RILEY

— Ésta vez…, no te contengas — la escucho decir, con la voz un poco más ronca y rasposa de lo normal.

El juego de lencería que porta es de un gusto bastante refinado, pues la tela se denota fina y sofisticada. Es el sueño de todo ser mortal, hecho realidad. 

Un escalofrío se dispara en torno a mi columna vertebral, labrando el camino y preparándome para terminar de construir mi morada en su intimidad. El semáforo que en el último mes ha osado cambiar de rojo a amarillo preventivo, comienza a titilar marcando la transferencia de la luz al verde. Andar con pies de plomo ha sido mi filosofía sexual cuando se trata de mi rubia favorita, ahora ha sido la misma Fierecilla quien me lleva del alto al siga con tan solo una corta pero significativa frase.

La opresión en mi vientre me pide a gritos que no espere ni un segundo más. Miranda me mira fijamente invitándome a tomarla entre mis brazos y, la súplica se intensifica cuando sus manos van a su espalda trayendo con ellas la prenda blanca que le cubre el pecho, la cual se desliza en automático por las curvas pronunciadas de sus hombros, dejando todo al descubierto. 

Mi primer impulso es el de pasar saliva hidratándome así la garganta reseca. Es tan inocente y tan sensual a la vez, que logra sobresaltar hasta al más frío de los hombres. 

Se acerca lentamente y con andar felino, es como ver a una pantera de ojos grises ir directamente por su presa, elegante y despreocupada. No me explico qué le pudo haber pasado a la chica de porte tímido e introvertido. Sin embargo, su cambio sorpresivo y espontáneo me resulta excitante y complaciente. Tan complaciente que eriza hasta el último de los poros en mi piel.

Me estremezco cuando al llegar, coloca sus blancas y delicadas palmas sobre mi torso y no puedo evitar concentrarme en su generoso busto, haciéndola sonrojar. Mas la actitud de mujer fatal me lleva al límite del éxtasis, en el momento que sus labios recorren mi clavícula de rincón a rincón.

«No te contengas».  Dice una vocecita en mi cabeza. Quizás se trata del recuerdo de sus peticiones y de mi obsceno subconsciente jugando al piedra, papel o tijera, compitiendo por dirigir el siguiente movimiento. No obstante, no les permito decidir por mí. 

En un tris arrebatador, incrusto sus muñecas en pos a su espalda, siendo inmovilizadas por una de mis manos. Exhala todo el aire contenido en los pulmones abriendo ligeramente la boca a causa del desconcierto y, los carnosos labios le tiemblan ante mi reacción. Luego, mi mano libre se adueña de su barbilla elevándole un poco más el bello rostro.

— No debiste decir eso — aclaro en un susurro, aprisionándola en un beso embriagador. 

Tiene razón, ella lo necesita y yo también. 

Nuestras lenguas bailotean al mismo tiempo que mi cuerpo se apega al suyo, suave y delicado. La sensación de tenerla tan cerca me eleva a un nivel descomunal e inimaginable. Con ella la palabra sexo lo encierra todo: amor, deseo, anhelo. Nada me falta. Miranda es aquello que nunca esperé. Empero…, siempre soñé. 

La libero, ansioso por su toque. Ansioso por la electricidad que recibo con cada caricia. Sus dedos se abren paso hasta el botón de mis vaqueros, siguiendo con el cierre de éstos y causando que caigan sobre mis tobillos. La cama nos recibe gustosa al depositar su sexy anatomía, de espaldas al colchón. 

Le arranco con presteza las bragas de encaje, a la par que eleva las caderas en cooperación conmigo y hago lo mismo con mi ropa interior, regresando a la tarea de torturarle con la lengua la base del cuello y esos senos que me vuelven un demente. Inesperadamente el protocolo interrumpe el ritual, invocando al sentido común que me insiste con el asunto del preservativo.

— Espera — articulo, experimentando apartándome involuntariamente.

Hago acopio de toda mi fuerza de voluntad para ir hacia la mesa de noche, sacando de ahí el objeto de mi inquietud. Cierra los párpados expectante y, ya no hay razón para esperar. Ya no hay razón para reprimir los instintos. Así que con presteza, coloco ágilmente el látex en su sitio.  

— Te deseo, Fierecilla. No voy a renunciar a ti jamás — prometo, irrumpiendo lentamente en su interior. 

Jadea con alivio.

— Y yo no pienso permitir que lo hagas — sentencia, eximiendo su aliento cálido en respuesta a la acción.

Entablamos una sincronía corporal firme y placentera. Sus piernas rodean mi cintura exigiendo proximidad y atención. Unidos somos la perfecta combinación entre benevolencia y malicia. El yin y el yang. Dos energías opuestas que se necesitan y se complementan. La existencia de uno depende del existir del otro. La prueba viviente de que todo es posible tratándose de amor, un amor que es más fuerte que los prejuicios de un padre sobre protector que no cree en él y al que demostraré, que por su hija estoy dispuesto a todo.

