
19: Cosas bonitas.
A la mañana siguiente, hablando con mi madre —que me felicitaba por mi cumpleaños número veintidós— me dijo algo que se me quedó grabado durante todo el día: las cosas bonitas no duran, para que las aprecies cuando no sean tan bonitas.
Ella me contaba de cuando yo era una niña. Que me gustaba el color rosita y peinarme frente a un espejo, usando un ridículo tutu. Dijo:
—Te veías tan bonita, cielo. Con ese rosa vaporoso, con un diente menos, y coletas mal hechas. Te encantaba ese tul e ibas para todos lados con eso, que pensé que serías una bailarina.
—Y resultó que terminé amando los cómics, las pelis de ciencia ficción, y suspirando por una computadora a la que pudiera cambiarle el sistema operativo.
Se me salió sin humor. Porque mi mamá me pintaba a una Meg que ella prefería. No a lo que me convertí. Y a veces eso me dolía. Me amaba, sí, pero si fuese por ella, yo sería una bailarina de ballet, o estaría en una ópera cantando. O en un recital. Cualquier cosa femenina, menos lo que a mí me gustaba.
—No seas así, mi amor. Solo lo digo porque las cosas bonitas duran tan poco para que apreciemos cuando ya no sean tan bonitas. Me refiero a la etapa en la que no tenías preocupaciones. Cuando eras inocente y llena de sueños; eso era bonito. Ser parte de tu crecimiento. Acompañarte en las distintas facetas de tu vida.
»Ahora que creciste no es bonito verte llorar. O que eres una adulta que viaja sola y pasa su cumpleaños lejos de sus viejos. Es eso.
Me derritió al punto en el que Aser me pescó llorando. Me abrazó en silencio hasta que dejé de chillar por esa tontería y me preguntó qué quería hacer por mi cumpleaños.
Le pregunté por el suyo.
—Fue en septiembre.
—¡Cumpliste treinta y ocho! —protesté como si pudiera detener el tiempo.
Aser se echó a reír de mí, de mi capacidad de parecer una niña aunque mi cuerpo dijera lo contrario.
—No tenemos que hacer algo grande. Aunque no lo parezca, prefiero pasarla calmada.
Lo miré por unos segundos y se me vino a la mente una cosa.
—Llévame a tu sitio favorito de todos.
Aser levantó una ceja, sin entender por qué quería ver algo que le gustara a él.
—Quiero conocerte más.
Volvió a reír con el semblante despreocupado. Siendo el Aser que calentaba mis mejillas.
—Tengo mi sitio preferido justo aquí…
Empezó a besar mi cuello, dejando pequeños mordiscos en el camino.
—¡Aser! ¡Hablo en serio! —respondí sonriendo.
—Pero es verdad, preciosa. Te has convertido en mi cosa favorita…
Cuando abrí los ojos supe que era verdad. Estaba en la cima de sus cosas preferidas. Como venía pasando, me llené de mariposas, pero también de miedo; también tenía aquella sensación de que se convertía en mi lugar seguro. ¿Y qué haría cuando ya no estuviera cerca?
Me aclaré la garganta para tragar el pánico que se formaba en mi interior. No quería estropear mi cumpleaños o estos días. Dos semanas me parecían muy poco en ese momento.
—Bien. Además de mi cuerpo. ¿Qué más te gusta?
Se apartó de mi cuello de mala gana, pensando en mi pregunta. Me gustaba verlo pensativo: arrugaba la esquina de su labio y sus ojos se ponían vidriosos.
—Soy básico, preciosa. No tengo un lugar favorito. Pero sí hay lugares que me mantienen tranquilo. Si quieres conocer eso… —Se encogió de hombros, como si fuese una advertencia.
¿Qué habría de malo en eso?
—Llévame.
Supongo que lo iba a averiguar.
…
Su pickup estaba muy estropeada por debajo. Jules no mintió en eso: el camino destrozó su coche. No me atreví a preguntar por qué le importaba tanto. En mi interior sospechaba que era un regalo de Sophie; la única excusa a su cara de tragedia cuando el mecánico le dijo que necesitaba un chasis nuevo.
Así que estábamos en el pueblo. Él no estaba exagerando al decir que era pequeño. Si me lo proponía, podría ir de un lugar a otro caminando. Claro, tardaría como dos horas, pero ¿nunca has caminado esa cantidad de tiempo en un centro comercial?
Sin embargo, Patterson era pintoresco. Muy rústico. Conservaba un poco de las raíces del siglo pasado, con tiendas chicas, barberías, y salones de belleza unisex. Había un solo cine. Y la idea de centro comercial era un insulto para ellos. Un sólo cuartel de bomberos y la comisaría igual de pequeña. Una escuela y una secundaria dividida por una cerca de ciclón. Dos parques —uno para los mayores que jugaban ajedrez o dominó— y el otro con aparatos mecánicos viejos, aunque se mantenían limpios y coloridos; un par de columpios para los más pequeños.
