Recuerdos de Otoño- Capítulo 5

Nayla

    Los días aquí pasan muy rápido, tanto que cuando llega el día de regresar a casa siento que no fue suficiente. Ayer fui con mi padre a la constructora y sus amigos corrieron a saludarme.

    Hace mucho tiempo que no iba, dos años para ser precisa, pues las columnas a penas sostenían las paredes y papá decidió traerme cuando estuviese mejorada.

   Cuando era pequeña, Tom y Ever —sus amigos—, solían traerme cuadernos en blanco para que yo dibujara y luego se los entregaban a sus hijos para que ellos le diesen color. Para mí era un orgullo hacerlo y me pregunto si aún conservan mi arte infantil.

    Mañana regreso a casa, y aunque extraño un poquito a mi madre, no quisiera volver, al menos por unos días más. Papá quiere que pase solo tres días a la semana aquí, supone que privandome de venir me está haciendo bien. Pero ya no soy aquella niña de 14 años que temía pisar este pueblo, mi mente ha madurado y mi corazón también.

━━━━━━━༺༻━━━━━━━

    Con mis cosas listas, salgo rumbo a la sala para despedirme de mi padre y de Brenda. Pero al llegar alguien más los acompaña: Ethan.

   —¿Lista para irte?

   —Lista.

    —Te he preparado unos dulces para el viaje, mira, son de durazno.

    —Muchas gracias Brenda.

    —Y yo te acompañaré a la terminal… si quieres —dice Ethan y miro instintivamente a mi padre. Este me sonríe y asiente.

    —Claro, gracias —contesto y me dirijo a besarlos.

   —Cuídate mucho mi niña.

    —Sí papi, siempre lo hago.

    —Si alguien se insinúa grita y usa tu spray de pimienta.

    —Espero no tener que usarlo —le digo y la peliroja sonríe.

    Camino a la terminal, y a pasos lentos, Ethan y yo no paramos de hablar. Me ha contado que su padre es un buen hombre, y que en estos últimos cinco años ha sido incondicional. También me ha dicho que está terminando el cuarto año de universidad, será ingeniero, como su papá.

    Por otra parte está su madre, quien vive aquí, frente a la casa de papá. Ella es una mujer muy poco atenta, bueno, al menos siempre lo ha sido con Et. Que él se haya marchado no significó nada para esa mujer, sí, así la menciono despectivamente, porque nunca ha hecho acción alguna que la halague.

    La humedad de mi pueblo llega a ser desesperante. Llegar a casa con los zapatos salpicados de lodo no me hace mucha gracia, pero admito que este ambiente me hace muy bien.

    Mi madre, como siempre, me deja galletas con chispas de chocolate en la lacena y maizena saborizada en mi termo tamaño mediano.
Desde pequeña he vivido sumergida en mi zona de confort, en la «típica» y «monótona» realidad que habita entre las calles de mi pueblo natal.

    En primavera, suelen visitarnos mis tías del norte, quienes al recibirme no tardan en preguntar: ¿Algún chico que presentarnos?
Y mi respuesta de siempre es: No tías, aún no llega.

    No busco al «indicado», o al «chico perfecto». Solo quiero a alguien que me entienda, así como yo sería capaz de entenderlo a él; que al mirarme sobren las palabras y que nuestro silencio se limite a un beso.

    Que no compartamos los mismos gustos dando paso a conocer cosas nuevas; que odie mi bebida favorita y que yo sea alérgica a los postres que tanto disfruta; que esos motivos nos hagan pelear tontamente y que al final sonriamos juntos; que en público me quiera y en la intimidad me ame; que sepa hacer los momentos únicos y  que lo nuestro supere el más grande tormento.

«Un poco excesivo». Mamá dice que lo bueno tarda en llegar, y que lo que no se planifica se disfruta el doble cuando ocurre.

   Cuando pienso en esas cualidades, las que estúpidamente mi mente exige, me pregunto cómo será él, si su personalidad encaja perfectamente con lo que imagino y si yo tendría alguna posibilidad de ser parte de su burbuja.