 
Un suspiro es externado al mismo tiempo que gime diciendo mi nombre, comprobando de ese modo, la culminación de tantos besos, caricias y promesas por cumplir.

— Te amo — recito, alcanzándola en el mismo destino.

***

Despierto a mitad de la noche con Miranda durmiendo plácidamente. Su cabeza posa en mi hombro y una de sus piernas, descansa sobre otra de las mías. Con cuidado, salgo de debajo de ella evitando despertarla y descendiendo de la cama, luego giro mi cuerpo hasta el botellón de cristal que suele contener una considerable cantidad de agua para apagar mi sed nocturna, descubriendo que no hay ni una gota en él. 

Busco a tientas mis boxers encontrándolos justo junto a mis pantalones sobre el linóleo y, recogiéndolos sigilosamente, me los coloco tomando así una sudadera y las converse del armario para ir a la cocina. No sin antes cubrirle el cuerpo desnudo con el edredón, reviviendo mentalmente lo ocurrido. 

Mis labios aún están inflamados de tanto besarnos y mi piel arde. Tenerla toda la noche en mi cuarto es como recibir el regalo en retroactivo de las últimas siete navidades. Cierro la puerta precisando no hacer ni el menor ruido, después dejo el recipiente vacío sobre la encimera percibiendo la petición silenciosa que mi vejiga proclama. Cuando salgo del baño, me topo a Steve sentado en uno de los taburetes del desayunador.

— ¿Podemos hablar? — pregunta. 

Casi me olvido de la puta carrera.

«Es tu turno de entender». Dice la voz de Miranda en mi psique. 

¿Es que aparte de tratarse de mi novia y la mujer que amo, también va a tomar el roll de mi conciencia? 

No sería difícil de creer si fuese posible.

— Tú dirás — expongo, ocupando otro de los banquillos junto al suyo.

Toma aire.

— Siento no haberte dicho de quién se trataba el otro corredor — musita, sincero —. Temí que al enterarte, ya no quisiese apoyarme con el asunto de las lecciones. Eres mi mejor amigo y, me duele ésta situación.

— A mí también me duele — confieso —, pero sigo pensando que correr contra Darnell en tu primer enfrentamiento, es una idea de mierda. ¿No eras tú el que ejercía polémica contra la insistencia de Kurt, de que debía enfrentarme a él? Sabes perfectamente que en la milla ocho no somos bienvenidos. Las cosas pueden ponerse muy feas para ti si el resultado compromete la reputación de Darnell — reitero, engendrando sin intención una mueca de desilusión en su rostro.

— ¿Para mí? — cuestiona, con el desencanto acentuándose y apagando su entusiasmo — ¿Es que no piensas estar ahí? ¡Te necesito conmigo, hermano!— medio grita —  Me infundes confianza y seguridad.

Por un instante tengo frente a mí al Steve que no podía defenderse sólo y al Steve al que cuando pequeños, tenía que proteger de los abusos de los más fuertes.

En el fondo no ha cambiado, sigue siendo el mismo niño indefenso y desvalido. 

No puedo negarme. Por más que quiero e intento decirle que no e imponerme ante lo que se me antoja como la mayor estupidez de su vida, la negativa hacia lo que sería mi mayor acto de camaradería y lealtad no cubre las expectativas de lo que debería ser un buen amigo.

— Si digo que sí, ¿dejarías de gritar como si fueses una cacatúa? — Inquiero, sonriendo — Hay una hermosa rubia durmiendo como un bebé en esa habitación — informo, señalando con el mentón en pos a su espalda.

Sonríe de vuelta.

— ¡Gracias, Riley! — vocifera, poniéndose de pie y dejando su asiento para abrazarme eufórico y lleno de gusto — No sabes lo que significa para mí.

— Está bien. Simplemente cállate, zoquete —exclamo en voz baja, quitándomelo de encima.

No sé cuántas veces me da las gracias, pierdo la cuenta en la número diez. También después de la décima vez que le pido que guarde silencio o le patearé el trasero, cosa que le entra por un oído y le sale por el otro. Cuando por fin se apacigua, saco un par de cervezas de la nevera recordando el porqué de mi visita a la cocina. 

Hablamos de los viejos tiempos, de todo lo que hemos vivido juntos y de lo cruda que fue nuestra niñez, sin pasar por alto la adolescencia inexistente por parte de ambos cuando hubo que madurar antes de tiempo y saltándonos etapas importantes de nuestro desarrollo emocional.

