Recuerdos de Otoño – Capítulo 11

Nayla
    Mis ojos se fijan en el suelo y agarro una hoja marchita con una de mis manos. Carraspeo con la garganta y retomo la conversación.

    —¿Te quedarás en silencio o qué?

    —Sin presiones, Nay, sin presiones —responde con serenidad y suspiro profundamente, desgraciadamente la presión en mi pecho no desaparece.

    —De acuerdo, te seguiré el juego. ¿Por qué sentías celos de Et?

    —De él no, de ti. No salía de encima tuyo el muy cabrón.

    —Era mi mejor amigo, es lógico.

    —¿Los amigos se besan? Oh, gracias por el detalle, no lo sabía —dramatiza con ironía y yo ruedo mis ojos en respuesta automática.

    —¿Por qué sentías celos Gael?

    —¿No es evidente?

     No respondo a eso, porque me parece demasiado atrevido para tomarlo en cuenta, y no sé si habla en serio o solo me fastidia. Esas palabras me gustan, tanto que prefiero hacerme la tonta para no ilusionarme sin éxito.

    —Quiero saber tantas cosas que no sé por donde empezar… Me siento, cansada.

    —¿Cansada?

    —No sabes cuanto cansa pensar sin resultados.

    —¿Qué tal si empezamos por el principio? —sugiere.

   Me agrada la idea.

    —Bien. Soy toda oídos.

    —¿Y qué tal si lo resolvemos paso a paso?

    —¿Eh? ¿Cómo? —cuestiono y detengo el jugueteo de mi mano con la ramita que encontré entre las hojas secas.

    —Sí, a mi manera. Solo te ayudaré si tienes paciencia. Cada cosa a su tiempo Nay, si quieres recordar y recordarme, primero tienes que conocerme.

    —Es… Es cierto —concuerdo y caigo en cuenta de que he alcanzado un estado de paz que hace unos minutos no tenía.

    «Lo tendré frente a frente al fin, ¿es eso?».

    —Entonces… Nos vemos el martes.

    Trago en seco, decepcionada de mí misma por estar tan ansiosa de tenerlo a la cara, por un momento pensé que ese día sería lo más pronto posible.

    —¿Qué? Eh… Y no sabré de ti hasta…

    —Sí, hasta el martes. Linda noche.

     Y antes de que pudiese contestarle da por finaliza la llamada.

    Reposo por unos minutos más y al sentirme lista decido que es el momento de regresar con mi padre. Mientras camino repaso la conversación anterior con Gael, exploro mentalmente cada palabra que recuerdo y busco alguna familiaridad en sus expresiones con mi pasado. Y lo que encuentro es nada.

    —¿Mucho mejor? —cuestiona papá al mirarme desde su sitio.

    —Muchísimo… No quiero preguntas, por favor, más bien deseo hablar contigo y con mamá, pero luego, no ahora.

    —Tranquila. ¿A casa? —habla con temor, como si supiera la causa de mi estado, mas se lo toma con calma y pone en marcha el vehículo.

    —A casa.

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(Dos días después, Domingo)

    Termino de amoldar mi cabello sobre uno de mis hombros y retoco mi maquillaje. Frente al espejo, me volteo y admiro mi entallado vestido azul marino, el cual sin dudas me adhiere a mi piel de forma perfecta.

    Mi teléfono suena sobre mi cama y al mirar la pantalla decido ignorar a quién replica. Es Et, no deseo hablar con él, al menos hasta que ponga un poco más de orden en mi vida. Por lo que ignoro sus llamadas y tomo mis cosas para bajar las escaleras y encontrarme con mi madre. Lo ocurrido hace dos días no sale de mi mente, sin embargo, me prometí a mí misma hacer las cosas bien, y puesto que desconozco las razones por las que mis padres me han estado mintiendo todo este tiempo, prefiero hacer las cosas bien, en silencio, sin arruinarle sus salidas.

   —Me encanta que vistas de azul —me halaga mamá.

    —Gracias ¿estoy bien así?

    —Maravillosa querida ¿qué tal yo? —Da una vuelta en su sitio y con las manos sobre mis caderas la admiro.

    —Mami, he escogido tu ropa, la pregunta es inútil —contesto sonriendo y ella me agarra del brazo para animarme a salir.

    —¡Vamos que se nos hace tarde!

    —¿Está afuera?

    —Ha llegado hace unos diez minutos —me informa nerviosa.

—¡Qué nervios! —Y diciendo esto, mamá abre la puerta y me encuentro con un auto parqueado frente a nuestra casa, acompañado de un hombre un poco alto, con un traje negro y una postura robusta.

    Nos acercamos y luego de intercambiar miradas, el señor camina hacia mi madre y posa un tierno beso sobre sus labios. Se dirige a mí, extiende su mano y le doy la mía para estrecharlas en un cordial saludo.

    —Buenas noches, tú debes ser Nayla ¿no? —cuestiona él con una voz fresca y dulce.

    —La misma, Nay por favor, un placer —respondo con amabilidad regalando una de mis más sinceras sonrisas.

    —El placer es mío, Nay. Supongo que tu madre te ha dicho mi nombre, puedes decirme Garren —agrega y asiento.