Conté tres bares. También había distinción en estos: para los mayores con una máquina de poner música, una barra larga y dos o tres mesas. El segundo bar era como para tipos como Aser: mesas de billar, tiro al blanco con dardos. También tenía una máquina de música y una tarima donde de vez en cuando se presentaba algún grupo country. La barra era más pequeña y contaba con más mesas. Y el último, en teoría, debería ser para los más jóvenes. Supongo que para los del pueblo tener un toro gigante mecánico al que te subías era considerado divertido. Tenía una pista de baile y una cabina donde un chico local —con complejos de dj— tocaba música cada par de días.
Había una sola biblioteca, un hospital de cuidados básicos, un par de farmacias y listo. El resto eran tiendas de comestibles.
—¿Y si quiero comprar ropa? —Mis ojos se abrieron en total miedo, preguntando—: ¿Si mi teléfono se daña o necesito un cargador?
No podría vivir sin tecnología. Estaba estudiando sistemas, créeme, no estaba capacitada para una convivencia tan tranquila.
Íbamos como dos enamorados por las calles angostas de Patterson tomados de las manos. Los lugareños me miraban como si fuese la cosa más rara que hubieran visto. A mí, que en comparación a Aser, todo tatuado, debería llamar la atención.
—Bueno, en las farmacias encontrarás cargadores. Y por lo general la gente de aquí no es entusiasta por la moda…
Volteé a ver a una chica sentada en el parque. No usaba botas vaqueras, pero sí pantalones y una blusa a cuadros. De pronto supe que me miraban porque era la nueva en el lugar. Con un overol rosado de mezclilla y Converse altas.
Arrugué la esquina de mi boca sintiéndome fuera de onda, aunque los overol estarían de moda siempre.
—Y si te aburres, Dallas está a tres horas, así que… —Se encogió de hombros como si eso lo explicara todo.
Era muy bonito el estilo de un pueblo antiguo y tranquilo, pero vivir allí… Me dio un escalofrío de sólo imaginarlo.
Nos detuvimos en un lugar que parecía un enorme salón. Aser no pidió permiso, simplemente entró porque sí, porque él era Aser y hacía lo que quería.
Encontré bancas en completa sincronía, tan alineadas que la persona que lo hizo se tomó su tiempo. Hasta me dio cosita cuando Aser se sentó en una de las últimas bancas, alterando el orden perfecto. Es como si él no soportara el orden.
El sitio era muy pacífico y silencioso. Sus paredes de color crema tenía un sólo mural con lo que parecía una agenda semanal. Luego, más allá de las bancas, había un pequeño podio de madera. Un micrófono y un par de sillas de metal a su costado. Se me atragantó la mala palabra en la boca.
—Espero que no tengas nada contra los protestantes.
Bueno, yo no. Para mi mamá eran unos herejes que blasfemaban al igual que los Testigos de Jehová.
—¿Qué…?
Cerré la boca, incrédula, sin poder creer que Aser estuviera en una iglesia.
—Vengo de día. Cuando el culto no ha empezado y se encuentra así. —Apuntó con su barbilla hacia adelante, al podio—. Evito venir por las noches y los domingos por la mañana —agregó muy bajo. Como si alguien estuviera escuchando en un rincón.
—No puedo creer que una iglesia sea un lugar tranquilo para ti —susurré, lo más incrédula que puedas imaginar.
Allí estaba ese hombre cubierto de tatuajes por todos lados. Que no respetaba la mujer del prójimo, que no estaba casado y aun así tenía sexo, diciéndome que le gustaba buscar tranquilidad en una iglesia. Era absurdo.
—Primero, no es una iglesia. Le llamamos templo.
»Mi padre fue pastor aquí hasta que murió. Mamá aún ayuda en los servicios, pero se ha alejado un poco de la congregación. Y yo… —Se miró las manos cubiertas de tatuajes para soltar un bufido entre divertido y nostálgico—. Hace mucho que no vengo. Me casé aquí, en este lugar. Y… no sé, supongo que tiene cierto encanto cuando no hay gente dándote miradas llenas de censura por cómo profanaste tu cuerpo.
Suspiró, antes de agregar—: No te traje para hablar de religión, ni quién tiene la razón o cuál iglesia se salvará en los últimos días. Solo porque me pediste ver uno de mis lugares y este me representa… Representa lo que creo.
Se levantó y lo seguí, mirando hacia atrás cuando estábamos llegando a la puerta. Pensando que cuando creía que estaba conociendo a Aser, él me demostraba que no estaba ni tibia.
