MIRANDA
Detroit, Michigan. Una semana después.
— Buenos días, nana — saludo, entrando en la cocina.
Acabo de despertar, así que ni siquiera me he quitado el pijama.
— Buenos días — responde, barriendo mi atuendo con la mirada —. ¿Y esas fachas? No quiero imaginar lo que dirá tu madre si te ve paseando por la casa en esa pinta — inquiere, dedicándose de nuevo a lo que sea que estuviera haciendo cuando la interrumpí.
El olor a tocino frito, café caliente y jugo de naranja invaden la atmósfera. La rara mezcla entre ahumado, amargo y cítrico se cuela por mi olfato, sin pasar inadvertido por mi cerebro que envía la información a mis papilas gustativas.
Se me hace agua la boca.
— Nana, quisiera pedirte un favor — digo, saliendo de su espacio de trabajo para sentarme en el desayunador.
— Ya decía yo que el que estuvieras tan madrugadora era un poco raro — Exclama, inundando el espacio con sus carcajadas — Dime de qué se trata y ya veremos — advierte, sacando el tocino de la sartén con unas pinzas metálicas.
Hoy se cumple un mes desde aquella primera carrera, esa a la que me vi obligada a acompañar a Cinthia con el propósito de recuperar la dañada amistad que nos unía.
No me quejo, gracias a eso mi amiga está de regreso y he podido conocer al chico más maravilloso del mundo. La nana Cecil es una excelente repostera y una magnífica chef, de ahí que la idea de sorprender a Riley con una charola de cup cakes me parezca un buen detalle para celebrarlo.
— Bueno… —comienzo, deslizando mi índice por la encimera y dibujando pequeños círculos sin fin — me preguntaba si estarías dispuesta a prepararme unos cuantos de esos cup cakes tan deliciosos que tú haces.
Me mira sonriente, limpiándose las manos en su delantal blanco con dibujos de galletas en forma de graciosos muñecos de jengibre y después, se acerca a mí por el otro extremo de la barra, colocando sus maltratadas manos sobre las mías.
Su piel se siente áspera, rasposa y, no es otra cosa que el producto de una larga vida de esfuerzos interminables.
— ¿En una charola y con moño para regalo? — cuestiona, y a ambas nos pega la risa loca.
— ¿Eres una especie de adivina, nana? — musito, apartando las manos de las de ella para bajar de mi asiento rodeando hasta estar del otro lado del desayunador.
— No precisamente. Pero huelo el amor a millas de distancia, mi niña — sentencia —. Cuenta con ellos. ¿Alguna decoración especial?
— Se lo dejo a tu creativa imaginación — concedo, notando el vibrar del celular en los laterales de mis pantalones de franela.
El identificador de llamadas colorea de azul el nombre de Cinthia en la pantalla táctil.
— Hola, Cinth…
Ni siquiera logro saludarla como es debido, ya que sus palabras salen rápidas y atropelladas. Se nota que va manejando, pues el sonido del claxon de los autos en la calle, se impone.
— ¡Miranda, escucha! — Exige en tono imperativo y desesperado — Encontramos a Riley desmayado en el estacionamiento. Fue atacado por unos energúmenos en la calle después de que te llevara a tu casa.
Mis manos tiemblan frenéticamente al escuchar tal noticia.
¿Quién ha sido capaz de querer hacerle daño?
— ¿Qué dices? — cuestiono sin poder creerlo.
— Parece que lo tomaron por sorpresa cuando abría la cortina de acero. Nosotros llegamos durante la madrugada. Sin embargo, cuando le hemos preguntado cómo llegó hasta ahí, ha dicho que estaba tan adolorido que al no poder incorporarse, ha buscado la manera de resguardarse en el interior deslizándose por el piso. No quiere que tú lo sepas pues ya te conoce, pero creo que es mí deber avisarte — añade con sinceridad.
— ¿¡Cuántos eran!? ¿¡Los reconoció!? — insisto, la histeria provoca que ni yo misma entienda lo que digo.
— No lo sabe a ciencia cierta. Según él eran solo dos. Lo malo es que no ha logrado reconocerlos porque llevaban pasamontañas.
— ¡Maldición! — sofoco un grito, afligida — ¿Cómo está?
— Tiene el labio partido. También algunos moratones en los pómulos y el área de las costillas. Daba la impresión de que tenía fracturas. Empero, le he llevado al médico y ha dicho que no es así. Precisamente estoy por dejar al doctor de vuelta en su consultorio. ¿Quieres que pase a recogerte?
