Nayla
Tomo asiento y mientras miro por la ventana del tren pienso en cuánto cambió mi vida desde que conocí a Gael. Enciendo la pantalla de mi celular y los dedos me pican por volver a entrar a su perfil. No suelo usar facebook desde mi teléfono, por lo que culpo a mi curiosidad y me dirijo a Google play para descargar la versión más reciente. Minutos después la abro, tecleo mi usuario y contraseña y doy inicio a mi búsqueda. No me tomo la molestia de revisar mis notificaciones y voy directo a la lupa para buscar su nombre.
Finalmente me abre su perfil y siento como mi corazón abandona mi pecho para estancarse en el centro de mi tráquea. Recuerdo que hace un mes moría por ver su rostro, y, ahora que por fin puedo verlo en su ícono, lo que consigo son indescriptibles líneas de corriente por todo mi ser. Ayer no tenía una imagen suya. Reviso la fecha en que publicó su foto de perfil y sonrío porque ha sido hace un par de minutos. Él sabía que lo volvería a hacer, sabía que revisaría su Facebook luego de discutir en la terminal.
Nunca pensé que una carita tan normal me fuese a gustar tanto. Amo su cabello rubio con esos mechones castaños; sus enormes y oscuros ojos rodeados por una perceptible sombra con unas pestañas tan largas que parecen imposibles; esa piel tan blanca y suave a la mirada; esos labios carnosos y ligeramente rojizos y sus rosadas mejillas.
Le pido perdón en mi conciencia a Camila, porque ahora mismo me arrepiento de no haber cruzado hasta el otro lado.
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Brenda me recibe con su sonrisa como siempre y Viper mordisquea mi mochila. Subo hasta mi habitación y una vez allí me lanzo sobre la cama. Al mirar a mi derecha, me encuentro con una laptop y una nota encima. Gateo en el colchón y agarro ambas cosas para luego volver a mi sitio. Observo con detenimiento el aparato y compruebo que es nueva, y, por si fuera poco, de las caras. Abro la nota y comienzo a leerla:
¿Por qué no me dijiste que la tuya se descompuso? Y sí, tu madre me lo ha dicho. Aquí tienes una nueva, disfrútala.
Pd: Entra a Netflix, he guardado tu serie favorita,
Atte: Papá.
Sonrío ante su actitud y me apresuro a abrir mi regalo. Entro directamente a Netflix y como aseguró mi padre, en primera plana se halla «Stranger Things», cada temporada completa y el tráiler del estreno.
Bajo a la cosina y reviso la lacena en busca de palomitas. Con la suerte de mi lado me dispongo a preparar un tazón repleto y después tomo una gaseosa Coca kola de la nevera. Ya en mi cama nuevamente, selecciono el 1er capítulo de la 3ra temporada y doy inicio a mi cinehogar.
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Ethan
Anyone, de Justin Bieber, lejos de hacerme sentir mejor, consigue sacarme una que otra lágrima.
«¿De cuando acá he sido tan sentimental?». Me pregunto, como si no supiese la respuesta. «Claro, siempre he sido así, de toda la vida». Le contesto a mi subonciente.
En mis pensamientos solo hay lugar para el desprecio de Nayla. Ella me odia, no me quiere cerca por mucho que ruegue una visita. «¿Por qué no le han contado aún?». Ha crecido lo suficiente, merece saber toda la verdad.
¿Creen que ocultando su pasado escaparán de las explicaciones que exigirá algún día? ¿Qué pasará cuando idealice la escena completa? Sigo asegurando que si le revelan lo ocurrido ahora, estaría más preparada para sus episodios futuros.
Nay no me ve como el héroe que todos aseguraron que era en aquel entonces. Así que, de nada me sirve ser el salvador de alguien que me recuerda con odio.
Y, entre mi frustración, bufo porque una notificación detiene la música de mi reproductor. Me froto el rostro con el dorso de mis manos y arugo la frente al fijar la vista en la pantalla de mi teléfono.
Brenda:
Nayla está aquí y Pat regresa en la noche. Ven y hablemos un rato, siempre has tenido razón y si sus padres no lo consideran nosotros hallaremos la forma de ayudarla. Quiero que conozcas a alguien, no me falles y no te fallaré ¿recuerdas? Te espero.