…
Arrugué mi boca con el mismo asombro que mostré en el templo. ¿Sabes cuál era su siguiente lugar tranquilo? Una bendita biblioteca.
Bien, yo era una amante de la tecnología. Mi último libro físico lo utilicé en el bachillerato. En la universidad todo fue virtual. Así que discúlpame, pero para mí las bibliotecas eran… historia. Bueno, no vamos a comparar los cómics, pero eso no lo encuentras en una biblioteca…
No entramos. Estaba cerrada por mantenimiento, pero Aser me comentó que la biblioteca vendría representando su lado calmado. Su tendencia a resolver las cosas de un modo lógico. Me dijo que de adolescente era el único lugar al que podía ir y estudiar.
—Mi casa no era el país de las maravillas.
Pero no agregó más a ese minúsculo detalle.
Y acabamos —como si todo el viaje no fuese irrisorio— en el cementerio de Patterson. Creí que me llevaría hasta la tumba de Sophie y estuve a punto de gritarle que no estaba preparada, sin embargo, al final él me aclaró que ella no estaba allí.
—Está en Dallas…, aunque para mí me da igual dónde estén sus restos. Ella vive aquí —Apuntó su corazón con el dedo índice—, y aquí —agregó, tocando su sien.
—¿Cuál es la historia macabra de este lugar? —cuestioné entrando en un estado de miedo.
Miraba las lápidas y me preguntaba si me llevaba hasta una en particular. Me imaginé que me diría cualquier cosa tenebrosa. Pero en su lugar Aser se echó a reír.
Sólo él podría reírse en un lugar así. Las personas que visitaban a sus muertos se le quedaron mirando y al menos tuvo la decencia de agachar la cabeza.
—No hay nada macabro, Meg. A veces, cuando me siento agobiado, vengo a quitar la maleza de la tumba de mi padre. Eso me recuerda lo que todavía tengo. Cómo las cosas cambian en un parpadeo. Que sólo tienes este segundo, Meg. No existe la eternidad en la tierra.
Paramos en una lápida descuidada. Se notaba que tenían tiempo de no limpiarla. Aser tomó el jarrón, arrojando las flores marchitas —tal vez tulipanes o margaritas—, en un contenedor de basura unos pasos más allá. Asumí que no estaba en sus planes venir porque colocó el jarrón en su sitio, pero vacío. Arrancó una que otra hierba mala y sacudió con sus manos el polvo para apreciar el nombre.
David Richardson.
2-9-1945.
13-1-2015.
Miré a Aser sin entender.
—Viví un tiempo con mi padrastro. Él me dio su apellido y me crió lo mejor que pudo. Pero mi mamá…, bueno, es una mujer que nunca le gustó la buena vida. Jamás superó a éste de aquí. —Palmeó la lápida en un gesto resignado.
—No entiendo. ¿Tú mamá no estaba casada con tu padre?
Ni siquiera volteó a verme cuando explicó:
—Es una historia larga y turbia, Meg. Haciéndola corta: mi mamá estuvo con éste de aquí durante una parte de mi niñez. Conoció al pastor Kavanough en una gira que hicieron unos misioneros al pueblo. Dejó a mi padre, se casó con el pastor. Él me dio su apellido y cuando murió, mamá volvió con David.
»El significado de independencia o soledad no existe para ella. En fin, viví una parte de mi adolescencia en una casa llena de mierda y malos tratos. Mi papá… el pastor Kavanough, murió en una gira misionera en Houston. Éste murió de cirrosis hepática…
No se me perdió la manera en que lo dijo: con un aire irónico. Y en cierta medida me dio una idea de a quién respetaba Aser y cómo fue el contraste de sus dos figuras paternas.
¿Sería esto lo que moldeó a Aser? ¿Quién contribuyó a llenar su cuerpo de tatuajes? ¿Por qué dejó de ir a su iglesia? ¿Por qué no siguió los pasos del pastor Kavanough?
No me atreví a preguntar. Yo crecí en una casa Católica y ni siquiera había leído dos versículos seguidos de la biblia. El que Aser creciera en un ambiente religioso tampoco significaba que él creyera en lo mismo.
—¿Por qué me cuentas esto? —susurré la pregunta por miedo a molestar a los que sí iban a llorarle a sus seres queridos.
Él tomó mi mano y me guió para regresar. Saliendo del cementerio, llegando al parque, contestó:
—Te lo dije, soy intenso cuando algo me interesa. Y sé que esto te importa. Conocerme. Si hablarte de mi pasado me gana un pedazo más de ti, estoy dispuesto a darte todos los trozos que hagan falta.
…
Hablé con Darling. Me recriminó por no conectarme antes. Imagínate que mi teléfono tenía suficiente carga como para durar otro día sin enchufarlo a la corriente.