— ¡Por supuesto! ¿En cuánto tiempo?
— Dame una hora — afirma, cortando la llamada.
No entiendo qué pudo haber pasado.
La de ayer fue una noche tranquila, una noche común y corriente de un viernes en la turbulenta vida de Riley Logan. Música retumbando en los oídos, mujeres guapas y esbeltas en jumpers ceñidos a sus provocativos cuerpos. Rugidos de los potentes motores y el ambiente cargado de emoción y adrenalina en grandes descargas. Los gritos de admiración de la gente que se aglomeraba por todos lados en la avenida… Todo era conocido, salvo por su inusual nerviosismo. Nerviosismo y renuencia a dejarme sola que casi le cuestan la carrera.
Estuvo a punto de perder miles de dólares por estar al pendiente de mí. Por ese instinto protector que he despertado en él y por el cual tuvo que desviar su concentración en un momento tan importante como ese encuentro.
Furia nunca cae presa de las emocione. No obstante, yo he sido un factor para que tambaleara en la cuerda floja y, un segundo más de descuido, unos centímetros más de rezago, el resultado habría sido otro.
Una pérdida total.
— ¿Pasa algo, Miranda? — formula Cecil, arrugando el ceño y sacándome de mi ensimismamiento.
— No pasa nada, nana. Por lo menos nada que no se pueda solucionar. Saldré a casa de Riley en una hora. ¿Crees que podrías apresurar un poco esos cup cakes?
Sonrío.
— Claro que sí, mi niña. Y dile a ese muchacho que siento mucho lo que le ha sucedido.
Me quedo muda.
Esta mujer y su experiencia forman el equipo perfecto.
Me es muy difícil ocultarle las cosas.
La tomo por el cuello atrayéndola hasta mis labios, plantándole un beso de agradecimiento en la frente.
— Eres un ángel, Cecil — manifiesto, saliendo de la cocina con rumbo a mi recámara.
Tengo el tiempo suficiente para darme una ducha y arreglarme sin prisas. Necesitaré tomarme en serio lo de utilizar el regalo que mi padre me diera para mi cumpleaños. Si lo hiciera, no tendría que depender de Cinthia para trasladarme de un lugar a otro en situaciones como ésta. Lo haría a la hora y en el momento que yo quisiera.
La zozobra se mete conmigo bajo el agua caliente de la regadera, se lava los dientes, se viste y se cepilla el cabello junto a mí, hasta que el sonido estridente del zaguán abriéndose, nos interrumpe la tarea.
Miro por la ventana para saber quién ha llegado, divisando cómo mi amiga atraviesa el jardín.
Inspecciono mi imagen en el espejo pasándome los dedos por la piel sonrosada de mis mejillas, para después bajar los escalones de dos en dos topándome con ella en la sala.
— ¿Nos vamos? — dice. Aún lleva encima la ropa que usó ayer y se nota que no ha dormido ni un poco.
Un ligero remordimiento se asoma en mi sistema.
— Sí. Espérame aquí. Ahora regreso — aviso, yendo de nuevo a la cocina.
La charola con los cup cakes está sobre la encimera.
Un corazón hecho con azúcar glass coloreada de rojo adorna cada panquecito. Ya puedo imaginar a Riley poniendo los ojos en blanco por el gesto.
¿Tendrá ánimos para festejar?
— A mí me parece que tú tuviste algo que ver con eso — escucho decir a Cinthia en un susurro, mas su tono es de enojo y rotundo rencor.
— ¡¡Estás completamente loca!! — exclama alguien más, en el mismo volumen que ella.
Es Jason.
Ambos guardan silencio cuando perciben mi llegada a la sala.
— Golpearon a Riley — es lo primero que sale de mi boca cuando lo tengo frente a mí —. ¿Fuiste tú?
Su entrecejo se contorsiona en una mueca clara de sorpresa, en tanto es algo imposible leer si su intención es de asombro e incredulidad, o si simplemente está disimulando no saber de lo que estoy hablando.
— Vámonos Miranda, tengo toda la noche sin dormir. Lo único que quiero es una cama y una almohada sobre las cuales recostarme — proclama ella, tirando de la manga de mi blusa.
No me muevo.
— Más te vale que no haya sido así — amenazo al tercero en la habitación —. De lo contrario, no te lo perdonaré nunca.
Separa los labios buscando decir no sé qué cosa, pero Cinthia no le da oportunidad sacándome de casa casi a rastras.
