Es un hombre muy sentimental y dulce —susurró ella, con los ojos llorosos—. Las ceremonias siempre me conmueven.
—Gracias —respondió Richard, tomando el pañuelo y sonriéndole. Luego, miró a Antonio y le guiñó un ojo. Había funcionado nuevamente, su táctica de seducción nunca fallaba.
La boda continuó con la entrega de los anillos y las arras. Antes del momento del «Puede besar a la novia», decidieron recordar el juramento de amor y la vieja promesa que se hicieron cuando eran niños.
—Si este amor es para siempre, perdurará en el tiempo y la distancia —dijo Leonardo.
—Esperaremos el uno por el otro, porque nuestro destino es estar juntos siempre —agregó Daniela.
Al completar la frase, sellaron su amor con un beso tierno y apasionado que emocionó a todos los presentes. En ese momento, su canción favorita, «I’ll Be There for You» de Bon Jovi, comenzó a sonar. Abandonaron el altar entre la algarabía de amigos y familiares.
Una fiesta bajo las estrellas es lo más romántico del mundo, y los novios lo sabían. Bailando pegados, sintiendo que las dulces melodías los transportaban al pasado, se miraban como si la separación nunca hubiera existido. Sus corazones solo habían estado en pausa y ahora latían juntos, uno al lado del otro.
—Te amo, Dani.
—He esperado tantos años para escucharlo de ti.
—Pues te lo diré cada segundo del día, por el resto de mi vida.
—Entonces, ya me estás debiendo unos cuantos —sonrió Daniela.
—Te amo, te amo, te amo, te amo, te amo, multiplicado por 999 billones, billones y billones de veces —declaró Leonardo, muy seriamente.
Daniela estalló en carcajadas.
—¿Por qué te ríes? Es verdad lo que te digo —insistió él.
—Sigues siendo tan infantil y eso es lo que más me gusta de ti.
—¿En serio?
—Quisiera recordar todo lo que vivimos aquí, cuando fui tu fantasma aterrador.
—No eras aterradora, solo impertinente, pervertida, mandona y sádica.
—¡Uy! Esa combinación seguro que te volvió loco.
—Demasiado. Me volví a enamorar de ti.
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