Aser no paraba de mostrarme cosas que significaban algo en su vida. Como si quisiera darme el mínimo detalle con tal de satisfacer mi curiosidad. Eso me encantaba, pero me llenaba de ansiedad.
Creí que vivir en un pueblo pequeño era sinónimo de aburrido, pero no había una persona más interesante que Aser. Me habló mucho de su juventud. De los días que pasó con Kavanough y cómo su vida cambió cuando volvió con David. De su escapada a Dallas, donde conoció a una mujer increíble —Sophie— y cómo ella pareció ser el ángel que encaminó su vida. El reencuentro con David antes de que este muriera y la relación con su madre.
Aser creció en una familia disfuncional. Me dolió el corazón conocer su historia y, por primera vez, supe lo que era la sensación de querer cambiar de puesto para que él no sufriera. Él no era sólo arte por su cuerpo, sino en su interior. Un tipo que tenía lo que ni siquiera sabía que existía en otro ser humano.
Me vi sintiendo un aleteo en mi corazón diferente. Como un eco que se movía por mi pecho y alcanzaba mi cerebro, pregonando el inicio de un sentimiento que no era permitido para nosotros.
No necesité años, días, semanas, sino horas para enamorarme de él. De su sonrisa despreocupada, de su lengua suelta, de la ferocidad para proteger lo que quería. De su amor por la vida y su modo de encarar las cosas malas. Me enamoré de sus tatuajes, de sus pensamientos, de su voz. Del ceño fruncido y sus líneas de expresión. Me enamoré de su madurez, de la sabiduría detrás de sus ojos. Me enamoré de su alma mitad adolescente y mitad adulta. Me enamoré de Aser como jamás creí posible.
Y no fue una cosa lenta. Sino un pum. De pronto, de la nada. En un parpadeo me contaba de él y al siguiente ya mi corazón se balanceaba al ritmo del suyo.
Todas las veces que lo hice con otras personas sentía que faltaba algo. Como si el sexo necesitara de pasos y me estaba saltando el más importante. Jamás creí que era el amor. Eso también lo descubrí en él.
Fue en la cama, no había nada de especial en eso. Sin embargo, me quitó la ropa con paciencia. Pero lo diferente fue su mirada; Aser tenía un brillo hermoso en los ojos. Me capturó en ese azul y creo que ese día secuestró mi alma. Sentí que arrancó algo de mí, de lo profundo de mi ser. Nunca después de ese día me sentí completa otra vez.
Me besó con ternura. Con la misma paciencia con la que me quitó la ropa. Y me penetró suave, con delicadeza, como si no quisiera dañar el instante con embestidas furiosas y bruscas. Fue todo tan pausado, calmado, que me vi anhelando nunca acabar. Esta sensación era mejor que el sexo caliente, que el desesperado, que el desahogo que veníamos practicando. No tuve que imaginar a nadie mirándome en la oscuridad. Ni tocarme, tampoco pensar en cosas sucias, sólo me bastó sentirlo. En cómo la energía pasaba de la yema de su dedo a mi piel y regresaba a él con mayor intensidad. En el aleteo errático de mi corazón y cómo no dolía, sino que se sentía correcto, como si palpitar de esa manera era lo más normal del mundo.
Aser me hizo el amor. Lo sé porque lo vi en sus ojos también. Se había enamorado de mí. No quería saber si más o menos que con Sophie, pero sí estaba enamorado.
Y como venía sucediendo con él, no se midió ni lo ocultó. Lo dejó en claro desde la primera mirada que me dio cuando me acostó en esa cama, diciendo:
—Este es mi regalo para ti, Meg. Atesóralo, porque no lo doy a muchas personas.
Creí que era la manera en que me amaba. Pero descubrí que no necesitaba de explicaciones para entender a Aser: me hablaba de su corazón. Me estaba regalando su corazón. Allí, en bandeja de plata. Sin asco, sin miedo, sin dudas.
No entendía cómo podía ser así después de lo que había sufrido. De lo que pasó con Sophie. Le tuve envidia a su capacidad de entregarse sin pensar que nuestros días estaban contados.
Precisamente por eso, porque nuestros días eran un conteo regresivo, también le entregué mi corazón. Sólo que yo no lo demostré, al menos, no con palabras. Mi cuerpo respondió a Aser y mi alma ya no estaba en mi interior. Pero cerré los ojos para no ahogarme en él. En su pedido silencioso de no correr. Le cerré la puerta a la posibilidad de quedarme. Quizá porque muy en el fondo tenía la certeza de que no duraría.
Entendí lo que dijo mi mamá: las cosas bonitas se aprecian para cuando todo se pone feo.
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