Orlando le platicó en el camino de su tía Delia, a la cual había mencionado en el pasado
—Llegaremos con ella antes de ir a nuestra casa —dijo Orlando.
—Nuestra casa —repitió Marta—¿qué significa eso?
—Que vivirás conmigo —respondió él, poniéndola nerviosa, pero no de una forma negativa, más bien sumamente intensa.
El momento llegó, se dijo Marta con el corazón latiéndole a más de mil y se preguntó una vez más si estaba lista.
—Orlando, yo creo que aún no… Sé que en los Ángeles te molesté mucho, pero ahora que se acerca el momento creo que aún no estoy lista… además no quiero interrumpirte en tu intimidad —se acordó de Odette.
El publicista disminuyó la velocidad al acercarse a la caseta de cobro y la miró confundido.
—¿De qué hablas?
—De que realmente siento mucho afecto por ti y me pareces muy guapo, pero no me siento preparada para compartir la casa y todo lo demás contigo. No quiero ser una carga.
—¿Qué quisiste decir con lo demás? —inquirió él, viéndola estremecer.
—No quiero que me veas como una calienta camas si sé que hay alguien más.
Orlando fingió reírse para calmarse, pero en el fondo fue un poco desilusionante escucharla. Marta sonrió nerviosa al darse cuenta de su error.
—Pensé que me conocías bien, pero creo que no es así.
Delia los recibió con una gran sonrisa que llenó de confianza a Marta
—Qué linda eres —le dijo y la miro de pies a cabeza—, con razón Orlando estaba desesperado porque te vinieras y con esa poca ropa que traes debe venir ansioso de irse a su casa.
—¿Le molesta mi ropa?
—No hija, con un cuerpo así hasta yo usaría menos ropa.
—¡Tía! —replicó Orlando.
Fue muy satisfactorio para él ver a su tía y a Marta conectarse como si fueran almas gemelas, se reían mucho juntas y compartían ideas; incluso Delia los invitó a pasar la noche en su casa donde ella y Marta prepararían la cena.
—Tía, Marta no sabe cocinar —le dijo Orlando en secreto.
—Entonces déjamela un tiempo para entrenarla.
—Me encantaría, pero mejor que solo te visite, no la traje como empleada doméstica.
Marta ayudó con entusiasmo a su tía Delia, como decidió llamarla. Mientras cenaban, Delia comentaba lo encantado que estaba con la joven.
—Ella sí es agradable y se parece a mí. No le para la boca —dijo la señora—. No es como Odette que también me agrada, pero tienes razón sobrino, es demasiado formal para ti —agregó provocando que Marta lo mirara seria.
—Mi tía pretendió en un tiempo que Odette y yo saliéramos, pero no le hice caso.
—Así fue —intervino Delia de nuevo— y lo que me contestó fue que… en pocas palabras te describió. Dijo que tú eres la mujer que él quería.
Marta comprendió esa noche que Orlando se sentía mas que atraído por ella y que a partir de ese momento estaría consciente de todo lo que hiciera. Se sintió cohibida con él por primera vez y quiso ignorar sus miradas recorriéndole el cuerpo durante el trayecto desde Los Ángeles. Entonces no tenía nada con Odette. Ahora estaba segura de que con solo desearlo él le demostraría todo su deseo por ella.
—No sabía que estaba tan solo este poblado —dijo ella a la mañana siguiente cuando fueron a visitar la casa en Nevada.
—Es lo que más me gusta —suspiró Orlando
—Está lejos de Manhattan Beach.
—En auto son cuatro horas o más, pero me gusta conducir, ver el paisaje y detenerme en el camino.
—Y es un poco frío a esta hora —resintió su poca ropa en esa zona desértica.
—Sí, pero ya salió el sol y te vas a enamorar.
De la carretera se salieron y condujo media hora por una calle de terracería hasta verse a lo lejos unos árboles altos de color verde pardo que Marta ya conocía. Orlando detuvo la minivan frente a una puerta de madera y bajó para abrir. Marta vio al fondo una casona rústica que al parecer fue reconstruida. Tenía el color natural de la madera con detalles claros en puertas y ventanas. Continuaron acercándose y al llegar, Marta perdió el aliento. Realmente era una casa grande, tal vez tendría tres habitaciones.
—Es hermosa —murmuró caminando hacia la puerta. Subió un par de escalones de cemento y se detuvo en el zaguán. Orlando bajó su maleta y la puso en una banca que había detrás de ella, quien de pronto recordó algo y se encaminó a la puerta trasera de la casa, luego regresó.
—¿Dónde está el lago? —le preguntó.
—¿Ves aquellas rocas altas? Ahí está.
Durante la exploración de Marta, Orlando fue a dejar su maleta. Salió después a buscarla. La joven ya venía de regreso con una sonrisa que no le cabía en el rostro.
—Es una belleza todo este lugar, es muy hermoso —comentó entusiasmada. Se encaminaron a la casa y antes de entrar, Orlando se paró frente a ella.
—¿Estás lista para ser la señora de esta casa?
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