Nayla
«¿Cuánto tiempo llevo en esta trayectoria? ¿Ocho años quizá?». Sí, podría ser esa cifra aproximadamente. En fin, hace poco más de ocho años mi vida consiste en dedicarle tres días de la semana a mi padre. Los restantes son para mis clases —en período escolar—, y para mi madre. Nada cambia. Excepto en vacaciones, que es cuando puedo elegir entre julio o agosto para quedarme por completo con papá.
¿Cuándo será eso? Pues en una semana. Me queda una semana para decidir si pasar el último mes vacacional en su casa o si mantener la rutina de los martes. En años anteriores no tenía ni que pensármelo, pero ahora, «¿qué hago?».
Suponiendo que me quedara con mi padre, eso equivale a no ver a Gael las cuatro veces del mes que me corresponden. Y, a su vez, si decido viajar los martes pierdo la oportunidad de pasar más tiempo con Ethan. Aunque siendo sincera, ese no es el mayor de mis problemas. Ya he tenido mis momentitos de pensar como sería mi vida sin esos dos ladrones; uno me roba los pensamientos y el otro intenta robarme el corazón, «¿pretenden dejarme sin nada a caso?».
Con mi paraguas en manos, rezando porque no llueva, desciendo las escaleras del túnel central. Camino sin prisa pero deseando llegar. Quiero autoexplorar mi reacción cuando vea a Gael, puede que me esté preguntando a mí misma qué es lo que siento por cada uno de ellos.
«¿Debería sentirme mal por sentir estas cosas por dos personas al mismo tiempo?».
«¡Rompamos estereotipos!». Serían las palabras de Cam en estos momentos.
«La extraño muchísimo, ¿cómo estará? No contesta mis mensajes e ignora mis llamadas. ¿Qué rayos hace Abraham con ella?». Me pregunto mientras cruzo las puertas de la terminal. Miro a mi alrededor y el ambiente mantiene su típica y breve multitud. La música se alijera al pasar por las bocinas de la radio local y una que otra información pasa por los micrófonos del enorme salón de espera.
Al cruzar la puerta que abre paso a las bancas de afuera, mi mirada se cruza con la de él. ¿Para qué mencionarlo? Hasta el último centímetro y célula de mi cuerpo sabe de quien se trata. Casualmente llegamos al mismo tiempo.
Bajo la mirada y continúo hasta mi banca.
No he tomado asiento aún y una notificación resuena en mi teléfono. Una vez cómoda, en mi banca, reviso el mensaje emergente:
Gael:
Buen día hermana, ¿cómo amanece ese humor?
Ruedo mis ojos ante sus irónicas palabras y tecleo una rápida respuesta.
Yo:
Buen día Gael. Estoy perfecta.
Saco mi cuaderno —como de costumbre—, y me pongo mis audífonos. Frunzo mis labios bajo la mascarilla al notar que me queda una sola página en blanco, suelo frustrarme cuando me encariño con un blogs de notas. Involuntariamente mis ojos se fijan hacia adelante y me detengo a observar a la única persona que tengo en frente. Pero hoy algo ha cambiado. Ladeo mi cabeza curiosa mientras detallo aquello que encuentro diferente en su físico y él hace lo mismo desde su sitio en burla.
«¿Y su gorra? ¿por qué usa gorro? Su frente… Está más pálida de lo normal».
Gael:
Preguntaba por tu humor. Mejora esos modales Nay, ¿no quieres saber cómo estoy yo?
Leo su nuevo mensaje y se me escapa una risita que obviamente no puede ver. Y de veras que me interesa saber como está, más ahora que le veo tan… ¿demacrado? No sé si esa sea la palabra adecuada.
Yo:
¿Cómo estás, hermano del alma?
Me uno a su juego y espero por su respuesta.
Gael:
Aquí, existiendo. Me gustaba hablar contigo mediante avioncitos de papel. ¿Qué dices? ¿A la antigua?
Al leerlo mi sonrisa se amplía el triple. Así que no lo dudo dos veces para contestar:
¡A la antigua!
Durante unos diez minutos parecimos un par de tontos jugando con aviones empapelados repletos de letras. Un par de personas han reído por nuestra actitud; otras, solo nos miran con dudas; y, mientras tanto, nosotros continuamos el ritual de preguntas que ojalá fuesen interminables.