+++
En cuanto el deportivo azul se queda estático en su lugar del garaje, quito el seguro de la puerta del copiloto saliendo hacia el apartamento de los muchachos. La agilidad con que lo hago me deja boca abierta. Muero por estar ahí dentro, por lo menos para sostenerle la mano o limpiar sus heridas.
Me molesta el hecho de que no ha querido darme aviso porque, se supone que eso es lo que hace una pareja.
¿No?
Apoyarse en las buenas y en las malas.
Cruzamos la sala. La puerta de su habitación —esa a la cual señalara la última vez que estuve aquí, invitándome a dormir en su cama— está abierta. Una almohada de fundas blancas le resguarda la espalda contra la cabecera y me quedo quieta, al ver algo que no tenía idea que existía. Ni siquiera aquel día, cuando hiciera el ridículo por embobarme admirando su cuerpo húmedo y semidesnudo, pude notarlo. Un dibujo, un tatuaje con forma de «F» consumiéndose en medio de unas abrasadoras llamaradas de fuego, le adorna la zona superior del brazo izquierdo.
Los tonos amarillo y naranja que le dan color se evalúan algo desgastados, aun así continúan sobresaliendo del color porcelana de su tez.
Lo atisbo embelesada, aprovechando que no puede verme. No se ha dado cuenta de que hemos llegado y eso me da ventaja, pues yo sí que puedo escuchar la conversación que entabla con alguien cuya identidad se esconde detrás de los muros.
— ¿Ya puedes decirme lo que quería el cabrón de Darnell? — le pregunta Riley.
Le duele. Lo sé por cómo se revuelve y pone la mano sobre su costado.
—Te quiere corriendo contra él el próximo fin de semana — es Kurt quien responde a su interrogante, con voz firme y carente de emociones.
—Pues no tengo ninguna intención de correr en su contra — sentencia con determinación —. Ni el próximo fin de semana, ni nunca — vuelve a quejarse.
Mis entrañas se estrechan al ver su sufrimiento.
Le han hecho daño. Aunque él se quiera hacer el fuerte y aparentar lo contrario.
No espero más y entro, interrumpiendo el curso de la charla.
— ¿Quién es Darnell? — cuestiono, dejando la caja con los cup cakes sobre la mesita de noche.
Cierra los párpados con fuerza al enterarse de mi presencia y yo, me arrodillo a su lado sobre el colchón dándole un cuidadoso beso en los labios.
— Fierecilla — exhala —. ¿Se puede saber de quién fue la brillante idea?
—Mía. — confiesa Cinthia, entrando después de mí — Es tu novia. ¿No? — añade colocándose a lado de Kurt, quien no parece de buen humor.
— Pregunté, quién es Darnell — vuelvo a decir, tomando asiento a su lado.
El ojiazul se comporta fastidiado ante mi insistencia.
Estoy harta de su menosprecio y de cómo resta importancia a mi interés por las cosas de Riley, pero eso no evitará que siga preguntando.
— ¿Y?
— Darnell es un tipo afroamericano que estuvo en la carrera de anoche — comienza Steve, quien está sobre el empotrado de la ventana con las piernas recogidas contra el pecho. Lleva una gorra roja con la visera hacia atrás, sobre su cabeza —. Está obsesionado con la Honda. Piensa que esa máquina es la responsable del Status Invictus de Riley y por eso quiere arrebatársela en una carrera. Según sus antecedentes, tiene fama de ser peligroso, de no haber sido vencido nunca y, de programar los enfrentamientos en su territorio: «La milla ocho». ¿Saben lo que es eso? — Suspira — Estaríamos llevando a Riley directito a la cueva del lobo. En ese barrio, los blancos somos el equivalente a la peste bubónica.
Compruebo el rostro de Riley, quien no dice nada.
— ¡Oh, vamos! — Exclama Kurt, con una sonrisa cínica — ¿Desde cuándo te niegas a los desafíos? Eres Furia — continúa —, el que no le teme a nada. Está en juego una máquina de miles de dólares y una buena cantidad en efectivo.
Riley, resopla.
— Eso era antes — revela encontrando sus ojos en los míos, luego se dirige a Kurt —. Ahora es diferente. No me interesa.
El rostro del interpelado se oscurece. Sus iris azules parecen girar y se remueve, incómodo en su lugar.
— Yo mejor me voy a dormir —pronuncia, tomando a Cinthia por la muñeca y llevándosela consigo —. Estoy demasiado cansado para escuchar estupideces y a ti parece que los golpes te afectaron el cerebro. Suenas como un puto demente.
El semblante de mi chico refleja contrariedad, al presenciar la abrupta y patética salida de quien dice ser su amigo.
Se recompone, a la par que la puerta se cierra con violencia.
— ¡¡Que descanses!! ¡¡Gracias por tu comprensión!! — grita Steve, intentando ser gracioso. Sonrío. Él realmente es un buen amigo —. Ahora que estamos solos… Y no es que te reste importancia, rubiecita. Al contrario. He aprendido a tenerte confianza — declara, saltando de su lugar en la ventana y advirtiendo el viaje que una de las manos de mi novio hace, para posarse sobre la mía —. Quisiera decirte… No. Decirte no. Compartirte la decisión que he tomado, hermano.
Un atisbo muy leve de curiosidad me asalta, mientras Riley parece desconcertado.
— ¿Decisión? ¿A qué te refieres?
— Lo he pensado mucho. Estoy hastiado de ser sólo quien busca a las «víctimas» para las carreras — dice, dibujando comillas en el aire al mencionar la palabra. Riley pretende objetar, pero él le muestra las palmas pidiéndole que pare — Por favor, amigo. Déjame terminar. He vivido dos años dependiendo de tus triunfos. Ya no más. Quiero correr.
La ruidosa exhalación de Riley ante la noticia le causa algo de dolor y ya es la segunda vez que lo escucho quejarse desde que llegué.
— No sé qué decir. Me tomas desprevenido — enuncia, llevándose la mano nuevamente al costado.
— Era algo que venía dándome vueltas en la cabeza desde hace tiempo pero, no contaba con una buena máquina. Todo empezó a tomar forma cuando me regalaste la Yamaha. ¡Es una maravilla y si tú me ayudas, estoy seguro de que lo haré bien!
No sabía que le hubiese obsequiado la Yamaha negra que él mismo ganara. Ese gran gesto hace que me sienta mucho más orgullosa de estar con él.
— Pues si es tu última palabra… yo te apoyo, hermano.
Steve pega un salto de alegría y su energía sobre pasa los niveles normales.
De repente sube a la cama, queriéndolo abrazar.
— ¡Gracias, Riley! ¡Sabía que no me fallarías!
— ¡Cuidado!— grito, cuando la acción se vuelve lastimera.
— Y yo sabía que eras un idiota — aclara Riley, lanzando una risotada.
— ¡Lo siento! Ya me voy. El onceavo mandamiento es: no estorbar — indica, saliendo de la habitación con prontitud y cerrando la puerta tras de sí.
— Te extrañé — confiesa, acariciándome la mejilla con los nudillos.
Nuestros ojos se encuentran por enésima ocasión y me parte el alma verlo en ese estado.
— ¿Cómo te sientes? ¿Necesitas algo?
— Lo único que necesito está aquí, conmigo — Un conocido vacío ocupa mí ya de por sí hueco estómago.
Lo beso, notando el sabor metálico y salado de la sangre seca de su labio inferior.
— ¿Quién pudo haberte hecho esto? —mi voz se escucha un tanto anormal.
Resopla.
— No tengo ni puta idea —dice, encogiéndose de hombros —. Hablemos de otra cosa. ¿Quieres?
Impensadamente mi atención corre como un escáner por toda la superficie expuesta de su cuerpo. No es la primera vez que lo veo pero, nunca había estado tan cerca como para poder tocarlo. Noto cada sensación, cada impresión, cada efecto que causa en mí se intensifica, agudizando mis sentidos.
Recuerdo haber experimentado ya éste tipo de descontrol. Sí, en aquel sueño que tuve. Es como revivirlo detalle a detalle. Y cuando digo detalle a detalle, lo digo enserio.
—Bonito tatuaje: FURIA — recito, recorriendo el contorno con la punta de los dedos —. ¿Hay algún otro por ahí que aún no haya visto?
Sonríe, negando con lentitud y estremeciéndose al mismo tiempo por mi roce.
— ¿Qué es eso? —pregunta, señalando hasta la caja con cup cakes que la verdad; ya había olvidado.
— ¡Oh, claro! ¿Feliz aniversario? — Su cara es de calendario — Cómo sea. Am…, hoy hace un mes que nos conocimos y no he querido que la fecha pasase desapercibida así que, te he traído un regalo.
Nerviosa, giro mi cuerpo para llegar hasta la charola y la tomo, poniéndola luego sobre su regazo.