    No es tan complicado, yo sé esperar, y, mientras el tiempo pasa, mi mundo gira en torno a la mirada oscura que reposa en la banca de enfrente…

━━━━━━━༺༻━━━━━━━

    Sábado, domingo y lunes pasan rápido. Entre ayudar a mi madre en la tienda, visitar a Camila —mi amiga—, y pasar de vez en cuando por la casa de Flor para saber de su salud, se me hicieron extra cortos. Y eso, es todo lo que he deseado; días rápidos equivale a martes cercano.

    En la noche me encuentro recostada sobre mi cama escuchando «If you wanted if too» de Jake Scott. Él, y James Bay son unas de mis personas favoritas en el mundo.

    Murmuro la canción y luego la siguiente. Lo hago con las próximas mientras imagino cosas lindas en mi mente, y la paz se destruye con el rostro de mi madre que se asoma por la puerta. Por cosas como esta debería poner un cartel que diga: ¡No molestar! Hora de pensar bonito. (Con muchos colores y brillantina para que la idea sea más clara).

    —¿Puedo pasar?

    —Claro mamá, y ya estás dentro.

    —Cierto… quería hablar contigo sobre algo. —Se acerca a mi cama y se sienta a mi lado.

    —Muy bien ¿de qué?

    —Sabes que desde que tu padre y yo nos separamos…

    —Tú lo dejaste, y me trajiste para acá mamá, cabe aclarar —la interrumpo y responde con un gesto de afirmación.

    —En efecto… A lo que quiero llegar, es que desde que nos separamos me he dedicado a cuidarte, a trabajar sin descanso para que no te falte nada…

    —Y mi padre te ayuda económicamente sin falta, sin contar con la mesada adicional que te regala cada dos meses —agrego y vuelve a asentir.

    —Lo sé cariño, y le agradezco muchísimo. No me ataques más, soy tu madre aunque a veces pareces olvidarlo.

    —No mamá, no digas eso… disculpa —me disculpo por lo bajo y la animo a continuar.

    —De acuerdo, en cuestión, estoy conociendo a alguien.

    —¿Eh? —suelto sorprendida y su rostro se tensa.

    —Eso, que quiero darme otra oportunidad —dice ella y ladea sus labios en una delicada sonrisa.

    —¡Mamá eso es estupendo! Pensé que no lo harías nunca.

    —Yo también. Pero es un hombre tan… Ya quiero que lo conozcas.

    —Cuando quieras, estaré encantada de conocerlo —respondo y me lanzo sobre ella. La abrazo con alegría y ella responde de inmediato.

    Mamá es una mujer hermosa y bastante reservada a sus 38 años. Tiene unos cristalinos ojos color avellana y un cabello negro cortado hasta la altura de sus hombros. Es delgada, pero eso no opaca el cuerpo esbelto que la acompaña. Seguir con su vida es algo que le he sugerido durante años pero siempre se negaba. Y ahora, por fin, ha decidido dar el paso.

    —¿Y cómo se llama?

    —Garren.

    —Mmm lindo nombre —digo y le guiño un ojo—, ¿Y cómo lo conociste? ¿Qué edad tiene? ¡Quiero detalles!

   —Una a la vez —inquiere y se dispone a contarme todo.

    Garren Myers, de 44 años, vive en Harston, a unos siete kilómetros de aquí, trabaja como director ejecutivo de una pequeña empresa industrial, es viudo y tiene un hijo y una hija —gemelos y de veintidós años—, que no viven con él. Se conocieron en la tienda de mi madre hace un par de semanas y desde entonces han estado planeando citas llevadas a cabo los días que visito a mi padre.

    «¡Par de calculadores!». Hablo para mis adentros y comienzo a reír. No entiendo el motivo de esconderse, por mí no hay problema, lo importante es la felicidad de quién me ha dado la vida.