    —¡Daira! —Garren da dos toques a la ventanilla trasera del auto y la puerta se abre. Una joven de más menos mi edad, quizá mayor, asoma su rostro sonriente para luego bajar y mirarnos con detalle. Su cabello es rubio y le llega hasta los hombros. Tiene ojos negros y un rostro sencillo y bonito, nada exótico pero tampoco carente de belleza.

«Se asemeja a… Nah, Nayla, estás viendo muchas películas, tienes que parar ya». Me regaño.

    —¡Buenas noches! —exclama y se aproxima a mi madre—, ¡oh papá, es hermosa! —suelta y presiona sus labios en la mejilla de mi madre, quien sonríe asombrada.

   —Ella es Daira, mi hija —pronuncia el hombre con orgullo.

    —¡¿Y tú eres mi hermanastra?! —escandaliza y se agarra de mi cuello en un abrazo intenso. Paso mis brazos por su espalda y correspondo a su saludo.

    «Definitivamente esto es extraño, digo, no es que esté acostumbrada a estos saludos afectivos».

    —Hola ¿qué tal? —correspondo por lo bajo.

    —Perfecta —afirma y se voltea hacia su padre—. ¿Nos vamos ya?

    —Sí. Nayla, sube atrás junto a Didi —indica él y frunzo el ceño al escuchar tal diminutivo.

    «Didi… Didi… ¿Dónde lo escuché? Didi…», pronuncio varias veces en mi mente mientras soy arrastrada por Daira dentro del auto.

    —Y dime ¿cuántos años tienes? —me pregunta la rubia. El auto se pone en movimiento y abrocho mi cinturón de seguridad.

    —Diecinueve, en tres meses cumpliré veinte. ¿Y tú?

    —Veintidos, cumplo veintitrés en siete meses.

    —Entonces eres gemela ¿cierto? —cuestiono curiosa.

    —¡Oh sí! —exclama—. Tengo un hermano, Dei. Las personas dicen que somos idénticos… Pero nosotros no lo vemos así.

    —¿Se llama Dei?

    —Nah, es un diminutivo, me dicen Didi, y soy Daira; a él le dicen Dei, pero su nombre…

    —¿Didi hablaste con tu abuela? Ayer me dijo que no has ido a verla, tu hermano va dos días a la semana, deberías hacer lo mismo —interrumpe Garren y veo a Daira entornar los ojos.

    —Doña Luz solo tiene ojos para Dei, lo sabes —contesta ella cruzada de brazos.

    —No la llames doña, es tu abuela. —La reprende.

    —Como sea…

     La conversación se extiende unos cinco minutos más hasta que el auto se detiene y bajamos frente a un restaurante de comida mexicana. Al parecer mi madre mencionó su fanatismo por las delicias de ese país. Muchas veces ha comido tacos con lacón en el almuerzo y para la cena también, de veras que le gustan.

    —¿Te parece bien? —le pregunta Garren a mamá, la forma en la que la mira al hablar le causaría suspiros hasta al mismo Cupido.

    —Sí cielo, desde afuera. Veamos que tal la comida —responde mi madre, se agarra de su brazo y comenzamos a avanzar al local.

    Al cruzar las puertas nos recibe un restaurante muy aferrado a la cultura mexicana. Las mesas y sillas son de una madera oscura y poseen un toque rústico y barnizado. Las flores y adornos exagerados no faltan y el aroma a especias y carne es capaz de despertar el apetito de la última persona del planeta.

    Las meseras se pasean por los pasillos con sus largos bestidos estampados y una enorme flor en un extremo de sus peinados. Los meseros, llevan puestos sombreros amarillos con una lista roja en el ala y combinan sus camisas de mangas largas con unos pantalones y botas acordonadas hasta poco más arriba de los tobillos.
Admiro cada detalle y por un momento me siento como una ciudadana mexicana. ¡Me encanta este sitio!

     La cena transcurre de manera maravillosa. Mi madre y Garren hablan cariñosamente y Daira y yo no paramos de parlotear y conocernos. Nos tomamos fotos que no dudamos en subir a sus redes y reímos de los comentarios que recibimos al instante.

    Me parece una chica bastante empática y risueña. Posee un carácter de admirar y sus temas de conversación son múltiples. En varias ocasiones me surgió la duda de la ausencia de su hermano en la cena. Se suponía que conocería al novio de mi madre y a sus dos hijos, pero solo pude verla a ella. Al pregúntarle a Didi su respuesta fue que Dei se encontraba indispuesto. Y me aseguró que luego me explicaría ciertas cosas que debo saber sobre ellos. Me resultó algo misterioso pero aun así  no hice hincapié en el asunto.

    Al llegar a casa,  tomo un baño y me deslizo bajo las sábanas de mi cama. Una  notificación resuena en mi teléfono y me inclino para agarrarlo sobre mi mesita de noche. El remitente «Gael» me hace apresurarme a abrir el mensaje y cuando lo leo quedo casi paralizada.

Gael:
Lamento no haber podido ir a la cena. De saber que mi hermanastra eras tú no me la hubiese perdido. Lindos sueños, hermanita.

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