RILEY
La primera vez que estuve a solas con una mujer en plan sexual, fue como hacer un poema a mi torpeza e inmadurez emocional. Se revolvían cosas en mi interior que jamás había sentido. Sabía que después de ese día, ya nada sería igual y no me importaba. Por primera vez me sentía querido y valioso para alguien. Alguien que no estaba ligado a mi infierno personal.
Poco a poco me convertí en una exégesis de mí mismo con la suficiente experiencia sexual, como para no titubear o temer al ridículo por mi nula sabiduría. Una chica cada semana hablaba de mi reputación y eso parecía que las atraía. Me sentía orgulloso de ello, no lo niego. No iban conmigo las relaciones de pareja melosas y cursis. Eso no era para mí.
Gozaba del placer que me proporcionaban cada uno de los cuerpos que tomaba.
Siempre satisfacía la necesidad, pero nunca me pregunté qué podía llegar a sentir más allá de eso. Me parecía una tontería propia de soñadores y blandengues. Yo no era uno de ellos y me negaba a serlo.
Así me resultaba más fácil.
La fachada de chico rudo y sin sentimientos que me había auto fabricado, lo maquillaba todo.
Cuando conocí a la Fierecilla, mi primer pensamiento fue: «Vaya, una más». Estaba decidido a que esa noche fuera la siguiente en mi cama pero, bendita sea la hipster por interponerse en mis planes. Creo que si ella no me lo hubiese advertido, las cosas no serían como son ahora. De alguna u otra manera habría conseguido que acabase como yo la imaginaba y después… Vergüenza me da pensarlo.
Su rostro cuando me vio salir de la ducha la primera noche, lo dijo todo. Me observaba como un pequeño a un caramelo y yo fui consciente de ello, era la típica manera de mirar de quienes se sienten seducidos por la tentación.
Su boca estaba abierta, húmeda y temblorosa. Mentiría si dijera que no me puso, era una olla express bajo la toalla que me cubría. Luego la escuché nombrar al idiota Lawson mientras dormía y lo comprendí todo. Ella era diferente, distinta a todas aquellas con las que me revolcaba.
Desde entonces me sentí atraído, mas nunca pensé que terminaría así, tan enamorado y dispuesto a contarle todo sobre mí.
Cierro los ojos y me deshago de cualquier pensamiento que aleje mi atención de ella. Vuelvo a abrirlos y me consagro a apreciar desde mi posición, su cuerpo a horcajadas sobre mis caderas.
Las manos le tiemblan y su respiración parece entre cortada. Es como si tomara aire poco a poco, pausando cuando cree que necesita valor para terminar la pelea con los botones de su blusa.
Acaba con ellos e inhala profundo, a punto de abrirse la prenda y mostrar su pecho.
Sé que es su primera vez y no quiero que se vea forzada a hacerlo sólo porque dejé al descubierto mi vulnerabilidad, así que la freno poniendo mis manos en sus muñecas.
— No tienes por qué hacerlo si no estás segura — musito. Sin embargo, hace caso omiso a mis palabras.
Quita sus manos de la prenda llevándose consigo las mías.
Entiendo la indirecta, así que la suelto y sonríe como ella solo sabe hacerlo, apoderándose de la prenda nuevamente. Paso saliva al percatarme del listón blanco que sobresale en el interior, el movimiento ha causado que se abra exhibiendo un poco de lo que a nadie, absolutamente a nadie ha revelado.
Me hormiguean los dedos.
Quisiera ser yo quien la ayude a quitarse la ropa. Quisiera ser yo quien lleve el control de la situación, pero no me atrevo. Muero por tocarla. Sin embargo, debo tener paciencia. Todo será a su justo y debido tiempo.
Una revolución está teniendo lugar ahí abajo, sin contar con que tenerla tan cerca y sobre mí aumenta la presión. Presión que me provoca sentir la ropa interior a reventar.
Sus ojos me atraviesan.
— ¿Quieres…? ¿Quieres hacerlo tú?
Me lee el pensamiento.
Asiento levemente y con tranquilidad, ocultando la prisa por tenerla entre mis brazos.
Abandona su lugar y aún lleva zapatos. No obstante, se deshace de ellos con dos ligeras patadas al aire y éstos van a dar al linóleo. Con un esfuerzo extra, incorporo mi adolorida anatomía a punto de ebullición, atisbando cómo se arrodilla. Está tan cerca, que no tengo que afanarme demasiado para alcanzarla.
Deslizo la gruesa tela por sobre sus hombros y su piel se aprecia tersa, suave, pura. Se muerde ligeramente el labio inferior, al tiempo que la blusa va a parar justo a donde los zapatos.
— Eres… tan hermosa — declaro.
Sonríe con timidez.
No tengo nada más en la cabeza que esto. Su cuerpo, mi cuerpo y lo que estamos por hacer.