Él, por el abandono de su padre y por haber tenido que dejar la escuela para ayudar a su madre con los gastos de la casa, hasta que se independizó. Sin embargo no ha dejado de cooperar, ha sido un buen hijo y siempre ha estado a lado de la mujer que lo trajo al mundo, visitándola con frecuencia. 

Y yo, por estar encerrado como el peor de los asesinos.

También platicamos sobre lo que piensa Kurt del suceso que nos espera. Según él, se muestra indiferente y dice que si tiene las suficientes pelotas para hacerlo, entonces está bien mientras no perjudique al negocio. 

Típico, ¿no?

Los ánimos se debilitan hasta que resolvemos cambiar de tema.

— Quiero que brindemos —propone. 

— ¿Te sientes bien? — bromeo, alzando las cejas. Una cerveza y ya está como bicho fumigado. 

Sonrío de nuevo.

— ¿Qué? ¿Hace cuánto no lo hacemos? — Señala — Me parece una buena ocasión para ello. Mañana es un gran día. El día de mi despegue. Tengo derecho a querer brindar.

Asiento.

— Bueno, ¿y por qué o por quién, quieres brindar?

Suspira pensativo, pasándose los dedos por la barbilla. 

En seguida musita: — Brindo por los triunfos, por haberte conocido, porque te quiero como si fueses mi hermano de sangre y…, por esa chica — dice, refiriéndose a Miranda —; que desde que llegó a tu vida te ha cambiado para bien. Eso es bueno. Muy bueno — añade, elevando la botella casi vacía a la altura de sus ojos —. Salud por ella.

— Salud — digo, bebiendo el resto del néctar amargo. El viento gélido del exterior se cuela por la ventana de la sala, haciéndome tiritar  —. Hora de dormir. Mañana será un día ajetreado y hace un frío que pela — sentencio, dejando la botella vacía en la encimera y cerrando la ventana.

— Apuesto que en tu cama hay de todo…, menos frío — afirma con picardía. Avanza algunos pasos frenando en seco, posteriormente pregunta: — ¿Has hablado con Kurt? Tiene algo muy importante qué decirte.

Niego en silencio, con el ceño fruncido. 

¿Algo importante? ¿Desde cuándo?

— Seguramente mañana lo hará. Buenas noches — reitera, siguiendo el camino hasta su dormitorio.

***

— Estoy bien, mamá — dice mi chica, viéndome volver a la recámara.

Aseguro la entrada poniendo el pestillo y dejando el botellón en su lugar. Me quito la sudadera, las converse y los vaqueros, retirando el edredón para entrar en la cama. Miranda se irgue recargando la espalda en la cabecera, en tanto atiende su llamada con comodidad. Parece que quien está detrás de la línea es la señora Kane, seguramente reprendiéndola por faltar a dormir a su casa. 

Me recuesto a su lado en silencio, estrechando sus piernas contra mi pecho. 

— Pasaré la noche aquí. Es muy tarde para regresar y no me apetece hacerlo. Lo que hizo papá no es correcto — agrega, peinándome el cabello con los dedos —. Sí, entiendo que sólo quiera protegerme pero, ¿de Riley?

¿Protegerla de mí? 

¡Por Dios! 

¿Qué puedo hacerle yo, si la amo más que a mi vida?

— Mamá, no quiero hablar de eso ahora. Jason ya no es tema de conversación. Te veo mañana. ¿Si? Descansa. Te quiero — expresa, dejando el celular bajo la almohada.

Se desliza sobre la sábana quedando a mi altura, acurrucándose muy cerca de mí.

— ¿Dónde te habías metido? — formula, plantando un rápido beso en mi pecho.

— Estaba en la cocina, hablando con Steve. He decidido acompañarlo en esa carrera — aviso —. Es mañana por la noche, por cierto.

Se pone rígida de los pies a la cabeza, probablemente en reacción a las palabras que escuchara de Steve con respecto al barrio de Darnell y su preferencia por correr en ese lugar, apoyándose en mi torso con los antebrazos para tener mejor visión de mi faz.

— Quiero ir contigo.

— Ni lo sueñes, Miranda — sentencio, determinado —. Será una odisea salir airosos de ahí si las cosas pintan de mala manera. No me arriesgaré a que algo malo te pase — Suspira enfurruñada, pero sin protestar —. Puedes esperar en tu casa a que yo te llame, o puedes aguardar mi regreso aquí si así lo deseas. Pero no te llevaré conmigo. Es peligroso.

Al principio no la veo muy convencida, pero al pasar del tiempo su semblante se suaviza y termina por ceder.

— Está bien. Mañana iré a casa a tomar una ducha y a cambiarme de ropa, pero regresaré antes de que salgan hacia la milla ocho — indica con resignación —. No me moveré de aquí hasta tener noticias de ustedes.

SEGUIR LEYENDO

Loading


Deja un comentario

error: Contenido protegido
A %d blogueros les gusta esto: