—Claro que sí —respondió con emoción.

Orlando la tomó de la cintura y las piernas para elevarla. Marta no dijo nada, se dejó guiar al interior.

—Te llevo a tu habitación —propuso él.

Subió sin dificultad al segundo piso y siguió hasta una recámara que estaba al fondo del largo y amplio pasillo.

—Aún no quiero conocer la habitación. No tengo sueño.

—¿Quién dice que vas a dormir? —ronroneó en su oído, divertido por el súbito nerviosismo que vio en sus ojos.

Se introdujo con Marta en la habitación y la colocó en la cama, donde la chica lo miraba con los ojos muy abiertos. Orlando se recostó a su lado, le acarició el cabello y acercó sus labios al rostro, que no perdía detalle de lo que pasaba con él.

—Te deseo, Marta —murmuró, tocando apenas con un dedo el cabello que caía en su hombro—. Va a ser muy difícil para mí no tocarte como lo necesito, porque han sido muchos meses ansiando tenerte como estás ahora.

Marta recostó la cabeza en la almohada, cerró los ojos y arrugó la frente cuando lo sintió levantarse. ¿Se quitaría la ropa y haría lo mismo que Harry? Se preguntó de inmediato, abrió los ojos sentándose, pero tan solo alcanzó a ver la puerta cerrándose.

Orlando la deseaba, pero qué había del amor. Él siempre había dicho que la quería y se lo había demostrado, ¿acaso la ayudaba por un interés puramente sexual, pero se detenía debido a la experiencia que tuvo? Solo el tiempo le daría las respuestas. Se sentía insegura, pero no tenía miedo de descubrir si con él hallaría ese placer del que tanto había leído. Sonrió dejándose caer nuevamente en la cama.

Comenzó a trabajar con Orlando y Odette a sabiendas de que ella no la soportaba y que le estaba haciendo competencia por conseguir la atención del hombre. Marta odiaba verla repegarse en Orlando mientras él trabajaba. ¡Ese era su especialidad! ¿Cómo se atrevía a querer usurparla? No se iba a dejar ganar, se dijo entrando a la oficina del jefe con una minifalda que lo dejó embobado, pues apenas le cubría lo importante, y además Orlando no recordaba haberla visto salir de la casa con esa prenda tan diminuta.

Una tarde que Marta tuvo que salir a comprar papelería, encontró la siempre puerta abierta de Orlando cerrada. Adentro se oían las voces de él y odette murmurando. La chica apretó los puños y decidió entrar. Los encontró besándose, no ella a él, ni él a ella, a los dos. Se sintió traicionada, pero no les dijo nada. Se disculpó y se retiró a su escritorio a continuar su trabajo.

Odette salió seguida del publicista que limpiaba discreción su boca manchada con lápiz labial.

—Entonces nos vemos en el cóctel —comentó Odette, sonriendo satisfecha de ver a su rival en el suelo.

—Sí, allá estaré.

—Ahora me marcho, tengo una presentación.

Vaya primeras dos semanas en Manhattan Beach, pensó Marta sin mirarlos, mientras luchaba por concentrarse en escribir a mano unos recados que recibió esa mañana.

Revisó la correspondencia y encontró una carta de Selena. Finalmente, había accedido a apoyarla en su juicio contra Harry, pues ya se sentía lo suficientemente fuerte para encarar a su abusador.

Odette parecía no querer retirarse, pues seguía su plática con Orlando, mientras tanto Marta leía la carta.

Espero que estés pudiendo realizar tu amor con Orlando. Yo padecí lo mismo para poder estar con mi esposo y él lo sabe. Seguramente el amor de tu vida ya ha de saber a lo que te expusiste por confesarle a Harry que lo amabas, pues ese criminal no entendía de otra manera que te había perdido.

Ese recordatorio, el del amar a Orlando, le dolió a Marta, pues ya lo estaba perdiendo, o quizás nunca fue para ella, y todos esos coqueteos fueron solo la manera de elevar su autoestima por compasión.

Orlando notó que Marta se veía mal. Al parecer leyó algo que la conmovió; sin embargo, trató de recuperarse y contestó una llamada telefónica. No fue fácil para el convivir con ella, en realidad era una pesadilla, pues veía el miedo en sus ojos como nunca antes. Odiaba que lo viera como un depredador. Quizás él no era el hombre que deseaba para dejar atrás tantos traumas. Se sentía frustrado, contrariado, pues en la oficina le coqueteaba como siempre, pero a solas se volvía algo taciturna y aún podía escucharla en las noches tener pesadillas.

Lo sorprendió verla ponerse en pie y lanzar una exclamación discreta, pero llena de pesar.

—Pero yo avisé que vendría a Manhattan Beach, dejé mi teléfono y todos los datos necesarios para que me mantuvieran comunicada. ¿Cómo pueden decir ahora que no la volveré a ver y qué significa eso de que me mandarán sus restos? ¿¡Fue cremada!? ¿Quién dio el consentimiento!? —exclamó de nuevo con ojos llorosos, cubriéndose los labios mientras escuchaba que meses atrás así lo había dispuesto para no darle más problemas y que siguiera su vida—. ¿Cuándo los enviaron? —preguntó Marta esforzándose por no perder el poco control que le quedaba, aunque las lágrimas mojaban sus mejillas.

Colgó volviéndose a sentar. Secó sus lágrimas y no pudo continuar su trabajo. Orlando se acercó.

—Amor, ¿qué ocurre? —preguntó recibir una fría mirada cristalizada por el llanto.

—Mi abuela murió… ya no tengo a nadie —dijo la secretaria aspirando profundo—. Hoy perdí todo lo que he amado.

Odette notó su mirada puesta en Orlando, llevaba una doble intención, ese llanto. Ella se dio cuenta, pero él no.

—Tal vez no —murmuró la mujer sintiendo un poco de pena por la secretaria—. Adiós.

Orlando quiso abrazarla para consolarla, pero lo rechazó.

—No quiero que me toques —le advirtió.

—¿Por qué estás molesta conmigo?

Marta juntó la correspondencia y la llevó a su oficina para dejársela con descuido sobre la mesa de trabajo.

—¡Ten cuidado! —Orlando se sorprendió, al ver cómo su trabajo de horas podía arruinarse.

—¡Me vale un cara… lo que hayas estado haciendo aquí, porque… vete al diablo!

—¡Marta! ¡Estás exagerando, te pido que te comportes!

—Me amenazas —le preguntó la chica enfrentándolo—. ¿Cómo puedes pedirme que me comporte si mi abuela acaba de morir y te acabo de encontrar besuqueándote con la zorra esa?

Orlando la miró asombrado. Lamento mentalmente la pérdida de su abuela, pero solo pudo quedarse con las últimas palabras y se dijo que debía ser paciente, pero no lo consiguió. La hizo retroceder hasta una pared de donde colocó las manos a los costados de ella.

—No te amenazo —dijo respirando con dificultad—. Sería incapaz de lastimarte —la miró tratando de no verse tan caliente como se sentía.

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