También me arrodillo.
Titubeo un poco antes de tocarla, no quiero que piense que hacerla mía es mi única intención. Preciso que se sienta cómoda, amada y sobre todo, protegida. Quiero que disfrute. Que su primera experiencia sea realmente lo que ella espera y que la recuerde todos los días de su vida como algo maravilloso.
Le acaricio los hombros y cuando llego hasta el tirante del sujetador, engancho el índice haciéndolo descender. Planto un camino de besos, ascendiendo por su cuello hasta el lóbulo de su oreja. Se le erizan los poros y sé que voy por buen camino.
Repito la operación con el tirante restante, volviendo a besar la piel de esa zona.
Me apropio de su boca con la mía y gime. Está ansiosa, igual que yo, mientras mi lengua danza al ritmo de la suya adueñándome del botón de sus vaqueros y enseguida del cierre. Dejo de besarla el tiempo suficiente como para quedar hipnotizado.
Vuelvo a pasar saliva y casi me atraganto pues al bajarle los pantalones, el encaje de las bragas revela un poco de lo que hay bajo ellas.
Aprisiono otra vez su boca atrayéndola hacia mí, hasta que está sobre la almohada.
No puedo más.
Libero una batalla interior con mis instintos de hombre y con ese instinto de protección, que de buenas a primeras he desarrollado. Si cedo a los primeros, terminaré lastimándola y…
«Ella no es como las otras». Me recuerdo a mí mismo, aplacando el deseo de tomarla ya.
Patalea para deshacerse ahora del resto de los jeans amontonados en sus tobillos y, cuando lo logra, estos caen en cámara lenta por la orilla del colchón. Estrecho su cuerpo contra el mío anhelando sentirla cerca, mucho más cerca aún.
Ahora es cuando me enfrento a mis temores.
No pretendo compararla pero, Miranda es como una figura de cristal, delicada y ostentosa a la vez, capaz de romperse en un descuido. Con las otras, no tenía que actuar tan cuidadoso. Hacía con ellas lo que quería y como quería. Eran un objeto más que mi brusquedad maleaba.
Inhalo y exhalo un par de veces para controlarme y no terminar por arrancarle la ropa a tirones.
Con serenidad, me aventuro a quitarle el sujetador. Esos escasos centímetros de tela que se me antojan como una barrera entre su piel y la mía. Como un enemigo que impide que pueda sentirla completamente.
— Tócame — suplica, cuando se ve libre del minúsculo enser.
Mis ojos se abren, enormes ante su imagen.
«¡Dios!” “Es tan sexy».
Hago lo que me dice sintiendo sus senos con la palma de mi mano, turgentes y finos. Toda ella es exquisita.
Gime otra vez.
Exploro terreno nunca habitado. Me agrada pensar en que he sido el único que la ha tocado, el único que la ha visto desnuda y el único a punto de formar un hogar dentro de ella. La idea se anida en mi cabeza justo al descender por su pecho succionando, besando y rozando con mi lengua cada centímetro de su dermis, parando en su abdomen.
— Aún es tiempo, Fierecilla — vuelvo a decir —. Si quieres arrepentirte… — ¡Cielos! Ya que la he sentido así, tan susceptible; no creo ser tan fuerte como para dar marcha atrás —, yo sabré esperar hasta que estés preparada.
Suspira y agrega con seguridad: — Estoy segura. Quiero esto, Riley. Te quiero a ti.
El estómago se me llena de mariposas.
Esta chica tan perfecta quiere que yo sea el primero pero, no necesito ser el primero tanto como poder ser el último.
Recupero un poco de la agilidad que siempre me ha caracterizado. El escucharla decir eso me ha devuelto la seguridad y haré todo lo posible, por llevarla al cielo. Mis manos contra atacan quitándole la última prenda que lleva puesta, bajándola lentamente por sus muslos.
Ya está lista.
Regreso hasta ella después de marcar con mis labios sus torneadas piernas.
— Te amo. No sabes cuánto — señalo, recostándome a su lado y acariciándole la mejilla con el pulgar, al mismo tiempo que aspiro el aroma del perfume en su clavícula.
— Lo sé — afirma, asintiendo —. Y yo te amo a ti.
Muchos besos y caricias más tarde, abro el cajón superior de una de las mesitas de noche sacando un pequeño envoltorio plateado.
No puedo perder la cordura en un momento como éste. Seré un cabrón lujurioso, pero un irresponsable, no.
Rasgo el papel con las uñas sacando el aro de látex y colocándolo en su sitio. Su boca se abre un poco más ante mi desnudez y me sorprendo encantado con el gesto inocente.
— ¿Sabes…, lo que viene ahora?— cuestiono. No sé cómo preguntarle si tiene idea de lo que va a sentir y, eso es lo primero que se me ha cruzado por la mente.