Como ya había imaginado, sus ojos son dos tómbolas al ver la cursi decoración que llevan en la cubierta, ya que uno de ellos enseña una mala imitación de labios femeninos y no puedo creer que no lo haya captado antes. Aunque, sobra decir que ha sido el que más le ha llamado la atención.
Abre la caja como puede, cogiéndolo.
Sus hermosas pupilas van del fenómeno glaseado hasta mí y viceversa.
—No me mires así porque no tuve nada qué ver con la decoración. Fue cosa de mi nana.
No me hace ni caso. Finge no escucharme y comienzo a creer que una idea retorcida ocupa su mente distraída.
Retira una pequeña porción del merengue llevándosela a la boca y su lengua hace acto de presencia, acarreándolo hacia el interior. Mi respiración se acelera ante la sexy escena, sintiendo cómo mi temperatura corporal aumenta en una muy corta unidad de tiempo, con tan solo observarlo.
¡Es tan guapo!
— ¿Están ricos? — eso se ha parecido más a un gruñido que a una pregunta.
No responde.
Toma otra porción igual de generosa y cuando estoy segura de que repetirá la operación, tengo el merengue pegado a mis labios.
— No lo… sé. Dímelo tú — el sonido es seductor, hechicero y fascinante.
No lo pienso dos veces. Busco sus besos con total desenfreno y mi lengua busca la suya con urgencia. Con ganas.
Un gemido audible le brota de la garganta.
También tiene ganas.
No sé de qué manera voy a parar sobre él, estoy a punto de romper el contacto por miedo a lastimarlo pero, esto se siente tan perfecto que continúo con ello.
Sabe a azúcar y a menta. El sabor perfecto.
Percibo cómo todo mi cuerpo vibra. Es tan nuevo y tan ardiente; que pierdo la cordura. Inhala y exhala arrítmicamente. Sus manos están sobre mi cadera apretando, estrechándome contra sí. Toda mi anatomía se mueve con voluntad propia en torno a la suya. No pienso, no ejerzo control sobre mí misma y quisiera tocarlo pero no sé por dónde empezar. Entonces llevo las palmas hacia su pecho y él asciende desde mi cadera, pasando por mi cintura y frenando antes de llegar a mis senos.
Se aparta, jadeante e inquieto.
—Me vuelves loco, Fierecilla. ¿Qué es lo que me has hecho?
Vuelve al ataque. Su boca va de mi clavícula hasta el lóbulo de mi oído y aspiro fuerte entre dientes, porque una supernova se quedaría corta con el calor que ambos emanamos. Hago lo propio con mis labios. No logro comprender lo que estoy haciendo, me siento torpe e inexperta, pero reacciona a mí como si fuese una verdadera experta en la materia.
— Espera — pide, haciendo acopio de toda la fuerza de voluntad para no dejarse llevar.
— ¿Qué pasa? — ahora soy yo la que se queja.
—Creo que…, ha llegado el momento de hablar. No sabes lo que daría por tomarte aquí y ahora, pero no puedo hacerlo sin que sepas absolutamente todo de mí.
—Ya te dije que no me importa tu pasado — replico, queriendo regresar a lo anterior.
—Pero a mí, sí —sentencia, entorpeciéndome la acción —. Sé que eres virgen, Fierecilla. Sé, que nunca has estado con nadie. Al menos no, en ese sentido.
Me aparto hacia el otro lado de la cama, frustrada.
¿Cómo puede saber eso?
Nadie aparte de Jason, Cinthia y yo, lo sabía.
Pero entonces, ato cabos.
¡Por supuesto!
— ¿Cómo lo sé?— inquiere, adivinando claramente mis cavilaciones — Kurt se lo ha sonsacado a Cinthia, tal vez bajo la influencia de la hierba. Él me lo restregó a la cara en una ocasión, insinuando que eso es lo que busco de ti. ¡Te juro por Dios que no es verdad! — confiesa enérgico, leyéndome de nuevo. — Te deseo, Miranda. No sabes cuánto. Lo que pretendo evitar es…, que le entregues algo tan valioso como tu virtud a un completo desconocido. Por favor, permite que te cuente esa parte de mi vida que solo los más cercanos, las personas más importantes para mí han sabido siempre.
Técnicamente me está suplicando.
¿Qué será eso que intenta revelarme?
Me asusta solo de pensarlo pero, quiero estar con él enteramente y sin reservas. Y si esa es la condición para ello, estoy dispuesta a escucharlo.
Deja un comentario