Quisiera preguntar por su gorro. No es que sea algo ridículo o que se le vea mal, he de aceptar que le queda casi tan bien como la gorra. Pero… «¿por qué sigo notando algo diferente en su físico? ¿qué es?». Me pregunto y me animo a cuestionarle.
Yo:
¿Por qué un gorro? Aclaro: no te queda mal, al contrario. Solo me extraña que en siete meses siempre usaras gorra y de pronto ¡PUM! nuevo lock.
Lanzo el avión directo a su banca y arremete contra una de sus rodillas. Gael se inclina para recogerlo y al abrirlo enfoca su mirada en lo escrito. Casi puedo ver cada espacio de su frente arrugarse. Pasa una mano por su cuello sin apartar la mirada de la nota y finalmente puntea sobre el papel su respuesta.
Gael:
¿Quieres verlo tu misma?
Alzo a la par mis cejas dubitativa y contesto:
¿Ver qué?
Gael:
El motivo del gorro. ¿Me acompañarías Nay? ¿Retrasarías tu viaje por un paseo a mi desastre de vida? Prometo no aburrirte durante el camino.
Al leer mi corazón lanza una punzada directo a mi estómago. Mis ojos se humedecen y siento cosas raras en el pecho. No sé como clasificar sus palabras. Me parecieron turbias y a la vez ¿lindas?
«¿Debería asustarme? ¿Valdrá la pena ir con él? ¿Quiero saber qué le ocurre?». Y la respuesta de todo es que sí.
No pierdo ni un segundo más y lanzo mi avión con un emotivo:
Claro.
Cruzo apresuradamente las vías del tren y con una taquicardia amenazando con matarme, logro llegar al frente suyo. Gael se pone de pie y da dos pasos hacia mí. A pocos centímetros de mi cuerpo y con ambas manos dentro de los bolsillos de sus pantalones, me observa detalladamente. Levanto la vista para verle un poco más y finalmente encuentro aquello diferente en él. Trago en seco sin saber la realidad de su cambio repentino y mi garganta escupe un: —Hola.
—Hola Nay —responde por lo bajo—. Aún faltan unos minutos para que llegue el tren, siéntate. —Me indica con su mano que me siente y lo hago.
Se coloca junto a mí y abre su mochila para guardar un libro. Antes de que pueda adentrarlo intervengo en su movimiento y lo tomo. En la portada, el título «El cuervo» Y otros poemas, de Edgar Allan Poe, se ilustra con letra rojiza. En el centro hay un círculo rojo también, con un cuervo negro plasmado. He escuchado de su contenido, aunque no he tenido el placer de leerlo, resulta que no es mi genero literario favorito, pero valoro muchísimo los versos de Poe.
—¿Te gusta la poesía oscura? —le pregunto.
—Digamos que soy un fiel seguidor de la realidad que pocos tenemos el privilegio o desgracia, de conocer.
—No te entiendo.
—No lo harías nunca, supongo.
—¿Por qué no?
—Porque eres luz Nay.
—¿Luz? No lo creo. Y si tú conoces «esas cosas» ¿no eres luz? ¿qué eres entonces?
—Nada. Una persona normal con un destino limitado.
—¿Limitado? ¿Por qué?
—Carajos. Haces muchas preguntas, bonita.
—Dicen que la curiosidad es el camino del saber ¿no?
—Buen punto. Pero cada cosa a su tiempo. ¿Te imaginas si obtuviéramos todas las respuestas que buscamos de una vez? Que sin plazo a asimilar un tema nos caigan veinte más. ¿Podríamos con tanta información?
—Cierto. Entonces… ¿debo esperar no?
—Exactamente. Mira —señala a su izquierda—. Las vías vibran, llega mi tren ¿preparada?
—Siempre lo estoy —aseguro y sonrío bajo la mascarilla.
«Cuanto me gustaría ver su sonrisa».
Subiendo a dicho transporte, Gael toma una de mis manos y me guía hasta el asiento. Tenerle tan cerca se ha vuelto tremendamente difícil de soportar, yo diría que es incómodo, pero de buenas maneras. «Con Ethan es diferente», me aclaro a mí misma. Con ambos siento cosas totalmente inversas.
«¿Qué estoy haciendo? La excitación de todo esto donde cae? ¿en mis ganas de saber la verdad, o en lo que me produce estar cerca de ellos?». Y exactamente eso es lo que pretendo descubrir, y, como me han dicho, lo lograré con paciencia. Tiempo al tiempo.
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