— Sí — responde —. No estoy muy segura, pero he escuchado de boca de algunas chicas de la universidad que puede ser algo molesto y doloroso — enuncia y río con solo pensarla escuchando conversaciones sobre un tema que desconoce.
Se le dilatan las pupilas cuando le trazo sinuosas caricias en los muslos. Mis labios asaltan a los suyos con besos apremiantes y enreda los dedos a mis cabellos, tirando de ellos para aproximarme más.
— Vamos. ¿Qué esperas? — Formula. Su urgencia es tan fuerte como la mía — ¿Por qué te lo piensas tanto?
— Porque no quiero lastimarte. Porque soy un bruto con esto y porque nunca he estado con una chica como tú.
El rostro se le ensombrece.
No tengo derecho a ensuciar este episodio tan importante en nuestras vidas, con la inmundicia de mis relaciones anteriores. Si es que así se les puede llamar. Por eso es que me obligo a callar antes de que todo acabe de mala manera.
Desvía su mirar a una dirección distinta y se muerde los carrillos.
— ¡Hey! No quise decir eso — declaro, usando el pulgar para animarla a observarme.
Exhala.
— Sé lo que quisiste decir. Riley, no soy de papel — anuncia, sin soltar mi cabello —. Soy de carne y hueso. No me voy a romper.
Es lo último que dice antes de hacer lo suyo, con sus labios en mi cuello. Eso basta para terminar de acelerarme, poniéndole fin a la espera.
— Prométeme que si llego a lastimarte, me lo harás saber — pido, llegando al límite de la impaciencia.
— Lo prometo — acepta, buscando luego mi boca.
Puedo sentirle vibrar. Anhelo llegar a todos los rincones de su escultural figura, pero solo me concentro en un punto. En ese punto que destaca en su simetría y que convertiré en mi cómplice, durante la tarea de hacerle disfrutar y llegar a la cúspide.
Los jadeos se hacen más intensos y sé que ha llegado el momento preciso.
— Dime que estás bien — pido, al encontrar a ciegas el espacio en el que debe darse la aleación y percibiendo cómo cierra los ojos con fuerza, en una réplica a la invasión.
«¡Jesús!»
— Lo estoy — dice, aferrándose a mi cuello con ímpetu —. Ahora… por… favor…, no te detengas.
¿Detenerme?
No podría ni aunque quisiera.
La sensación es tan deliciosa, que me inunda en adrenalina y regocijo.
Su cuerpo tiembla, tibio y conmocionado. Soy capaz de sentir su corazón latiendo acelerado junto a mi pecho, en comunicación con el mío. Somos como dos engranes ensamblando a la perfección, acoplados en un mismo movimiento.
Es la primera vez que le entrega todo su ser a un hombre y me alegra haber sido yo el elegido, pues también es la primera vez que mi ser se une a otro por amor. Un amor tan grande y tan inmenso, que ni en mis mejores sueños esperé sentir.
Todo mi organismo se tensa a la par que el suyo y una lágrima le humedece las mejillas, a la par que oleadas de miedo me avasallan. Un miedo indescriptible que amenaza con desintegrarlo todo.
— Fierecilla, ¿estás bien? ¿Te he hecho daño? — deseo saber, con preocupación evidente.
— ¿Qué fue eso? — Esa pregunta es suficiente para acabar con toda la negatividad — Fue como recibir una descarga eléctrica — agrega, con las uñas clavadas en mi espalda y la respiración un tanto frenética.
No puedo evitar preguntarme cómo fue Jason tan estúpido para engañarla. Es un ser celestial vuelto mujer, digno de ser esperado todo el tiempo que le plazca. Soy incapaz de creer lo que ha ocurrido, no consigo aceptar el ser merecedor de tanta felicidad junta.
Ahora Miranda es mía y yo soy suyo…, para siempre.
***
— Tengo una duda — pronuncia, a mi costado.
Después de lo ocurrido, de retirar las pruebas de su entrega de mi cama y de colocar unas sábanas limpias, la sensación de avidez acomete contra los dos. Los cup cakes que estaban intactos junto a la pequeña lámpara sobre el buró, desaparecen dejando solo el polvoriento rastro de su efímera existencia dentro de la charola de plástico.
Ahora solo permanecemos recostados. Su cabeza descansa sobre mi pecho a la vez que le acaricio la espalda desnuda.
Todavía no me repongo de las emociones encontradas que mi interior guardaba mientras le hacía el amor. Era como estar en medio de dos corrientes de aire que se peleaban entre ellas por fluir hacia su debido destino y, sonrío al preguntarme si será capaz de escuchar el golpeteo enloquecido de mi corazón.
— ¿Iba en serio eso de que no te interesa correr contra Darnell? — su pregunta me toma por sorpresa.