Releo el mensaje un par de veces más mientras pienso en lo sincera y atenta que Brenda ha sido conmigo desde que era pequeño. Confiar en ella es lo que me queda, claro, es la única oportunidad que tengo para arreglar las cosas. Por lo que, arrojo mi estropeado cuerpo al cesto de la ropa sucia y tomo del armario mi versión más dispuesta.
Ya la salvé una vez, puedo hacerlo dos veces… Es más, mil. No me cansaría de intentarlo por ella, aunque me cueste perder parte de lo que amo…
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Entrecruzo mis dedos sobre la mesa y espero por un café. Me pregunto cómo se verá Nayla hoy… «Su cabello, ¿recogido o suelto? ¿Le he dicho alguna vez cuánto lo adoro?». Salgo de mi fantasía mental en cuanto una taza con aroma delicioso se posa frente a mí.
—Mmm, necesitaba esto —musito entrecerrando mis ojos.
—Siempre dices lo mismo —asegura sonriente y bebe un sorbo de su líquido negro.
—¿Dónde está?
—¿Nay?
—Sí —digo y acerco la taza a mis labios con cuidado de no quemarme—, ¡Joder! —Doy un respingo y me paso la lengua sobre mis labios para calmar el ardor.
—Sopla, ni con veinte años más aprendes a beber café —reitera ella negando con su cabeza y retoma el tema—. Hace un momento ha bajado a preparar unas palomitas. Su padre le ha dejado una laptop nueva, así que supongo que esté viendo alguna película.
—Como la extraño… Bueno, hace tiempo no la veía… Pero desde que nos reencontramos se me hace doloroso alejarme de ella.
—Et… —pronuncia y toma una de mis manos—. He intentado hablar con Pat sobre el asunto, pero no accede, se niega a desenterrar lo ocurrido. Ni tú ni yo debemos interferir, es un tema familiar y la decisión está en sus padres.
—Lo sé Bren, pero… ¿Crees que están haciendo lo correcto? Dime tú que has vivido más que yo.
—¿Me estás diciendo anciana? —enarca sus cejas y ladea su cabeza.
—¡No, no, que va! Muchas de dieciocho quisieran tener tu figura —me explico y le regalo un guiño.
Y de veras que sí. Brenda es una mujer hermosísima a sus treinta y ocho años. Y, añadiendo que nunca tuvo la oportunidad de concebir, es un punto a su favor.
—Sí, soy bien parecida. —Se contonea en su silla y terminamos riendo a la vez.
—Bren…
—Sí Et, estoy de acuerdo contigo ¿pero quién soy yo para meter mis narices en algo que no tuve la mínima participación?
Razón sí tiene. Cuando aquello sucedió, Pat era un padre soltero, y Brenda vivía a unas tres calles de aquí. A pesar de que la noticia recorrió el pueblo, y, por ende, pasó por su casa, aún así no recuerdo haberla visto por los alrededores. Tampoco es que la situación me hubiese permitido observar algo más que lo que estaba frente a mis ojos.
—Pero…
—Pero… —La animo a continuar.
—Creo que alguien nos puede ayudar.
—Bien, ¿de quien se trata? —cuestiono de inmediato porque puede significar un pequeño atisbo de esperanza, y estoy dispuesto a aferrarme a lo que sea con tal de sacarla de todo esto.
—Espera un segundo —dice, yo asiento, y se dirige al interior de la casa.
Segundos después regresa con una tablet en sus manos. Toma asiento y luego de teclear algo, me muestra el perfil de Instagram de un joven.
Cirus Mc’ Fyres, Licenciado en Psicología clínica. Con un Doctorado en Terapia Mental y Rehabilitación psíquica, y experto en Hipnosis y técnicas de relajación. Eso y otros datos de su vida me dieron una breve idea de los planes de Bren.
—¿Lo conoces? —pregunto sin apartar la vista de sus datos.
—Su padre fue mi profesor en el instituto. Por suerte aún mantenemos una buena amistad. Creo que si hablamos con él, obtendremos la autorización parcial de contarle a Nay…
—Me parece bien. Pero… Aunque el psicólogo lo apruebe necesitaremos la aprobación de sus padres ¿no?
—Tendremos las pruebas médicas suficientes como para convencerlos.
—Cierto. Piensas en todo —comento y ella me sonríe.
—La experiencia Et. Todo irá bien, sé que ya es tiempo, aunque Pat no lo vea así.
—Confío en ti, así será.
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