Amador García Condujo por la ciudad sin precaución alguna, lo único que deseaba era llegar cuanto antes al hospital, se pasó un par de semáforos en rojo y maniobro por calles estrechas, solo para cortar camino.
Media hora más tarde, presuroso, nervioso y desesperado, se dirige a sala de emergencia, donde pide información sobre su hijo. Uno de los médicos encargados habla con él de la manera más sincera posible.
—Señor García, debo ser completamente honesto con usted. El estado de su hijo es crítico, sufrió múltiples fracturas y un infarto antes de llegar aquí. En estos momentos está en sala de operaciones. No quiero darle falsas esperanzas, en su estado, sería un milagro si sobrevive a la intervención y si lo hace, tendremos que esperar su evolución las primeras 24 horas. Solo queda encomendarse a Dios; porque nosotros aremos todo lo que esté en nuestras manos.
—Entiendo, doctor.
—Le recomiendo que vaya a sala de espera, la operación durará unas horas.
—¿Hay algún problema si espero por aquí?
—Ninguno, pero la espera se hará más larga.
—No importa.
—Como guste— el médico se retira.
Camina desconsolado hasta una de las sillas en el pasillo para sentarse y con manos temblorosas saca de su billetera la foto de su amada Natalia Mulder Yurica, su adorada Naty. La lleva hasta sus labios para dejarle un beso antes de mirarla con detenimiento.
Lleva la vista hasta la sala de operaciones y suspira llorando por el momento tan doloroso que atraviesa su hijo. En ese momento luchaba por su vida o quizás solo se dejaba morir por su causa, tantas mentiras que tuvo que tejer durante toda su vida para ocultarle un daño mayor, no dieron buenos resultados. Al final fue el distanciamiento el gran regalo, no era lo que buscaba, pero si dejaba de hacerle preguntas, bien valía la pena. Y tras el enfrentamiento en su departamento, ni siquiera quiso contestarle las llamadas y él tampoco insistió en buscarlo, creyó prudente un tiempo a solas y en ese instante moría de remordimiento. Por no haber estado ahí cuando lo necesitaba.
—¡Hijo mío! Perdóname por callar este doloroso pasado. Nunca quise que llegara este momento, tenía miedo de perderte, y en estos momentos no sirve de nada hablarle al vacío. Lamento tanto no haber confiado en tu madurez. Tú no eras el que necesita tiempo para tolerar la verdad, era yo el que nunca estuvo preparado para confiártelo. Creí que como yo, también te dolería, intenté alejarte de cualquier manera posible de esa pena. Sin darme cuenta de que es imposible escapar del destino.
No puedes morir, hijo mío, lucha ¡Por favor! ¡Sigue luchando! No puedes irte ahora que tu hija te necesita. ¡Sí! Tienes una hija hermosa con Daniela. Ella ahora está en las mismas condiciones que tú, debes luchar para buscar a tu hija.
Deja correr sus lágrimas, que al instante limpia, para ponerse la coraza inquebrantable de frialdad. En eso ve llegar al detective Gael, acercarse.
—Señor, García. Siento mucho lo sucedido.
—Sus palabras no me sirven de consuelo, si hubiese hecho bien su trabajo esto no estuviese pasando.
—Entiendo su dolor…
—¡No, no lo entiende! Usted no está a punto de perder un hijo por culpa de una desquiciada maldita que ahora arde en el infierno.
—¡Claro que lo sé! Yo perdí a mi hijo de doce años a manos de su propia madre. Una vez estuve en su lugar, me sentí igual de impotente y lo único que esperaba, era escuchar a un policía decir, que lo sentía. Quería que alguien me dijera, que no me culpara, que mi esposa no estaba en sus cinco sentidos cuando degolló a mi pequeño. Quería sentir menos culpa, pero no fue así.
Esa revelación hizo que Amador disminuya su enfado y lo mire de manera empática.
—No sabía que…
—No se preocupe, el pasado duele menos cuando te dejas de culpar por lo que no hiciste y te enfocas en lo bueno que le diste.
Por unos segundos el silencio los rodea. El detective ha llegado en el peor momento.
—¿Qué es lo que busca aquí, detective? —refiere, fijando la mirada en esos ojos verdes rudos.
—Descubrimos que antes del accidente, Amber secuestró a su hijo.
—Era de esperarse.
—Tenemos un testigo sobre el hecho.
—¿De qué me sirve saberlo ahora? Mi hijo se está muriendo, quizás no sobreviva a las operaciones, lo que haya pasado antes ya no importa, porque esa mujer está muerta. No puede ir a la cárcel y aunque existiese esa posibilidad, no lo recuperaré.
—Creí que querría saber cómo ocurrieron los hechos.
—No me interesa. Solo diré que ella me tenía en sus manos y no puede hacer nada. Y ustedes, solo archivaron el caso, porque no volví a denunciar. Fuera de eso, no tengo nada en mi cabeza que pueda servirle para llegar a alguien más tras ella y si trabajaba sola, pues su caso, al fin, está cerrado.
El detective se retira y lo deja solo. Amador lleva sus manos a la cabeza y deja correr sus lágrimas por varios minutos. Ahí, sentado en la soledad del pasillo, siente cómo el dolor más grande le estruja el corazón. Las horas pasan y él sigue inmóvil, orándole a Dios y esperando un milagro.
Los minutos siguen corriendo y no sabe qué hacer. En eso siente que alguien se acerca, limpia sus lágrimas de inmediato y levanta la mirada. Era Paola, la mujer se veía llorosa y muy triste, no tenía que preguntarle cómo se sentía, pues, sabía que era amiga de Amber.
—Hola, Amador— dice sentándose a su lado— ¿Cómo sigue Leonardo?
—No tengo idea. Y mentiría si digo que saldrá con vida de esa maldita sala de operaciones, porque ni los propios médicos me dan esperanzas.
—Lamento tanto lo ocurrido. No creí que Amber fuese capaz de tanto.
—Pues lo fue, secuestro a mi hijo, buscando asesinarlo.
—A menos tendrá otra oportunidad para vivir.
—No se le puede llamar vida el estar condenado a una silla de ruedas o a una cama el resto de sus días, porque será lo que le espere si no muere en esa sala. Y el último recuerdo que de él tengo, son esas horribles imágenes de los noticieros.
—Amber, está irreconocible.
—Disculpa lo que voy a decirte, Paola. Pero no quiero saber nada de esa mujer. Ya suficiente daño le ha hecho a mi familia, como para seguir escuchando de ella después de muerta. Y sé que debo sonar muy cruel con ello, pero… lo siento… ya lo dije.
—No se preocupe, yo mejor que nadie sé lo que hizo y si estoy aquí es para darle esto —saca de su bolsillo un micro usb y se lo entrega —. Contiene todo lo que ella tenía sobre usted, ¡tómelo! Y borre el ayer para siempre.
Lo deja en sus manos y girando se aleja. Amador contempla esa escena en cámara lenta, no sabe qué decir o que esperar. Pero lo que tiene claro, es que para continuar en el camino correcto debe perdonar.
—¡Paola, espera! —deja su lugar para seguirla —¿Me aceptarías un café?
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