Si la oportunidad se me hubiese presentado hace un mes, no me habría negado. Ahora que la tengo a ella, las cosas han cambiado.
— ¿Recuerdas la pregunta que me hiciste en nuestra primera cita, cuando hablábamos sobre nuestros gustos y pasatiempos?
— Sí. Pregunté si no te daba miedo jugarte la vida en cada encuentro — recuerda, pasando sus cálidos dedos por mi abdomen.
Sabía que la memoria no le fallaría.
— Bueno, en ese momento no lo tenía — anuncio, volviendo a ese instante en la barra del RED HELL.
— No comprendo — revela y yo, siento cómo sus miembros superiores se tornan rígidos bajo mi brazo.
Suspiro.
— Estaba solo, Fierecilla — explico —. No contaba con nadie que esperara mi regreso después de cada carrera. Mis lazos más fuertes se resumían a Kurt y a Steve. Aunque por supuesto, ellos no sufrirían mi pérdida tanto como… — me quedo mudo antes de terminar.
Con solo imaginar la magnitud de su pena, me atrapan las ganas de mandar toda esta mierda que me rodea al demonio.
— Como yo — remata, reafirmando y respaldando mi concepción.
Me abraza con fuerza.
— Desearía poder ofrecerte algo digno y olvidarme de todo esto. Ayer ni siquiera pude concentrarme en ganar. Lo único en lo que pensaba era en estar a tu lado, en que no quiero que nadie de éste ambiente se te acerque. Y con la presencia del imbécil de Darnell… — acorto, dejando la frase a medias —. Ese tipo es un asco. No lo quiero ni a una milla de distancia de ti.
No dice nada. Eso me da la pauta para creer que está de acuerdo conmigo.
— Conozco esa sensación — dice, de repente —. Esta mañana, cuando Cinthia me llamó para contarme lo que había pasado, quise correr a verte. Me mata la idea de que algo malo te pase — sentencia, plantando tiernos besos en la piel de mi pecho —. Por cierto, Cinthia y yo tenemos una teoría sobre eso.
Frunzo el ceño.
— ¿Cuál?
— Aunque él lo niegue, ambas creemos que Jason tuvo algo que ver con lo de la golpiza que recibiste.
Jason Lawson tiene los motivos suficientes como para querer acabar conmigo. Sin embargo, no estoy muy seguro de que él esté inmiscuido en semejante acto de cobardía.
¿O sí?
— Ya no hablemos de eso. Ten por seguro que al final averiguaré la verdad — afirmo —. Esa siempre llega.
+++
Salgo de mi recámara con ayuda de las paredes y de los muebles que quedan a mi paso.
Después de que Miranda se va me percibo aburrido, harto de la cama y de la soledad de mi habitación. Le he dado mil vueltas a nuestra plática llegando a una conclusión y, tendré que hablar de eso con la cabeza del negocio lo más rápido posible.
«Lo que a ti te haga feliz, a mí me hace feliz». «Te conocí con éste estilo de vida, Riley. Lo respeto». Dijo, antes de marcharse.
Sé que lo dice enserio, pero si la quiero en mi vida para siempre; tengo que ser el hombre que ella se merece.
El hombre que la protege, no el hombre que la arriesga.
Habría querido ser yo quien la llevara a su casa, pero es tan terca que se empecinó en pedirle a Steve que lo hiciera y he tenido que amenazarlo cientos de veces con cortarle los testículos si no la deja sana y salva en su casa, en tanto él ha puesto los ojos en blanco y jurado protegerla con su vida.
Me siento en el sofá de la sala, advirtiendo la salida de Kurt de su dormitorio.
— ¿Dónde está Steve? — pregunta, dirigiéndose a la cocina y abriendo después la nevera.
— Le pedí que llevara a Miranda a su casa. Tomando en cuenta que Cinthia está durmiendo, no podía dejarla irse sola.
— ¿Y qué haces levantado? — cuestiona, sacando una botella de agua y cerrando la nevera con el pie, como es su costumbre.
— Me siento mejor — aclaro, incorporándome y avanzando hasta donde está. Cuando llego ahí, me recargo con los codos sobre la encimera —. También hay algo de lo que quiero hablarte.
— ¿De la estupidez que se le ha ocurrido a Steve? — suelta sin ningún tanteo. Ahora es él quien se sienta en el sofá.
Lo encaro.
— No. No es sobre eso— sentencio. El ceño se le frunce con extrañeza y sus ojos azules me estudian, interesados.
— ¿Entonces sobre qué?
Con los dedos, hacen girar el tapa roscas de la botella.
Si alguien me hubiese dicho que el día en que diría esto llegaría, no lo habría creído. Me le hubiese burlado en la cara y luego, le hubiese demostrado lo contrario a como diera lugar.
Y aquí estoy, apunto de ser yo el motivo de burlas.
— Voy a dejar de correr.
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