Creo fervientemente que debo comenzar esta historia contando el recuerdo más real y vívido que tengo de ti, Park Hye In, pues este recuerdo es muy especial.
Es el recuerdo del día de tu boda.
Aún lo recuerdo perfectamente, teníamos 22 años cuando te vestiste de blanco y yo te vi entrar por ese largo pasillo que conducía al altar, te veías hermosa, más que otras veces. Puedo asegurarte que te veías incluso más bella que la propia Venus.
Aunque, pensándolo bien, creo que debería comenzar por el principio, justo después de que te conocí en aquella parada de autobuses, para que la historia que intento escribir pueda llevar un orden.
Desde que te conocí, mi mundo solo giró a tu alrededor y siempre lo hizo así. Ya no me importaba nada más, nadie valía la pena, a nada le tomaba importancia, ni siquiera a mí mismo. Solo importabas tú.
Después de verte por primera vez ese día, los siguientes días a propósito llegaba dos minutos después de que pasara mi autobús para así poder perderlo y verte, ¿lo notaste? ¿Sabías que lo hacía para verte?
Actuaba como si hubiera llegado tarde y esperaba más de cuarenta minutos por el siguiente autobús. Tú siempre llegabas un par de minutos después que yo y nos subíamos juntos. En realidad, nunca supe por qué esperabas tanto tiempo en la parada de autobuses ni tampoco supe hacia dónde te dirigías, pues yo me bajaba primero cerca de mi escuela.
Los primeros días me sentaba lejos de ti, siempre atrás para poder verte y admirarte, conforme pasaba el tiempo, tú y yo hablábamos más y nos acercábamos más hasta sentarnos el uno junto al otro.
Llegué a pensar que huías de algo o que tal vez quisieras estar lejos de alguien o de tu casa, mas nunca te lo pregunté. Por lo regular tú eras la que hablabas y yo adoraba el sonido de tu voz, así que solo te escuchaba y mi corazón saltaba.
El trayecto que recorríamos era largo y, a veces, después de unos veinte minutos nos quedábamos solos con el chofer. Las calles de la ciudad pasaban a veces lento y a veces muy rápido, a los lados viajaban autos y me gustaba verlos pasar. Cuando viajamos por la carretera que pasa a un lado del río, los dos lo veíamos absortos, como si algo nos atrajera hacia él, es un río hermoso e hipnótico. Siempre ha sido parte de mi vida.
¿Recuerdas cómo fue que comenzamos a salir a caminar en las noches? Ya había pensado en esto antes y no podía recordarlo, era como si entre el antes y el después de eso no hubiera un punto para marcarlo. Pero después de haber exprimido mi cerebro en busca de ese recuerdo, de pronto fue muy claro todo y lo pude recordar.
Teníamos como dos meses viajando en el mismo autobús, la primavera comenzaba a asomarse y por fin había dejado de usar tantas capas de ropa, pensé que así, por fin, dejarías de llamarme chico-oso, pero no fue así. Actuaba como si me molestara. aunque en realidad me gustara que me llamaras así, ¡hace tanto que no lo haces!
Ese día en particular el día estaba muy cálido y un par de minutos antes de que me bajara del autobús, tomaste mi brazo y me miraste con esa mirada tan triste y suplicante.
—Lee Tae Sung, esta noche no quiero ir sola a pasear, ¿quieres acompañarme?
¡No sé cómo pude olvidar ese momento! La manera en que tu pequeña mano apretaba mi brazo y mi cuerpo se llenaba de calor; y al mismo tiempo cómo me mirabas con ese extraño vacío en tu mirada, hacía que mi corazón se helara. Acepté.
Esa fue la primera vez que paseamos junto al río y debo decir que bajo la luna te veías muy hermosa.
—Lee Tae Sung, mira esa cara que tienes. ¿Estás en un funeral, chico-oso?
Siempre eras así, te perdías en tus pensamientos y al regresar te burlabas de mí como si yo fuera el extraño, y te adoraba por eso.
Para ese entonces, yo ya no podía vivir sin ti. Nuestra amistad apenas comenzaba, para ese tiempo solo hablábamos de cosas superficiales, pero en realidad yo ya te sentía como parte de mi vida.
Ese año celebramos juntos el fin de año y el comienzo del año 2000, mucho se especulaba sobre esa fecha. Algunos decían que se iba a acabar el mundo, otros decían que las máquinas se iban a volver locas, otros decían que solo iban a festejar por si algo pasaba, y tú, Park Hye In, solo decías que querías caminar por la ciudad. Insistí en comprar fuegos artificiales e ir a lanzarlos al río; después de casi rogarte, aceptaste.
Esa noche, de nuevo andabas perdida y yo me propuse animarte. Jugamos con la pirotecnia un rato, y cuando el reloj marcó las doce, te dije que pidieras un deseo. En mi mente me prometí cumplírtelo.
—Deseo volar —dijiste con tu voz muy triste mientras mirabas al cielo y pude ver cómo una lágrima se asomaba por uno de tus ojos.
Deja un comentario