    Después de la charla nos despedimos como cada noche de plática y me acurruco entre las sábanas. Mañana vuelvo a casa de papá, y, por supuesto, podré ver al misterioso chico que invade mi mente antes de ir a dormir. Bueno, eso ocurría hasta hace una semana, antes de volver a ver a Ethan. Ahora mis pensamientos se dividen en ambos, y eso no es algo del todo agradable, más bien confuso.

━━━━━━━༺༻━━━━━━━

    Me pongo el blazer oscuro sobre mi suéter azul y amarro mis botas altas cubriéndo la parte baja de mis jeans ajustados. Con mis guantes puestos agarro el paraguas y salgo a la calle. Mi madre me despide con un beso en la salida y continúo mi camino.

    Afortunadamente hoy no llueve, al menos no en este instante, pero el cielo mantiene su color grisáceo y el frío golpea mis pestañas con su rocío mañanero.

    Al llegar a la cafetería de Flor limpio mis pies en la alfombra —como siempre—, y paso a saludar al Sr. Bob.

    —Buen día Bob.

    —¡Oh, buen día preciosa! ¿Me acompañas hoy? —me invita y acepto.
Tomo asiento frente a él y a mi derecha observo a Alex sirviendo un café a una señora.

    —¿Has visto las noticias? Esta semana el aumento de contagiados ha sido exagerado.

—¡Dios Santo! Cada día empeora más el país.


   Esta temporada del año ha sido horrorosa, nos ha tocado un 2019 cargado de desgracias. No solo yo, todo mundo se ha acostumbrado a la mascarilla, y aunque el número de contagios por Covid-19 disminuyó el mes pasado y las cosas parecieron volver a la normalidad, en este se ha ido a pique. Tanto así que se retomaron las medidas de seguridad como el nasobuco, el distanciamiento social y otras de control no tan extremos.

     —No solo el país, cada Continente lucha contra esto. Dios tenga piedad de nosotros.

    —¡Amén! —concuerdo.

    —Buen día Nayla, ya vengo con tu desayuno. —Interviene Alex.

    —¡Espera! Me dijo mi madre que Flor se ha recuperado del todo ¿cierto?

    —Sí, gracias a Dios las secuelas han sido minúsculas. Agradecer a los médicos y a quienes nos ayudaron desde lejos…

    —Así es. Deseo volver a verla por aquí —pronuncio añorando el trato maravilloso que ofrecía a sus clientes.

    —Todos deseamos eso, salúdala de mi parte —dice Bob.

    —Por supuesto —asiente Alex y se retira al mostrador.

     Cuando termino mi desayuno me pongo la mascarilla, rocojo mis cosas y salgo rumbo a la terminal.
Cada vez estoy más cerca y el resultado es que mis piernas tiemblen sin control alguno. Intento añadir un poco de autocontrol a mi mente y poco a poco lo consigo.

    La morena de la recepción me entrega mi boleto y verificando la hora continúo hasta el salón de espera. Hoy hay menos personas, pero eso no impide que, como suelo hacer, siga mi camino hasta afuera, donde mi banca me espera solitaria.

    Tomo asiento y miro a mi alrededor, todo en silencio y vacío a excepción de mí. Saco mis audífonos y reproduzco «Naked» de Jake Scott. Muevo mi cabeza siguiendo la melodía y mis ojos se cierran.

     Me quedo así durante unos dos minutos, hasta que resuena otra canción y mis ojos vuelven a abrirse. Al hacerlo, me encuentro con la mirada que idolatro en mis sueños.

    Él está sentado con un libro en sus manos mientras me observa atento. Supongo que deduciendo el porqué de mis ojos cerrados o… la verdad no tengo idea de que mira.

«¿Qué hago? ¿Levanto mi mano como saludo o evito su mirada?». Y al tiempo que debato mi reacción él, actúa primero, pero no de la forma que quería.

    Su rostro se fija en las páginas de su libro e ignora mi presencia hasta que su tren corta mi punto de vista y desaparece en su interior…

SEGUIR LEYENDO…

Loading


Deja un comentario

error: Contenido protegido
A %d blogueros les gusta esto: